Jaime Riba Arango

Editorial: Dos Bigotes

Año de publicación original: 2025

Cuenta Jaime Riba que su primera novela nació del aburrimiento. Debió aburrirse mucho para escribir 220 páginas tan entretenidas. Por su fluidez, parecen escritas del tirón, sin filtros, como si solo quisiera jugar con las palabras durante un rato. O un ratico, que dirían sus personajes, a los que dota de la jerga propia de su tierra, Almería, recurriendo así a la oralidad, como ya hicieran Andrea Abreu en Panza de burro, o más recientemente Luis Mario en Calabobos.

Por su fluidez, la novela, que desprende un aire teatral, parece escrita del tirón, sin filtros

Urraca, Urraquita, Urraquitita no plantea nada nuevo –una historia rural con toques de realismo mágico–, pero Riba consigue que la suya suene diferente, que tenga alma propia. Se nota desde el arranque. Solo alguien sin intención de publicar su novela se atrevería hoy en día a empezarla con un soliloquio de seis páginas. Y no es el único monólogo que hay en la obra, que desprende un aire teatral en la forma en que los personajes entran y salen e interactúan. Jaime Riba es actor de cine, series y teatro. Y esa formación y experiencia sobre las tablas se intuye en cada diálogo.

El peso de la herencia familiar

El largo arranque sirve de preámbulo. Quien habla primero es La Chochovaca, a la que resulta imposible no imaginarse encima de un escenario. Representa de alguna forma la voz de Ventaquemada, el pueblo ficticio en el que transcurre la novela. De su boca salen disparados todos los chismes –ninguno bueno– que circulan en torno a Doña Urraca Alcolea, la protagonista, una abuela que, sin dar ninguna explicación, decide sentarse bajo un naranjo a esperar a la muerte, que sabe que le llegará un 15 de octubre.

A través de los recuerdos de Doña Urraca, Jaime Riba nos presenta a tres generaciones de los Alcolea, una familia acechada por la desgracia y marcada de por vida por las habladurías. Los padres de Urraca desaparecieron sin dejar rastro, como lo haría después su hija, Teresa la Ternerona.

La escritura de Jaime Riba es ágil y juguetona, y sorprende su desparpajo y la soltura con la que se mueve entre lo cómico y lo trágico

Los misterios familiares apuntalan una trama que se desarrolla entre el pasado y el presente. Y esos vaivenes temporales son los que van cosiendo una historia en la que los silencios pesan más que lo contado. "No todo lo que la ancla a una se puede ver con los ojos de la cara", le dice Doña Urraca a Motita, su nieta, la única compañía que le queda.

La escritura de Jaime Riba es ágil y juguetona. En ocasiones torrencial, solo interrumpida por chispazos de lucidez: "Curioso eso a lo que llaman libertad: todos la quieren, pero cuando la ven en el alma ajena, hacen todo lo posible por extirparla", leemos. Sorprende también su desparpajo y la soltura con la que se mueve entre lo cómico, lo trágico y lo absurdo. Hasta la violencia verbal suena divertida, como en este fragmento: "Se dice en el pueblo que tu mujer pare gallinas en vez de niños y todas con cara de polla. Hasta a tu hija Urraca le está saliendo pico".

La España del realismo mágico

Y en esa exploración de la escritura –fruto del aburrimiento, recordemos– brota con naturalidad la magia, que se entremezcla con el costumbrismo. En estas páginas en las que las lápidas tienen sed y los espíritus se cuelan por las orejas, hay gigantes, hombres capaces de encerrar al sol y hasta un niño que nace de la tierra en uno de los pasajes, por cierto, más bellos e inquietantes de la novela.

'Urraca, Urraquita, Urraquitita' se suma a esa nueva oleada de realismo mágico patrio que inició David Uclés con 'La península de las casas vacías'

Jaime Riba se suma a esa nueva oleada de realismo mágico patrio que inició David Uclés con su ya archiconocida Península de las casas vacías (tras intentarlo antes con Emilio y Octubre, una obra que pasó desapercibida y que merecería una segunda oportunidad). Poco a poco se está creando un mapa literario de una España rural mágica, repleta de mitos y leyendas que han sobrevivido al paso del tiempo y que ahora dan forma a pequeños universos literarios que hablan de la inmensa riqueza cultural de nuestro país.

Urraca, Urraquita, Urraquitita ya es parte de esa constelación. Desde ahora, el realismo mágico también viene de Almería.

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