UNA IDEA PATENTADA EN 1996
Tatuajes con código de barras: los biopagos ya existían a finales del siglo XX
Si algún día utilizamos un tatuaje grabado sobre alguna parte del cuerpo para pagar tendremos que agradecérselo a Thomas W. Heeter. Este inventor estadounidense patentó en 1996 un sistema para que, con solo leer un código de barras dibujado sobre nuestra piel, pudiéramos pagar en cualquier establecimiento.

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Hemos tenido que esperar hasta el siglo XXI para que los microchips implantados en nuestro cuerpo para abrir la puerta de casa o para coger el bus hayan dejado de ser algo propio de las películas de ciencia ficción y convertirse en realidad. Sin embargo, hace dos décadas ya había quien proponía un sistema de biopagos.
El muy osado inventor estadounidense Thomas W. Heeter propuso que en lugar de mostrar una tarjeta de crédito, cada usuario llevara tatuado en su piel un código de barras con el que poder comprar en cualquier establecimiento.
Por aquel entonces, cuando aún no era habitual sacar la tarjeta de crédito de la cartera para pagar en un restaurante, al hacer la compra o en el gimnasio, y hacerlo con el teléfono móvil era una completa utopía, Heeter ya pergeñaba cómo pagar sin necesidad de disponer de ningún dispositivo. En concreto lo hizo allá por 1996, cuando patentó un sistema para pagar mostrando solamente nuestro brazo.
De la misma forma que, aún a día de hoy, en los supermercados se escanean los códigos de barras que aparecen en los envoltorios de los diferentes productos para que así se realice la suma total, el tatuaje invisible que proponía Heeter nos identificaría a los compradores. Al escanearlo en cualquier tienda, el sistema lo buscaría en una base de datos y aparecería asociado a una cuenta bancaria de la cual se extraería el dinero.
Es más, a diferencia de lo que ocurre ahora cuando introducimos las tarjetas de crédito en un datáfono o simplemente las acercamos para que podamos abonar la cantidad establecida, nadie podría hacerse pasar por otro. Tampoco existiría la necesidad de introducir ningún código PIN, por lo que evitaríamos que la memoria nos jugase una mala pasada.
Otra de las ventajas que Thomas W. Heeter destacaba de su invención respecto a las monedas y billetes que pudiéramos llevar en el monedero es que estos “no está registrado como propiedad de nadie”, algo que no ocurriría con estos tatuajes con códigos de barras porque, tal y como el dependiente del comercio podría comprobar, ese dinero nos pertenecería.
Según lo planteó este inventor estadounidense, “a diferencia de las tarjetas de crédito o los documentos de identidad, un tatuaje no puede perderse fácilmente o ser robado”, apuntaba en la patente.
Eso sí, al plantear que los tatuajes se realizaran con tinta invisible (para que nadie con malas intenciones supiera a simple vista dónde estaba), el creador de este sistema de biopagos apuntaba que los establecimientos no podrían utilizar cualquier escáner. “Se debe usar un escáner capaz de emitir luz ultravioleta de tipo A”, dejó escrito Heeter.
No obstante, para evitar a toda costa a los malhechores que quieren gastar el dinero que no es suyo, este inventor de Houston planteaba conectar este método de pago con otros sistemas de seguridad. Por ejemplo, proponía la lectura de la huella dactilar para corroborar la identidad del comprador.
Además, durante la comprobación de la identidad del cliente, quien le atendiera podría comprobar si en su cuenta dispone de fondos suficientes para pagar el producto o servicio que quiere adquirir: los morosos no tendrían escapatoria con este tatuaje en su piel.
Aunque Thomas W. Heeter presentó su invención el 5 de septiembre de 1996, no fue hasta marzo de 1999 cuando la Oficina de Patentes norteamericana la aprobó. Desde entonces, este inventor ha registrado otras cinco creaciones. La última, de hecho, es bastante reciente, pues su publicación se produjo el pasado mes de enero.
La mayoría de ellas, salvo esta última enfocada a desarrollar códigos escaneables que permitan autentificar marcas, se centran en el desarrollo de sistemas de pago a través del escaneo de códigos de barras. Algunas con tatuajes de por medio, otras sin ellos, todas buscan lograr el propósito de Heeter: permitirnos a los usuarios pagar sin necesidad de ningún trozo de plástico ni dispositivo alguno.
Eso sí, de la misma forma que ocurrió en 1996 cuando presentó su primera patente, veinte años después su primera y más rompedora propuesta aún resulta extremadamente futurista.
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