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TRASLADAN COMPUESTOS MÉDICOS A TODA VELOCIDAD, Y MUCHOS 'CADUCAN' ANTES DE USARSE

La carrera radiactiva: a toda velocidad antes de que decaiga

Multiplicar la fabricación asumiendo que gran parte del producto puede acabar tirándose. Esa es la situación a la que se enfrentan a diario quienes fabrican ciertos compuestos radiactivos de uso médico, cuyas propiedades apenas duran unas horas.

Formulación de la fluorodesoxiglocusa

Formulación de la fluorodesoxiglocusa Wikipedia

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Vas tranquilamente conduciendo por la carretera cuando un coche te adelanta a toda velocidad -en teoría dentro de lo legal-. Lleva señalizaciones de productos peligrosos, va serigrafiado y lleva las ruedas traseras sospechosamente bajas. Seguramente se trate de un vehículo semiblindado, con cobertura de plomo para evitar la radiación, y corre tanto porque lo que transporta está a punto de perder su propiedad más importante. Es radiactivo.

Esa es la estresante vida de quienes fabrican y transportan algunos de los compuestos que se usan en los hospitales: no son pastillas o jarabes que se almacenan hasta su uso, sino viales con poquísimo contenido que sirven sólo durante unas horas.

Hay compuestos así de muchísimos tipos, pero pongamos el ejemplo de uno común: la fluodesoxiglucosa (FDG, por sus siglas). Es, para entendernos, glucosa radiactiva que se obtiene sustituyendo átomos de oxígeno por otros de flúor radiactivo en una síntesis química. El problema es que ese proceso no es permanente porque los átomos, como todo en la naturaleza, tienden al equilibrio. Es decir, a recuperar poco a poco el estado en el que estaba antes de esa modificación.

¿Cuánto dura el producto en estado óptimo para utilizarse? Depende, pero se desintegra radiactivamente, y decae cada segundo que pasa, con especial rapidez al principio y estabilizando esa degradación conforme pasa el tiempo. En términos temporales normales cada dos horas se produce una pérdida de radiactividad considerable, por lo que es algo que se tiene que servir 'calentito y recién hecho', como la comida del restaurante.

Químicamente se da un proceso de decaimiento, es decir que los átomos inestables pierden energía y se hacen más estables. Físicamente se da uno de caducidad, es decir, que los elementos se empiezan a separar porque los puentes entre las moléculas se rompen. Es como los helados, que sólo duran un tiempo congelados antes de que se deshagan y pierdan sus propiedades. De hecho, el compuesto es irrecuperable de la misma forma que si congelas un helado deshecho no obtienes el mismo producto porque ya ha perdido su forma y propiedades óptimas.

¿El problema? Los lugares de reparto. Por ejemplo, una de las empresas que fabrica este tipo de compuestos y que tiene sede en Madrid reparte a hospitales del entorno, pero también a Murcia, Oporto y Lisboa, además de a las tres capitales de la Comunidad Valenciana. Y la legislación española prohíbe el transporte aéreo de este tipo de compuestos radiactivos, así que hay que viajar por carretera.

¿Solución? Fabricar mucho más producto del que realmente se va a usar para ganar tiempo, luchando contra el reloj y la desintegración atómica. Es decir, una parte importante del producto fabricado acabará tirándose porque no servirá.

Ni que decir tiene que al primer problema durante el transporte, sea el pinchazo de una rueda o un atasco, el producto queda inservible. En ese caso tendría que volver a fabricarse y enviar un nuevo transporte que debería cubrir la distancia en aún menos tiempo que el anterior o improvisar una solución sobre la marcha.

En los cálculos -también económicos- de las empresas que fabrican estos compuestos entra la pérdida de una parte importante de lo fabricado. Pero también otras variables.

Por ejemplo, no se puede aplicar más radiación, que en términos prácticos aumentaría la 'vida útil' del producto y solucionaría el problema logístico pero crearía otros. Este tipo de productos no pueden superar la radiación que permite la clasificación de 'Nivel 3 Amarillo' que establece la legislación. Pero es que además, aunque pudiera, sería mucho más arriesgado y, en términos de personal, acabaría siendo más costoso: exponer a los trabajadores a ciertos niveles de radiactividad haría obligatorio que descansaran cada cierto tiempo para no acumular dosis, lo que obligaría a contratar a más personal para una sola labor.

¿Y los conductores no se irradian? Los productos radiactivos operan en tres dimensiones. Primero, la radiactividad 'directa', que se atenúa rodeando el compuesto con materiales densos como el tungsteno o el acero, aunque se utiliza plomo por ser más barato y suficientemente denso. Segundo, la distancia entre el producto y la persona, que en coches y furgonetas está límitado y, por último, el tiempo de exposición a los mismos.

¿Y qué pasa con el medio ambiente? El producto en poco tiempo ha perdido radiactividad de forma crítica, a diferencia de los residuos que dejan los reactores nucleares, lo que hace que estos tengan que ser enterrados en cámaras de seguridad porque siguen emitiendo radiación durante siglos. 
La fluodesoxiglucosa tiende a volver a ser glucosa, por lo que el producto del vial acaba siendo al final del proceso algo similar al agua con azúcar. Hay, incluso, quien se atreve a pegar un trago cuando ha pasado el peligro. Como quien come yogures una vez han caducado.

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