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DARWIN MISMO MATIZÓ SU IDEA DE 'SELECCIÓN NATURAL'

No siempre sobrevive el más fuerte

La idea de que los feroces, agresivos y poderosos perpetúan su simiente no es del todo verídica. Y decir esto no es contradecir a Darwin, porque él mismo tuvo en cuenta una variable fundamental: el sexo.

Ilustración de Charles Darwin

Ilustración de Charles Darwin Wikipedia

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Habrás oído cientos de veces que sobrevive el más fuerte. Es una de esas afirmaciones que han trascendido el terreno científico y han entrado en la cultura popular, convirtiéndose en una frase hecha multifuncional. Lo curioso del caso es que esa afirmación no es correcta. Porque, a lo largo de la historia de la vida en nuestro planeta no siempre ha sobrevivido el más fuerte. Ni mucho menos.

Viajemos al 2 de octubre de 1836. Ese día Charles Darwin desembarcaba en el puerto de Falmouth, al sur de Inglaterra. Llevaba cinco años a bordo de un barco llamado Beagle, en una expedición que, se suponía, no debía durar más de dos. Darwin dio gracias al Señor por pisar tierra por fin y poner así fin a cinco años de mareos constantes. Con él desembarcaron miles de especímenes y fósiles, y un diario donde había registrado sus reflexiones sobre los paisajes, los habitantes, la flora y la fauna de medio mundo.

De todas las ideas que le bullían en la cabeza, una había ido tomando cada vez más fuerza en los últimos meses. Se le había ocurrido poco durante su estancia de dos semanas en las Islas Galápagos. Se trataba de un archipiélago joven, de unos cinco millones de años, no muy lejos de la costa de Ecuador. Estando allí Darwin se había percatado de que las tortugas tenían caparazones levemente distintos en una u otra isla; caparazones que eran, a su vez, distintos de los de las tortugas que había visto en Ecuador.

Algo parecido ocurría con los pinzones, unas pequeñas aves de color oscuro. Aquellos pájaros eran idénticos en todas las islas… salvo por sus picos, que presentaban grandes diferencias de una isla a otra.

Curioso.

Medio año después de su regreso a Inglaterra, Darwin haría esta anotación, que pasaría a la Historia de la ciencia y, por tanto, a la Historia de la humanidad:

Sobre el dibujo, dos palabras: "I think".

El esquema representa el árbol de la evolución que, 22 años después, sustentaría su libro 'El origen de las espacies'. En él, Darwin sostiene que las especies se van adaptando al entorno a lo largo de las generaciones, que deben hacerlo o, de lo contrario, acaban por desaparecer. A ese fenómeno lo llamó "selección natural".

La idea era terriblemente provocativa, ya que echaba por tierra el dogma religioso que concebía al hombre como criatura-no-animal, un ser creado por Dios a su imagen y semejanza.

Pero, más allá de consideraciones religiosas, lo cierto es que la teoría de Darwin sonaba bien y los hechos observables parecían darle la razón. Pensemos, por ejemplo, en los pinzones de las Islas Galápagos y sus picos. No era difícil concluir que aquellos pinzones habían llegado a las distintas islas volando desde el continente y que, tras milenios de aislamiento, cada cual había desarrollado picos específicos para las condiciones del lugar en que vivían.

Todo aquello era estupendo y tenía sentido, sí. Hasta que alguien dijo:

-Espera un momento, ¿y los pavos reales? ¿Qué ventaja le aporta a un animal ser de color azul eléctrico y tener una cola verde y negra y dorada? ¡Es una diana con pico! Un depredador ni siquiera tiene que hacer esfuerzos para cazarlo, no digamos ya para verlo.

Darwin tardó 12 años en encontrar una respuesta satisfactoria a la incógnita de los pavos reales. Pero lo hizo. Fue en el libro 'El origen del hombre', que completaba su teoría de la selección natural profundizando en otra idea original y revolucionaria: la selección sexual.

Una especie puede adaptarse al entorno todo lo necesario para garantizar su alimento y para asegurarse de que los depredadores no la exterminan a la primera de cambio, pero, ¿de qué le sirve todo eso si no consigue parejas sexuales? La clave, por tanto, no está solo en la supervivencia; también lo está en el éxito reproductivo.

La teoría de la selección sexual explica fenómenos como el del plumaje del pavo real. Por algún motivo, las hembras prefirieron a los machos azules con grandes plumas verdinegras. Eso provocó que la proporción de pavos reales con colas pequeñas y aburridas fuese mermando a lo largo de las generaciones hasta desaparecer por completo. En este caso, sobrevivió el más exuberante.

Piensa en los pavos reales la próxima vez que alguien te diga que siempre sobrevive el más fuerte. Sobre todo si quien te lo dice no tiene pareja.

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