Manuel vive en una residencia de ancianos de Madrid. Aislado, tiene síntomas y ha visto morir estos días a su compañero de habitación. Manuel escucha a Santiago Abascal hablar del "gobierno socialcomunista que convierte a España en una cárcel chavista". Manuel está encerrado en el geriátrico, de gestión privada, financiación pública del gobierno autonómico y beneficios para un fondo de inversión con sociedades en el extranjero, sin la asistencia médica debida y con trabajadoras explotadas.

Manuel oye a Pablo Casado culpar al gobierno central de las muertes del coronavirus y ve al líder del PP acusando a Sánchez de "aprovechar" la crisis del coronavirus para iniciar una política de "expropiaciones" siguiendo "el modelo de Iglesias y Podemos". Manuel lo escucha en esta residencia que terminó en manos de un fondo de inversión privado, con una trama societaria que pasa por Luxemburgo, Jersey y Holanda, con tres cuartas partes de los ingresos procedentes del dinero público de la Comunidad de Madrid.

En la residencia donde está encerrado Manuel, suenan de fondo los discursos de políticos que cobran seis veces más que las trabajadoras mileuristas, que no dan abasto, atendiendo cada vez a más ancianos, por menos dinero y con más jornada laboral. Las empleadas de esta residencia curran de sol a sol, deslomadas, pero dando cariño y vida a viejos que sufrieron la guerra, la posguerra, la dictadura y sacaron adelante nuestra democracia para ahora morir indefensos en la cama de un geriátrico con beneficios en un paraíso fiscal luxemburgués.

Hay algún pelacañas diciendo chorradas en la televisión y Pilar cumple hoy su séptimo día seguido trabajando en la residencia de Manuel. Han pasado varias semanas desde que empezó la crisis del coronavirus y a Pilar aún no le han hecho el test. Se pregunta si ella misma estará infectada y estará propagando el virus por el centro y después se lo estará llevando a casa con su familia, pero todavía no le han hecho la prueba. Pilar no sabe si es culpa de Ayuso, de Sánchez, de Iglesias, de Casado o de su patrón, que no sabe ni quién es. El amo se esconde tras las siglas de un fondo de inversión.

Aquí las trabajadoras han desarrollado un hábil procedimiento para protegerse con bolsas de basura, porque no les llegaban los equipos de protección. Han lavado mascarillas o las han comprado ellas mismas en la farmacia, si las encontraban, por 3, 6, 12 y hasta 18 euros. Los precios iban subiendo, como subía el número de compañeras infectadas, que han caído enfermas y han pedido la baja. Y claro, a menos empleadas, más trabajo para las que siguen en el tajo. Por el mismo dinero y con más riesgo de contagio. Las que antes tenían a su cargo a nueve ancianos, ahora tienen a veinte. Pilar no sabe si esto forma parte del socialcomunismo bolivariano.

Manuel pasó hambre y miedo desde niño, pero nunca estuvo tan acojonado. Sabe que puede convertirse en una cifra más. Añadida a los 21.717 muertos confirmados con coronavirus en España o a los 5.548 fallecidos en residencias de ancianos en Madrid… Cifras de un país que ha puesto tres cuartas partes de sus plazas de geriátricos en manos privadas, eso sí, casi todas con dinero público. La salud y los cuidados se convirtieron en un negocio. Manuel es ahora un número en el balance de un fondo de inversión. El viejo ve rondar la muerte y no sabe si él sumará o restará. Manuel no sabe si ya le toca, pero hay miles de casos como el de Manuel donde la dignidad ya ha tocado fondo.