En algunos pueblos, la devoción a sus vírgenes es tal que atribuyen a su manto virtudes protectoras extraordinarias. Bajo su manto, en la creencia popular, uno está inmune e impune ante toda suerte de adversidades, inclemencias, pecados o pecadillos. Los mantos son sagrados. Recuerdo que la madre de un amigo hizo una promesa a su virgen. Como se cumplió lo pedido, tuvo que recorrer con sus hijos bajo una manta el camino desde su pueblo sevillano hasta la ermita. Los tres hermanos, a uno le había dado tiempo a ser un brillante investigador en EEUU, hicieron el camino, no corto, acompañando a su madre por no darle un berrinche.

El manto, o la manta, electoral parece recordar esas costumbres ancestrales. En campaña, el manto protege a líderes y gente menuda de sus despropósitos evitando culpas o reproches, todo bajo el mantra de que estamos en elecciones.

Hablo de Catalunya desde este lado del Ebro. Catalunya es el gran hipermercado electoral donde se compra todo aquello que suponga una ventaja electoral, no para el bien de los catalanes en la mayoría de los casos, sino para conseguir aplausos o votos en el resto del Estado.

La aplicación permanente del artículo 155 compite con otras medidas. Los manteros quieren lo que sea, pero algo. La aplicación estricta de la legalidad constitucional o la jurisprudencia del TC es lo de menos, lo importante es aplicar algo contra algo, aunque ese algo no se haya producido o no se vaya a producir. Como si cuando se produjera ese algo no hubiera medidas de respuesta.

Se ha inventado una especie de derecho constitucional del enemigo, no importa el hecho, ni el autor, importa aplicar algo, mientras más llamativo mejor. Lo último es la Ley de Seguridad Nacional, una ley que tiene su objetivo, en ningún caso el que sus promotores pretenden, pero da igual, es algo. No se desaniman por la inviabilidad actual de aplicar el artículo 155, con el Senado disuelto y el TC vigilante; no se desaniman por la dificultad de una aplicación del artículo 116 de la Constitución, con sus estados de excepción, alarma o sitio, con toda Europa pendiente, no, pero les viene bien utilizar algo tan rimbombante y con tan pocos obstáculos como la Seguridad Nacional. Son las elecciones, estúpido.

Lo que puede pasar en Catalunya no ha pasado, aún, por muy preocupado que esté el Tribunal Supremo y los que jalearon la vía judicial ante su incapacidad y cobardía política. Pero si pasara, los caminos de la Constitución, no su campo a través, están intactos. Como también, incluso trillados, los caminos para afrontar los problemas de orden público que pudieran darse. El Estado de derecho está lo suficientemente pertrechado para cualquier eventualidad, más o menos insensata de las instituciones catalanas. Nada faculta a los contendientes electorales para acortar caminos y menos para imaginarlos. Si pasa algo habrá respuestas, no lo dudemos, pero el manto de un demócrata es el respeto a los caminos democráticos y dejarlos constantemente expeditos y aseados.