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LOS LAZOS ENTRE LOS SIMIOS, PARECIDOS A LOS HUMANOS

Compartir comida, ¿el germen de la civilización?

Estudios recientes han demostrado que el tipo de alianzas que fraguamos los humanos son similares a las de otras especies, especialmente las más cercanas a nosotros, como los chimpancés.

Chimpancés felices con fruta (21-02-2013)

Santuario nacional de chimpancés en Luisiana Gtres

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La capacidad de cooperar entre extraños ha hecho que los humanos seamos un éxito evolutivo. Sin ella no habría progreso, ciudades, civilización, sistemas sanitarios, adelantos tecnológicos ... Claro que tampoco habría guerras modernas, esclavitud o desahucios. Nos guste o no somos un animal social y la unión interesada o no ha hecho nuestra fuerza. Pero a pesar de su importancia para entendernos a nosotros mismos, aún se desconoce cuándo o cómo surgieron estos comportamientos sociales por primera vez.

Un equipo de investigadores alemanes ha descubierto que los lazos entre chimpancés parecen estar alimentados por las mismas moléculas que en los humanos. En concreto, el estudio ha demostrado que los chimpancés que comparten comida con extraños segregan niveles más altos de oxitocina, cuyos efectos en humanos le han valido el mote de “hormona del amor” u “hormona de la fidelidad”. Aunque ese mote se saca de contexto, está demostrado que en nuestra especie este compuesto refuerza el amor maternal y también los lazos entre una pareja sexual.

“En el proceso de lactancia de los humanos, cuando el bebé succiona el pezón, la madre produce oxitocina y esto estrecha los vínculos con el hijo”, explica Joaquim Vea, director del Centro de Investigación en Primates de la Universidad de Barcelona. “También se segrega esa sustancia tras el orgasmo, lo que estrecha el vínculo entre las parejas. Pero realmente es más afecto que amor, ya que los síntomas del enamoramiento, como no comer o no dormir, lo producen otras hormonas cuyo efecto se parece más al de las anfetaminas”, detalla el investigador.

“Compartir el alimento puede ser un comportamiento clave para establecer lazos sociales entre chimpancés”, explica en una nota de prensa Roman Wittig, investigador del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva y coautor del estudio, recién publicado en Proceedings of the Royal Society B.

En concreto, los investigadores analizaron los niveles de oxitocina en la orina de un grupo de 26 chimpancés salvajes de las selvas de Uganda (África). Los resultados mostraron que tanto aquellos individuos que le dieron comida a un extraño como el que la recibía mostraban niveles mucho más altos de esta hormona que el resto. Los niveles de esta hormona eran más altos incluso que entre los primates que se acicalan o despiojan.

Lo más curioso es que, mientras despiojarse es un comportamiento social muy común entre chimpancés, compartir la comida con extraños no lo es tanto. Cuando lo hacen, argumenta el trabajo, los chimpancés estarían cerrando lazos de cooperación mucho más fuertes. Es decir, potencialmente más similares a los de los humanos. ¿Es este entonces uno de los gérmenes evolutivos de nuestro comportamiento social? ¿Empezaron los primeros lazos entre humanos primitivos de la misma forma, por la comida?

Los investigadores apuntan que, probablemente, el compartir la comida activa procesos neurobiológicos que surgieron por primera vez en la evolución para afianzar los lazos entre madre e hijo durante y después de la lactancia. Después de todo, una madre desapegada de su cría puede acabar matándola de hambre: un fracaso para la perpetuación de una especie. Este tipo de comportamientos solidarios pudieron luego ser contagiados al resto del grupo. En ese contagio, la oxitocina jugaría un papel importante.

Segregar esa hormona aporta un bienestar instantáneo al cerebro, ya que refuerza zonas relacionadas con la recompensa, indica el estudio. Ese subidón de oxitocina también puede reforzar actitudes positivas en donante y receptor, generando un proceso que les llevaría a reforzar sus lazos sociales condicionados por esa recompensa basada en la hormona. De esta forma, los chimpancés habrían comenzado a fomentar que unos individuos velen por la alimentación de otros con los que no tienen parentesco. En otras palabras, cohesión social que empieza por el estómago.

“Es un estudio muy interesante, aunque no me sorprende, ya que los chimpancés son la especie viva más parecida a nosotros, con lo que sus mecanismos deben ser similares a los nuestros”, opina Vea, que no ha participado en el estudio pero investiga el efecto de hormonas en primates. El experto aventura una interpretación. “Al dar de mamar, la madre también está compartiendo comida. Aunque es pura especulación, podría ser que ese comportamiento sea generalizable al de otros individuos que comparten comida”, apunta.

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