Roy J. Glauber tenía tan sólo 18 años cuando en 1943 "alguien de Manhattan" vino a entrevistarle. Él era un estudiante sobresaliente, así que poco tardó el entrevistador, un emisario del gobierno norteamericano, en darse cuenta de que podría ser un buen candidato para participar en una operación ultra secreta: el proyecto científico más importante del momento.

Los Álamos, el laboratorio científico de referencia

"No nos dijeron absolutamente nada. No sabíamos adónde íbamos. Debíamos enviar todas nuestras posesiones a algo llamado apartado de correos 1663, en Santa Fe, Nuevo México. Así que, enviamos todas nuestras cosas por ferrocarril a esa dirección postal que, evidentemente, era ficticia"

Así recordaba Glauber, a sus 86 años, cómo llegó a Los Álamos: el laboratorio donde los mejores científicos de todo el mundo estaban desarrollando las primeras armas nucleares. Era lo que se conocía como Proyecto Manhattan. Ahí "todo era clandestino, secreto", insistía Glauber, fallecido en 2018.

Sin embargo, cuenta María Teresa Soto - Sanfiel, directora del documental 'That’s the Story', que aborda esta parte de la vida del Premio Nobel de Física 2005 y que es el origen del libro 'La última voz', el secretismo estuvo a punto de desaparecer porque la prensa empezó a sospechar.

"Cada vez que los científicos hacían un experimento, temblaba la tierra"

"Cada vez que los científicos hacían un experimento, temblaba la tierra y los vecinos de Santa Fe, la población más cercana, empezaron a mosquearse. Entonces, un periodista muy astuto empezó a investigar y a preguntarse qué pasaba ahí. Indagó y, a pesar de que se aproximó mucho a la realidad, no pudo acabar de configurar con certeza a qué se dedicaban quienes trabajaban en Los Álamos". Pero entonces, alguien sugirió: "Están construyendo limpiaparabrisas para sus submarinos".

Glauber, testigo del inicio de la era atómica

'La última voz', escrito por María Teresa Soto - Sanfiel y José Ignacio Latorrre, recoge un testimonio excepcional, el de un observador que, sin tomar ninguna decisión importante, se convirtió en el último testigo del proyecto con el que arrancó la era atómica.

"En Los Álamos se prohibió usar la palabra bomba. Una vez, en un seminario donde se dijo 'y la bomba hace esto...', el general Groves, que era el director de todo el Proyecto Manhattan, entró en cólera y preguntó: ¿Qué pasa aquí? Y después, Oppernheimer, el director del laboratorio empezó a usar la palabra gadget. Fue a partir de ahí cuando el término 'bomba' desapareció".

Conmoción tras la prueba Trinity

No se podía mencionar, pero se avanzaba en las pruebas para hacer explotar la bomba. El 16 de julio de 1945 se llevó a cabo el ensayo Trinity, la primera prueba de un arma nuclear de la historia. "De repente el cielo empezó a iluminarse de abajo a arriba", recordaba un emocionado Glauber. "El flashazo inicial rápidamente se perdió tras la colina. Fue algo que nos asustó a todos".

"De hecho, en el laboratorio hubo un silencio tremendo durante mucho tiempo porque allí todos estaban como tratando de entender, de digerir esa cosa tan potente que habían hecho", añade Soto-Sanfiel, coautora de 'La última voz'.

La detonada en el ensayo Trinity fue una bomba muy similar a la lanzada sobre Nagasaki que, junto a la Hiroshima, provocaron más de 200 mil muertes. Y aunque Glauber defendía que "no se debía juzgar el pasado con la opinión del presente", él lo tenía claro: "Fue una locura desde el principio, el mundo sería mejor si nunca se hubiera desarrollado".