Una profesora de Kiev llora agarrada a su rifle dentro de una furgoneta junto con tres mujeres civiles más de camino a tomar posiciones para defenderse de la agresión rusa. La fotografía de la periodista del New York Times cuenta mucho sobre la crudeza de quien no tiene elección a la hora de valorar su posición sobre un conflicto y sobre los debates de privilegiados que tenemos a miles de kilómetros de distancia asistiendo a la barbarie como si de una película se tratara. Esa profesora hace diez días solo tenía que preocuparse de evaluar a sus alumnos y de cómo afrontar la siguiente clase, pero ahora iba de camino al miedo, al dolor y posiblemente a la muerte. Sus ojos dicen 'No a la guerra', pero otros han elegido por ella que debe afrontarla, su mano sosteniendo un arma que le es ajeno habla de la resistencia y la valentía que los nacionalistas de todo cuño vanaglorian rodeándolo de épica pero que su gesto despoja de toda gloria. Es solo dolor.

La fotografía sirve para desmontar dos visiones sobre la invasión de Rusia en Ucrania que nacen de nuestro privilegio; una es la del 'No a la guerra' y otra la del del ardor guerrero y la mitificación del combate, aunque es sin duda esta última la más miserable. Siempre es preferible ser inocente que paladear con la sangre ajena. El 'No a la guerra' es una pulsión cívica que tiene sentido cuando es la única manera de actuar y expresarse entre la impotencia. Se puede comprender que desde el miedo y la empatía ante el dolor ajena se use una proclama que tuvo su importancia como actor político cuando José María Aznar formaba parte de una alianza invasora y se esgrimía como método de presión para la opinión pública. Es una declaración de bondad humana, pero que no puede guiar la acción de un gobierno cuando a un país soberano como Ucrania no le han dejado elegir y le han llevado a la guerra de manera unilateral.

Ponerse de perfil entre el invasor y el agredido puede convertirse en parte de la agresión por muy bienintencionado que se sea. Si Ucrania pide ayuda hay que dársela, humanitaria, económica, de asilo, pero puede que también mandarles armas porque nos las piden y necesitan y es la alternativa menos dolorosa a actuar de manera directa actuando con tropas sobre el terreno y evitar así ser nosotros los franceses e ingleses que durante la Guerra Civil nos dejaron abandonados. Podemos negarnos a ser partícipes, pero eso nos convierte en neutrales en una guerra injusta, quien mantenga esa posición tiene que explicar cuál es la alternativa realista que no sirva solo para lavar su conciencia. La guerra no la hemos elegido, gritarle que no no cesa los bombardeos sobre Járkov o un posible sitio de Kiev, ha llegado a nosotros, porque somos Europa, por parte de una potencia imperialista como Rusia que ha decidido quemar las banderas con la proclama pacifista. En España vimos cómo aquellos anarquistas que siempre fueron antimilitaristas no tuvieron más opción que empuñar armas para combatir el fascismo. La historia siempre elige por nosotros.

El ardor guerrero de quienes desprecian con chanzas y burla a todos aquellos que rechazan un conflicto que solo genera caos, dolor y muerte es sin duda la posición más despreciable que nace desde el privilegio de una vida cómoda.Esa pulsión indigna está perfectamente representada en Arturo Pérez Reverte usando la muerte de una combatiente del Batallón Sich de Svoboda para atacar el lenguaje inclusivo. Se puede ser más gilipollas opinando en medio de una guerra, pero es difícil. Habrá que seguir buscando en esa ralea de militaristas que asiste a la devastación y la muerte con alborozo, personas que son la hez más hedionda que supura entre tanta mierda. Una recua que jalea el envío de armas, las batallas y la destrucción con un Javelin de un blindado con algún soldado ruso dentro llevado a la guerra engañado. Esa calaña que celebra la guerra como si de un partido de fútbol se tratara son una especie moral difícilmente calificable. Pero aparte de su indignidad, sus representantes políticos tienen que asumir el coste de la escalada y las consecuencias de los actos bélicos que enardecen, además de explicar de dónde saldrán los recursos para iniciar un rearme. Porque toda posición política tiene un coste y sus consecuencias.

Todo es terrible, así que al menos defiendan sus posiciones con la humildad y la consciencia de que cuando la historia aprieta no hay una posición pura e inmaculada que arrojar al adversario. No pasa nada por no saber cuál es la respuesta adecuada desde nuestra posición con respecto a la política que es necesaria en Ucrania porque todas tienen problemas, generan contradicciones y ninguna garantiza el éxito y la bondad. Puede que sí haya que enviarles armas para que se defiendan, o rechazarlo y aumentar la vía diplomática, o ambas a la vez, lo que sí sabemos es que todas esas propuestas las podemos valorar e intelectualizar desde una posición cómoda y segura. Un privilegio que me incomoda profundamente cuando veo a esa profesora de Kiev llorando y agarrada a un arma que quisiera enterrar para recuperar su tiza y la vida que tenía hace solo diez días.