Mark Z. Danielewski

Traductor: Javier Calvo

Editorial: Duomo

Fecha de publicación original: 2000

Hay libros que se leen. Pero Casa de hojas se habita. Se entra en él como quien cruza un umbral prohibido, sin saber que, una vez dentro, no se sale igual. Puede parecer un simple experimento tipográfico, un rompecabezas visual o un ejercicio de virtuosismo posmoderno. Pero no. Es una trampa. Es un espejo. Es una casa. Y dentro de esa casa vive algo que no debería estar allí.

Publicada en el año 2000 tras ser rechazada por 32 editoriales llegó a España con diez años de retraso. Se publicó aquí por primera vez en 2013 y se encargaron dos editoriales muy pequeñas que se unieron para poder editarlo. Fue una empresa tremendamente ardua y costosa por el calibre y el tipo de libro que era. El libro desapareció en 2021 y, como era imposible de encontrar, algunos coleccionistas han llegado a pagar hasta 1.750 euros por una copia de segunda mano. Ya no habrá que hacer semejante dispendio porque ahora la editorial Duomo ha reeditado el libro.

Casa de hojas ha sobrevivido a su condición de rareza para convertirse en fenómeno de culto. Y lo ha hecho sin claudicar a su forma: sigue siendo un objeto extraño, incómodo, casi vivo, que exige tanto del lector como le da. Una novela dentro de una crítica dentro de una transcripción dentro de un derrumbe emocional. Páginas que giran, textos que desaparecen, letras que cambian de color y márgenes que se vuelven laberintos.

La casa que muta

Todo comienza con el expediente Navidson, un supuesto documental filmado por el fotógrafo Will Navidson sobre su casa, una vivienda que desafía las leyes de la física: su interior es más grande que el exterior. Un espacio que se pliega, se retuerce, se expande. Como un duelo. El análisis de esta película —que pudo haber existido o no— es obra de un anciano ciego llamado Zampanò.

'Casa de hojas' ha sobrevivido a su condición de rareza para convertirse en fenómeno de culto

Pero ese ensayo es hallado tras su muerte por Johnny Truant, un tatuador caótico cuya vida se descompone mientras intenta comprender y transcribir ese texto. Y sobre todo esto, pululan también unas notas editoriales anónimas que terminan de deformar la estructura.

Como lectores no solo navegamos entre narradores poco fiables, sino que somos empujados por una disposición tipográfica que a menudo nos obliga a rotar el libro, buscar referencias cruzadas, leer en espiral o enfrentarnos a páginas con una sola palabra. Este artificio formal no es caprichoso: reproduce el desconcierto de sus personajes, su paranoia, su pérdida de sentido. No es un juego visual. Es un síntoma.

El arquitecto del abismo

Detrás de este artefacto narrativo está Mark. Z. Danielewski, un autor difícil de clasificar y aún más difícil de seguir. No podemos perder de vista que esta fue su primera novela. Su historia personal se filtra por todas las rendijas de Casa de hojas. Escrita a raíz de la enfermedad de su padre, el director de cine Tad Danielewski, la obra es también una especie de mausoleo emocional. Un texto construido, literalmente, a partir de los restos de otro: Redwood, una primera versión rechazada por el padre y rescatada de la papelera por su hermana, la cantante Poe.

Mark. Z. Danielewski escribió este artefacto a raíz de la enfermedad de su padre

La casa de los Navidson es también la casa de los Danielewski: una estructura emocional donde se esconde el duelo, el miedo y la búsqueda de sentido. Mark Z. Danielewski no es solo un escritor. Es un diseñador narrativo. Cada decisión tipográfica —el azul para la "casa", los tachones, los vacíos, los pasadizos de márgenes infinitos— es parte de la narración. No es decoración. Es estructura. Es contenido.

Pasillos terroríficos

El terror en Casa de hojas no proviene de lo que se ve, sino de lo que no se entiende. La casa es una grieta ontológica: un espacio que cambia de tamaño, que engulle a quienes lo exploran, que responde a sus emociones. No hay sangre ni fantasmas evidentes, pero hay una amenaza constante. Una geometría que grita. Un pasillo interminable que no lleva a ningún lugar salvo al miedo más primitivo: el de perderse, el de no saber si lo que pisas es real.

La casa es una grieta ontológica: un espacio que cambia de tamaño, que engulle a quienes lo exploran, que responde a sus emociones

Este concepto de arquitectura como fuente de horror ha dejado huella en el audiovisual de las últimas décadas, pero también en la literatura. Podemos encontrar paralelismos con La broma infinita de David Foster Wallace, S. El barco de Teseo de Doug Dorst y J. J. Abrams o Cruces, historia de dos almas, de Alex Landragin. Todas ellas, como Casa de hojas, hacen del texto un laberinto, del lector un intruso y del papel un espejo. Ninguna llega tan lejos en su artificio formal, pero todas comparten la voluntad de desorientar y seducir a la vez.

La novela que se resiste

Casa de hojas no tiene respuestas. No pretende darlas. Su mayor virtud —y su mayor desafío— es que convierte al lector en parte del texto. No se trata de entenderla, sino de aceptarla. De rendirse a su ambigüedad. ¿Existe el documental?, ¿es Zampanò real?, ¿Johnny está loco o somos nosotros los que lo estamos? Las versiones de los hechos se solapan, se contradicen, se bifurcan. No hay una verdad. Solo capas, ecos, anotaciones. Como una casa donde cada pared esconde otra historia.

Danielewski dijo en su día que el libro fue escrito para una sola persona. Quizá por eso comienza con un gesto tan directo como desconcertante: "Esto no es para ti". Pero ahí seguimos, 25 años después, abriendo puertas, bajando escaleras, leyendo márgenes. Buscando algo.

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