Armados, encapuchados y sin dar ninguna explicación, descienden del helicóptero de las fuerzas especiales rusas y detienen a los 30 activistas de Greenpeace que acababan de intentar trepar a una plataforma petrolífero en el ártico.
Les empujan, encañonan y amenazan, y después de quitarles cualquier vía de comunicación les obligaron a estar cuatro días detenidos en el barco donde viajaban. El argentino Miguel Hernán es uno de los activistas que vivió este infierno.
Denuncian la detención ilegal y el maltrato físico y verbal que recibieron por las fuerzas especiales rusas. Una vez en puerto, los tribunales rusos acusaron a los 30 activistas de 18 nacionalidades distintas.
De piratería organizada con una pena de 10 años de cárcel para cada uno. Han pasado casi tres meses en prisión, aislados, solos y sin poder comunicarse. Las apelaciones de libertad bajo fianza fueron rechazadas.
Algo que provocó grandes movilizaciones en las calles a nivel internacional, incluso la canciller alemana Ángela Merkel, el primer ministro británico David Cameron o Hillary Clinton en EEUU mostraron su preocupación por la suerte de los prisioneros el secretario general de Naciones Unidas hizo un llamamiento a Rusia para pedir la indulgencia.
Putin les da un indulto y los 30 del ártico, de 18 nacionalidades distintas fueron saliendo a cuentagotas de prisión, desde el pasado mes de noviembre. Salvar el ártico les ha costado muy caro.
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