Fue el año sin verano y sucedió en 1816. El hemisferio norte quedó sumido en un intenso y frío invierno. ¿La culpa? Del volcán Tambora, situado en Indonesia, cuya erupción hizo que una intensa nube de ceniza negra cubriera el planeta.

A la escritora británica Mary Shelley aquello la sorprendió de visita en la casa suiza del poeta romántico Lord Byron. En pleno confinamiento, su anfitrión la retaría para ver quién podía crear el mejor relato de terror.

La ciencia detrás de la ficción

Aquello haría nacer en la cabeza de la escritora la idea de una de las primeras novelas modernas de ciencia ficción de la historia. Se trata de 'Frankenstein', cuyos retazos iniciales estaban basados en los llamados 'experimentos galvánicos', con los que en la época se buscaba revivir con electricidad cuerpos inertes.

El personaje del doctor Frankenstein, cuyo anhelo era precisamente ese, estuvo además inspirado en un científico real. Curiosamente, el excéntrico Andrew Crosse acabaría corriendo una suerte muy similar a la de su análogo en la ficción, al ser aislado y denostado por asegurar había sido capaz de crear vida experimentando con cadáveres y electricidad.

Un legado desaparecido

Tras su muerte, en 1855, un incendio arrasaría su mansión acabando con los archivos que recogían los resultados de sus controvertidos trabajos.

Aunque fueron utilizados para inspirar terror, ¿quién no desearía hoy poder acceder a aquellos valiosos documentos? La ciencia ya nunca podrá hacerlo, pero siempre nos quedará la literatura para seguir intentándolo.