Ledicia Costas
Ilustradora: Beatrice Blue
Editorial: SM
Año de publicación editorial: 2025
Es un asco no sentirte querido. Es un asco —y debería estar prohibido— ser un niño y no sentirte querido. Pero justo así se siente Lola todos los días. Tiene diez años, es huérfana y, desde bien pequeñita, la han "cuidado" sus tíos. Unas personas que le tienen más cariño a la escoba de la cocina que a su propia sobrina.
Lola no puede soportarlo, sobre todo porque ve como Ruth, su mejor amiga del colegio, tiene una madre que —como debería ser— la quiere y la cuida. Uno de esos días en los que cree que no puede odiar más a sus tíos, la madre de Ruth lleva a las dos niñas a la feria para que pasen un día divertido. Lola llega con la intención de olvidar todo lo que ocurre en su casa y le pide a Ruth que se suban al tren de la bruja. Es su atracción favorita y espera que la libere de su rabia, aunque sea por un rato.
Premio Barco de Vapor 2025
En este oxímoron entre susto y libertad comienza Feriópolis, la última novela de Ledicia Costas que ha sido galardonada con el Premio SM El Barco de Vapor 2025. Este es el último de una larga lista. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil en 2015 por Escarlatina, a cociñeira defunta, y es la única en alzarse por tres veces con el Premio Lazarillo de Creación Literaria, por hablar solo de algunos de las decenas de premios que tiene.
Feriópolis es una novela en la que la vida de Lola cambia de repente cuando se queda con el sombrero de la bruja en pleno tren y viaja a un lugar fantástico donde los niños son los que mandan, pueden subirse a todas las atracciones gratis siempre que quieran y probar la comida de todos los puestos.
La verdadera jefa de todo Feriópolis es la propia bruja del tren. Pero es una bruja buena. Esta sorpresa no es la única de ese reino mágico. Hay alguna más desagradable que salta y tiene forma de insecto. Porque sí, en Feriópolis, como en todo buen cuento, hay villanos.
Ledicia Costas traza un territorio donde los miedos de la infancia encuentran forma
Costas traza un territorio donde los miedos de la infancia encuentran forma: no hay hadas bondadosas ni finales redentores, sino nubes de algodón de azúcar que esconden preguntas más profundas. En una entrevista reciente, Costas defendió que "los niños deben tener derecho a sentirse tristes", y que la literatura no debe encorsetarlos con moralejas impostadas, sino abrirles puertas para nombrar sus emociones dolorosas.
En esta historia de la escritora viguesa, cada frase pesa lo justo: describe el chirrido de los raíles del tren de la bruja con la misma intensidad con la que deja vislumbrar la soledad de Lola. Esa sobriedad le da fuerza al contraste entre lo mundano (una vivienda fría y descuidada) y lo fantástico (un parque de atracciones que muta en un pasadizo de espejos infinitos).
El mundo interior
Costas juega con la tradición de los cuentos góticos para subvertirla: aquí los peligros no acechan solo fuera, sino dentro de la propia niña que teme no ser digna de afecto. Ledicia Costas explica que quiere "dar voz al mundo interior de los niños en toda su complejidad", un refugio donde puedan reconocerse sin tapujos. Y lo consigue a través de personajes secundarios que funcionan como espejos emocionales: la madre de Ruth, cuyo abrazo es un acto de rebeldía contra la indiferencia; los tíos, creíbles en su mezquindad rutinaria; y los guardianes fantásticos de Feriópolis, cada uno encarnando una emoción distinta.
La novela es un viaje que transita de la ira hacia la empatía y la esperanza, como destacó el jurado del Premio Barco de Vapor: "un trayecto en montaña rusa que zarandea desde la inquietud hasta el asombro". La novela se dirige a lectores de ocho a catorce años, pero es capaz de remover a cualquiera que haya sentido, en algún momento, la certeza de no encajar. Porque esa certeza late en cada página: el vértigo de la atracción se convierte en un portal donde Lola enfrenta a sus monstruos internos.
La novela es un viaje que transita de la ira hacia la empatía y la esperanza y se ha llevado el Premio Barco de Vapor 2025
La construcción emocional de la novela se refuerza con la ausencia de conclusiones tramposas. Al cerrar el libro, no encontramos un epílogo que lo ate todo con lazo; en su lugar, quedamos con una puerta abierta. Lola sale transformada, sin duda, pero el lector permanece con las preguntas vibrando en el aire: ¿qué sucede cuando un niño interioriza que no merece amor? ¿Cómo enseñamos a los pequeños que la tristeza no es un pecado? Feriópolis pone esas cuestiones en el centro, sin ofrecer respuestas fáciles, sino un espacio de reflexión compartida.
Feriópolis es tanto un carrusel de emociones como un grito de legitimación para los niños que viven con la sensación de no pertenecer. Este libro es un aliado para los niños. Para reconocer sus miedos y descubrir que, a veces, el valor consiste en volver a subir a la atracción, aunque haya un gran crujido que anuncie lo desconocido.
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