Francisco Tessainer

Editorial: Libros de medianoche

Año de publicación original: 2023

Nadie es consciente de que el mundo puede derrumbarse de un día para otro hasta que la fatalidad golpea con su implacable puño. Dentro de cualquier drama hay miradas que no necesitan entenderlo todo para intuir el temblor. Y eso es lo que hace Luca, el protagonista de Niño de nubes: mirar. Sin palabras de más, sin subrayarte "llora aquí" o "ríe ahora". Con una mezcla de inocencia y lucidez que, en vez de edulcorar el drama, lo vuelve más real. Más urgente.

Luca tiene siete años y no tiene madre. A ese drama, que ya de por sí sería suficiente para toda una vida, se le une que un día cualquiera, en un paso de cebra, un coche pierde los frenos y se lleva por delante a su padre mientras este intentaba protegerlo del golpe. El padre de Luca cae en un coma del que no se sabe si algún día despertará.

'Niño de nubes' es una obra narrada desde un lugar tan difícil como poderoso, con un aliento narrativo que deja poso en quien la lee

A Luca le queda su tío, Virgilio, hermano de su madre y cuya cómoda vida se ve trastocada por la llegada de un pequeño de siete años que no entiende lo que ha pasado y que es incapaz de procesarlo como lo haría un adulto.

A raíz de aquí la vida de los dos —vista siempre desde los ojos de Luca— irá transcurriendo con ese pasar inexorable pero también parsimonioso que tiene cualquier vida: el cole, los amigos, los abusones, las visitas al hospital, el primer beso, la llegada de una novia para el tío Lío... y sobrevolándolo todo, un deseo: que papá despierte.

Francisco Tessainer ganó el Premio Émora de Narrativa y Psicología con esta primera novela publicada por Libros de Medianoche, y no es difícil entender por qué: Niño de nubes es una obra breve, contenida, narrada desde un lugar tan difícil como poderoso —la perspectiva de un niño de siete años—, pero con un aliento narrativo que deja poso en quien la lee.

Lo que podría haber sido una historia más sobre traumas infantiles se convierte aquí en algo mucho más honesto y delicado: un relato de crecimiento narrado al borde del colapso, desde dentro de una mente que aún no tiene palabras para nombrar lo que duele.

Una voz que respira

La gran virtud de esta novela está en su voz. Luca no es un narrador adulto contando su infancia. Es un niño que vive, pregunta y se calla. Un niño que no sabe lo que está ocurriendo a su alrededor, pero lo siente en los silencios de una madre que ya no está, en los gestos de un padre que ya no los puede hacer y en un cambio de rutinas que de pronto no entiende.

Luca no es un narrador adulto contando su infancia. Es un niño que vive, pregunta y se calla

La novela no se apoya en golpes de efecto ni en revelaciones espectaculares. No los necesita. Porque todo el suspense, toda la tensión emocional está contenida en lo que no se dice. En lo que se adivina. Tessainer construye con precisión una voz narrativa que nunca chirría. Nada suena impostado. No hay frases brillantes puestas ahí para que nosotros como lectores subrayemos.

Lo que hay es un trabajo de fondo sobre el lenguaje, sobre la fragilidad de un niño que observa su mundo deshacerse sin saber por qué, pero que tiene la valentía —la que solo puede tener un niño— de seguir adelante, de no rendirse, de inventarse respuestas si hace falta.

Psicología sin manuales

El Premio Émora busca obras que dialoguen con la psicología sin caer en el academicismo ni en la autoayuda. Niño de nubes cumple con esa promesa de forma impecable. Esta es una novela sobre cómo un niño construye su identidad cuando el entorno le falla. Sobre cómo lidia con el miedo, con la culpa, con la incertidumbre.

No hay diagnósticos. No hay etiquetas. Solo hay una infancia atravesada por un acontecimiento que, como lectores, iremos descubriendo poco a poco, como lo hace el propio Luca. Hay silencios, gestos, reacciones pequeñas que, desde los ojos del niño, se vuelven inmensas. Y esa es una de las grandes virtudes de esta novela: no habla sobre psicología, sino desde la experiencia emocional, con una limpieza estilística que emociona sin buscar la lágrima fácil.

Lo que queda después

Quizá lo más difícil de esta novela sea lo que no se ve al terminarla. Cómo deja una huella suave, pero persistente. No por la trama en sí, sino por la forma que nos hace mirar hacia dentro. Niño de nubes no pretende enseñarnos nada, pero sí nos obliga a recordar algo que habíamos olvidado: cómo era mirar el mundo sin saber nombrarlo. Cómo era notar que todo iba mal aunque nadie lo dijera. Cómo era sentirse responsable de cosas que los adultos no sabían resolver.

Estamos ante una novela sobre la confusión, sobre el miedo, sobre el aprendizaje de lo invisible. Pero también, y esto es lo más bonito, sobre la imaginación como refugio. Sobre la forma en que un niño, incluso en medio del caos, puede seguir mirando al cielo. Y encontrar allí, entre nubes, una forma de entenderse.

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