¿Estamos más cerca? Esa era la pregunta insistente de este viernes pasado. PSOE y ERC se habían reunido el día antes y para desesperación de los profetas del cataclismo las cosas no habían ido mal.

Es lo que queda para estar cerca de un gobierno para antes de las Pascuas, voluntad y diálogo entre todas las partes. Sin trabas ilegítimas, a pesar de los temores expresados por predicadores de los males venideros. Puede no gustar un gobierno como el que se pretende pero ninguno se ofrece de veras a dar otra alternativa de Gobierno. En esos términos, el primero de la lista más votada tiene todo el derecho y toda la legitimidad a buscar alianzas para un gobierno y a hacerlo allí donde encuentre las mejores sintonías ideológicas y programáticas.

Inés Arrimadas ha lanzado soflamas de invierno nuclear si se acuerda algo con ERC, Luis Garicano ha hecho otro tanto pero esta vez poniéndose incluso de rodillas. Le preocupa al resto del naufragio de Albert Rivera, un gobierno con el apoyo de los que quieren romper España. Saben que es mentira, que España no se rompe así por así, pero parecen ignorar, inconscientes o conscientes de su papel, los destinos fatales de todos los que han profetizado estos cataclismos. Su razón de ser estuvo en el conflicto catalán, se han encargado de hacer del conflicto el corazón del debate en todo el Estado y no han reparado en si ello sería el charco ideal para el auge de la extrema derecha.

Sin embargo, ni uno ni otra prometen acuerdos para desalojar a la extrema derecha del poder en donde están apuntalados por la misma, ni ofrecen soluciones para impedir su paso firme en sus objetivos políticos que, no sé si destruirán España, pero sin duda sí lo harán con la democracia y el Estado de derecho.

Sería fácil que el uno y la otra pudieran escuchar el brillante, valiente y vibrante alegato de la cancillera alemana Angela Merkel contra la extrema derecha de su país y de toda Europa. Garicano está allí cerca, nos lo podría contar. No, hace ya tiempo que los liberales de ahora, dicen, y antes otras cosas, de Rivera, han decidido ser los porteros de la extrema derecha a las instituciones. Portero no de cancerbero, porteros de facilitador, alcahuetes o serenos de sus entradas, idas y venidas.

No han sido los únicos, por supuesto, la derecha empresarial y la extrema derecha eclesial andan por la misma trocha. La derecha, que no mira a Alemania, necesita insistir en su carácter más rancio, el más inútil para el progreso del Estado. Saben que para que Catalunya pudiera independizarse tendrían que pasar cosas gravísimas que, desde luego, no sucederán nunca en una mesa de diálogo. Saben que tiene que haber muchos más independentistas, entre otras cosas, aunque en eso sí se están empleando a fondo.

En verdad necesitan a Catalunya y su conflicto, no aportan soluciones porque interesa que no la haya. Antes fue Euskadi, siempre habrá algo porque lo que interesa es que nada cambie. No quieren reconocer que lo que les aterroriza es que en su España haya un gobierno progresista, que la gente lo apruebe, lo pruebe, lo experimente y que luego decida democráticamente si le va bien con un gobierno de progreso o con otro de la España rancia y carpetovetónica. Les horroriza que lleguemos a probar que otra España es posible.