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DEMOSTRÓ QUE EL LENGUAJE ES EXCLUSIVAMENTE HUMANO

Nim, el chimpancé que habló

Todo el mundo conoce a Noam Chomsky. Es probablemente uno de los tipos más citados cuando se habla del control de los medios y de los peligros de la globalización. De hecho, su activismo político ha hecho que muchos olviden que el campo de Chomsky, el que le dio fama mundial, es la lingüística.

Nim Chimpsky, el chimpancé al que criaron como un humano

Nim Chimpsky, el chimpancé al que criaron como un humano CienciaXplora

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En la década de los 70, la lingüística era un campo prometedor. Había una gran expectación en torno a esta disciplina, algo similar a lo que ocurre ahora con las neurociencias. Había debates. Uno de ellos, quizá el más apasionante, era el que se preguntaba si el lenguaje era una característica exclusivamente humana.

Chomsky no tenía ninguna duda al respecto: ciertamente lo era. Ningún animal había demostrado jamás tener capacidad de lenguaje, entendido éste como una estructura de símbolos capaz de comunicar algo. Otros lingüistas disentían de esta idea. Unos de ellos fue Herbert Terrace, profesor en el departamento de psicología en la Universidad de Columbia y experto en cognición animal. Terrace estaba convencido de que, si un chimpancé se educaba en un entorno humano, exactamente igual que un niño, podría aprender un lenguaje. Y decidió demostrarlo.

Eligió a un chimpancé de dos años del Centro para Primates de Oklahoma y se lo llevó a Nueva York. Lo llamó Nim Chimpsky, en un homenaje (o burla) a su colega y rival.

Terrace encargó el cuidado del animal a una amiga, exalumna y examante. Stephanie Lafarge, que así se llamaba, vivía en Upper West Side de Manhattan, una muy distinguida zona residencial de ambiente artístico y cultural. Nim se instaló en la lujosa casa de tres plantas, pasando de la jaula en que se había criado los dos primeros años de su vida a un ambiente hippie (aunque rico) donde estaba las 24 horas del día con Lafarge, su marido poeta y los hijos de ambos.

Lafarge, además de cuidar al chimpancé, tenía el encargo de enseñarle lenguaje de signos. Y lo hizo. En los primeros meses, Nim aprendió a expresar, con gestos, conceptos sencillos como “beber”, “comer” o “abrazo”. Lafarge, sin embargo, no era profesora ni sabía gran cosa de lenguaje de signos, por lo que Terrance pidió a una serie de alumnos de Columbia que se encargaran de la educación de Nim a cambio de créditos.

Como puede verse, el estudio se regía por patrones más cercanos al movimiento hippie que a la ciencia. No había calendarios, ni objetivos. Se apuntaba algún dato, sí, pero no se procesaban. Lafarge y su marido daban porros de marihuana a Nim y le incitaban a beber alcohol. Cuando todo esto llegó a oídos de Terrance (o quizá cuando creyó que podía llegar a más oídos además de a los suyos), decidió apartar al chimpancé de su madre adoptiva.

Habló con Columbia en busca de una solución, y consiguió que la universidad le cediera una finca para proseguir con la investigación. Allí se instalaron Nim y el grupo de estudiantes encargado de su cuidado y educación.

El chimpancé progresaba. Cada vez dominaba más palabras, lo que atrajo la atención de los medios ¿Un mono que habla con sus cuidadores? ¡Aquello era fantástico! Nim protagonizó portadas de revistas y reportajes de televisión.

Sin embargo, el proyecto fue desmoronándose a medida que Nim cumplía meses y ganaba envergadura. Dejó de ser un pequeño chimpancé simpático e inofensivo y se convirtió en un simio con una fuerza muy superior a la humana. Los incidentes con los cuidadores, algunos de ellos muy graves, se fueron sucediendo hasta que Terrance decidió que había llegado el momento de poner fin al estudio.

En septiembre de 1977, dos años después de su adopción, Terrace devolvió a Nim al Centro para Primates de Oklahoma poniendo punto final al que pasaría a la historia como “Proyecto Nim”.

¿Pero aprendió Nim a hablar?

En 1979, Herbert Terrace publicó un artículo en Science titulado 'Can an Ape Create a Sentence?' (“¿Puede un mono construir una frase?”) donde admitía haber fracasado. Nim nunca consiguió aprender un lenguaje. Su máximo logro fue repetir los gestos que sus cuidadores le enseñaban. Sabía decir “jugar” cuando quería jugar, cierto, pero no dominaba la gramática. Nunca consiguió articular una sola frase. Solo imitaba.

Herbert Terrace acabó admitiendo que Chomsky, después de todo, tenía razón. El lenguaje, dijo, parece ser un atributo exclusivamente humano.

Tras su abandono, Nim vivió una serie de lamentables incidentes. Fue utilizado para ensayos clínicos, aunque consiguió salir con vida gracias a la movilización de varios activistas. Acabó sus días en el año 2000, lejos de las cámaras y del mundo académico, en un centro para animales heridos y abandonados en Texas.

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