Miles de personas han sido evacuadas de comunidades como Castilla y León, Galicia, Extremadura, Castilla-La Mancha y Madrid debido a la cercanía de las llamas y al riesgo de inhalar humo. La amenaza no se mide solo en hectáreas quemadas, sino también en los daños que provoca en órganos vitales y en el bienestar emocional: el fuego deja un rastro que va mucho más allá de las llamas.
1. Gases invisibles, daños reales
El humo de un incendio está compuesto por monóxido y dióxido de carbono, junto con partículas microscópicas que, al inhalarse, alcanzan los pulmones, pueden pasar a la sangre y alterar el sistema inmunitario. “Se quedan en los pulmones, pueden pasar a la sangre y pueden alterar incluso el sistema inmunitario”, advierte Rosa Pérez, enfermera y coordinadora de Divulgación en la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES).
El monóxido de carbono es especialmente peligroso porque se une a la hemoglobina y desplaza al oxígeno, dificultando la respiración y favoreciendo problemas circulatorios. A esto se suman compuestos como el benceno y el cianuro, presentes sobre todo en incendios cercanos a zonas urbanas, donde arden plásticos, vehículos y materiales de construcción. Estos químicos, según la experta, pueden permanecer en el aire incluso días después de extinguirse las llamas.
2. Ojos bajo ataque
Las partículas tóxicas se adhieren a la superficie ocular, provocando picor, ardor y sensación de sequedad. En estos casos, lo más recomendable es lavarse los ojos con suero fisiológico o usar lágrimas artificiales. La prevención pasa por cubrir los ojos con gafas protectoras cuando se transite por zonas afectadas.
3. Tos, mucosidad y dificultad respiratoria
La inhalación de partículas en suspensión irrita la garganta y la nariz, activando una respuesta inflamatoria. Esto se traduce en tos, aumento de mucosidad y picor en la garganta, “como si tuvieras tierra”, describe Pérez.
En personas asmáticas, la exposición puede desencadenar ataques de asma. Los pacientes con enfermedades respiratorias crónicas pueden presentar sibilancias y una notable dificultad para respirar. Para reducir el riesgo, se recomienda el uso de mascarillas con filtro N95.
4. Dolores de cabeza y mareos
La inhalación de monóxido de carbono provoca dolores de cabeza, mareos y sensación de debilidad. “En las emergencias, cuando alguien nos llama diciendo que le duele mucho la cabeza o que está mareado y es invierno, siempre preguntamos si tiene brasero o estufa, porque puede haber una intoxicación por monóxido de carbono”, explica la enfermera.
5. Impacto en el corazón y la circulación
La falta de oxígeno obliga al corazón a bombear con más fuerza y rapidez, provocando taquicardias, dolor torácico y fatiga. En personas con cardiopatías, esto puede derivar en infartos, anginas o arritmias. “Esta taquicardia en personas que tengan el corazón ya delicado les puede ocasionar problemas circulatorios”, advierte Pérez.
6. Vulnerabilidad y diferencias de género
Los más afectados por la exposición al humo son las personas mayores, pacientes con patologías crónicas, mujeres embarazadas y niños. Pérez añade que las mujeres toleran peor la inhalación de humo que los hombres, lo que incrementa el riesgo en situaciones de emergencia: “Una mujer mayor con enfermedad crónica es posible que lo lleve peor”.
7. La herida invisible: el impacto psicológico
El fuego también quema por dentro. La amenaza de perder la vivienda, la vida o los animales genera un impacto emocional que, en muchos casos, deriva en estrés postraumático. “A veces nos centramos en el daño físico y olvidamos el psicológico, que es muy importante”, subraya la experta de SEMES.
Prevención: la mejor protección
Los efectos sobre la salud varían según se trate de incendios forestales o en espacios cerrados. En una vivienda, el humo procede de muebles, plásticos y materiales sintéticos, mucho más tóxicos. En estos casos, la principal causa de muerte no son las quemaduras, sino la intoxicación por humo. Cruz Roja recuerda medidas básicas:
- No encender fuego en el monte, salvo en zonas habilitadas.
- Apagar completamente cualquier resto de fogata con agua y tierra.
- No fumar en el monte ni arrojar colillas o cerillas.
- Recoger y depositar la basura en contenedores, prestando especial atención a vidrios y latas que puedan actuar como lupa.
En un verano marcado por la virulencia de los incendios, la salud se protege con prevención, sentido común y atención tanto al cuerpo como a la mente.