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SUPONEN UNA AMENAZA GLOBAL AL CIUDADANO

Objetos tóxicos muy bien identificados de nuestra vida diaria

La exposición a sustancias tóxicas en la vida diaria está probada. Algunas de ellas ya han sido prohibidas, pero su persistencia en el medio sigue siendo causa de diversas patologías. Sustancias nocivas en las botellas de plástico, en gafas, carcasas de ordenadores o barnices en los suelos son algunos de ellos.

Botellas de agua

Botellas de agua Pixabay

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El ejemplo más reciente de tóxico cotidiano es el Bisfenol A, una sustancia química que se utiliza para dar rigidez a los plásticos de uso cotidiano como botellas, utensilios de cocina, latas de conserva, gafas, carcasas de ordenadores, herramientas hospitalarias o las tetinas de los biberones infantiles.

El problema de este compuesto es, según los científicos, que actúa como disruptor endocrino, es decir, altera el equilibrio hormonal, bloqueando el funcionamiento de las hormonas, al suplantarlas. Su uso se ha relacionado con enfermedades como la diabetes, la infertilidad o el cáncer de mama.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y Naciones Unidas encargaron en 2011 un estudio a 16 especialistas sobre los efectos de estos disruptores endocrinos, y una de sus principales conclusiones es que estas sustancias son “una amenaza global” de la que hay que estar atentos.

Francia ha sido el primer país de la Unión Europea en recoger el testigo, tras las conclusiones de la Agencia de Seguridad alimentaria francesa, Anses, que urgía en un estudio a sustituir estos compuestos.

El Parlamento francés aprobó en diciembre de 2012 su prohibición definitiva, que entrará en vigor en 2015, aunque está previsto que para los productos destinados a niños menores de tres años la prohibición entre en vigor este año.

"Lo primero que hay que tener en cuenta es que esta exposición ocurre, que es real y creíble", según comentó a Correo Farmacéutico Nicolás Olea, catedrático de Radiología y Medicina Física de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada y oncólogo del Hospital Clínico de Granada, que participó la semana pasada en el VII Congreso Internacional de Medicina Ambiental, organizado por la Fundación Alborada, en Madrid.

El equipo de Olea ha medido la presencia de diversos compuestos químicos en muestras de placenta, cordón umbilical y orina.

El siguiente paso para los investigadores es saber en qué medida afectan a la salud, por ejemplo en la sensibilidad química múltiple, que sufre el 15% de la población española por su hipersensibilidad a la exposición de 103.000 sustancias tóxicas a las que estamos expuestos en la vida diaria, según cálculos de la médico Pilar Muñoz Calero, que ha abierto la primera clínica en Madrid de medicina ambiental, tras formarse en la clínica del cirujano torácico y cardiovascular estadounidense William Rea, uno de los pioneros en Medicina Ambiental, que dirige el centro de salud ambiental de Dallas (Texas).

El problema al que se están enfrentando estos investigadores es que “el diagnóstico de esta patología es difícil porque muchas veces se trata de síntomas no específicos.

Estas sustancias pueden alterar y dañar todos los órganos y provocar desde un dolor de cabeza hasta alteraciones cognitivas, pérdida de memoria, falta de concentración, dolores musculares, cansancio, alteraciones cardiovasculares, alteraciones respiratorias, alergias, intolerancias alimentarias, problemas digestivos, articulares, inflamaciones.

Resulta muy difícil abordarlas porque la medicina ha ido enfocada al síntoma, pero la causa sigue ahí. Muchas de estas enfermedades tienen todo ese tipo de sintomatología y son difíciles de diagnosticar, pero hay algunos signos importantes, por ejemplo personas que son muy sensibles a los olores porque ya su carga tóxica es muy elevada”.

En España, la organización Vivo Sano ha pedido la prohibición del Bisfenol A, como una llamada de atención sobre la exposición a los múltiples compuestos químicos que envuelven la vida moderna.

“En 1930, la cantidad de química sintética era de un millón de toneladas, hoy es de 400 millones”, según cálculos del director de la campaña Hogar sin Tóxicos de la organización, Carlos de Prada.

El problema es que solo el 1% de esos componentes tiene una base científica sólida sobre su impacto en la salud.

“Nadie estudia los efectos biológicos de estas sustancias ni se sabe realmente cuántas hay”, matiza Prada.

De hecho, no fue hasta 2007 cuando la Unión Europea obligó por primera vez a las empresas químicas a publicar el número y tipo de componentes presentes en los productos que ponen en el mercado, protegidos por el secreto industrial.

Los investigadores llaman la atención sobre la persistencia de estos compuestos años después de que hayan sido retirados del mercado. Por ejemplo, los bifenilos policlorados (PCB), presentes en pesticidas, barnices o pinturas, fueron fabricados durante décadas antes de que su comercialización y utilización quedara prohibida en 1985 debido a su toxicidad y efectos bioacumulativos.

Sin embargo, la mayor parte de estos productos siguen aún presentes diseminados por suelos, sedimentos y el entorno acuático.

 

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