Comienza la campaña electoral. Ahora, oficialmente. Dicen que lo anterior era la precampaña, aunque hace tiempo que cada día es "la fiesta de la democracia". Hay momentos en los que El Club de la Comedia se queda corto. Quizás por eso, casi la mitad de España está como Juan José Cortés. Más de un 40% no se aclara entre "Pablo, Pedro y Pablo". Los indecisos se llevan la palma. O eso afirman. No se fíen, porque más de uno tiene claro el voto, pero no lo confiesa.

Por eso, un destacado dirigente socialista me comentaba en tono tragicómico la última idea de Isabel Díaz Ayuso (PP): que haya ayudas para el "concebido no nacido". ¿Y si luego el niño no nace?, ¿qué hacemos con las ayudas? La candidata de Casado a la Comunidad de Madrid no lo sabe, no lo tiene claro, no lo ha pensado. Hay unos cuantos en el PSOE que también advierten del riesgo de vender la piel del oso antes de cazarlo. En este caso, con el CIS. Temen que la victoria que les augura la encuesta de Tezanos acomode a sus potenciales votantes y no vean necesario pasarse por las urnas.

Los de Sánchez imponen la estrategia de no cometer errores, aunque también hay quien piensa que hay que entusiasmar más. Hay demasiados indecisos. En Moncloa ven a Ciudadanos y PP excesivamente nerviosos por "determinadas meteduras de pata y bandazos", pero les preocupa la incógnita de la extrema derecha de Vox. También miran atentos al efecto que pueda tener la reaparición de Pablo Iglesias, con un discurso que le ha puesto en el centro del debate. El CIS se hizo antes de que Iglesias volviera.

Para Unidas Podemos, el sondeo acabado el 18 de marzo augura un mazazo. Iglesias lo ve remontable y se ha conjurado para no dejarse ni un cartucho. Si es preciso, morir matando. Confían en la remontada y apuntan que otras veces ya les dieron por muertos. Aún creen que pueden ser decisivos y entrar en un gobierno de Sánchez. En Podemos, las cloacas o sus divisiones y problemas internos de partido son aspectos clave al valorar la capacidad que puedan tener de movilizar a sus indecisos o descontentos.

Pablo Casado hace tiempo que temió la debacle. El candidato del PP se vio como un muro de contención en un partido desbordado por los escándalos. Casado achaca el desgaste a etapas anteriores y ve en Ciudadanos y Vox una especie de "si no quieres caldo, toma dos tazas". A un Partido Popular lastrado por los casos de corrupción le han salido dos competidores directos en su propio espectro y Pablo Casado le aplica la receta de un día a día frenético en actos. Casi tan sucesivos como los mensajes estridentes.

Lo que no mata, engorda. Con eso hace cábalas el PP mirando a Vox y a Ciudadanos. Lo fían a la suma de las tres derechas y Albert Rivera también sueña con la experiencia andaluza. En C’s dan por segura una subida, pero veremos si es para ser decisivos o para la irrelevancia. Hay votantes necesitados de Biodramina con caja naranja. Rivera ha pasado, en poco tiempo, de decir que no apoyaría a Rajoy, a pactar con Sánchez, después con Rajoy y ahora a renegar de Sánchez.

En definitiva, solo puede quedar uno. En la Moncloa. Luego, fuera de allí, habrá muertos, heridos, resucitados y algún superviviente. Con más de un 40% de indecisos, hay partido. "Es el vecino el que elige el alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde". Que es otra forma de decir que no hay nacido, aunque esté concebido, y que estamos saliendo de cuentas. Atentos al parto y, entretanto, a cualquier parida.