Martín López Lam

Editorial: Aristas Martínez

Año de publicación original: 2025

El aire de Bruma huele a hierro y a miedo. No es que los personajes estén en peligro: es que la propia realidad parece querer devorarlos. Tres niños caminan entre pueblos derruidos, atravesando calles vacías que parecen anticipar cada pensamiento que se atrevan a tener.

La bruma no es solo un fenómeno. Es como un personaje más: invisible, omnipresente, capaz de susurrar la verdad o inventarla. Desde la primera página, Martín López Lam, artista peruano afincado en Valencia, te obliga a dudar de lo que ves.

Dos cómics en uno

Esta novela gráfica se divide en dos mundos que se miran y se contradicen al mismo tiempo. La primera parte, en un opresivo blanco y negro, es austera y sugerente: cuerpos descalzos, ruinas de casas y calles y un silencio roto por pasos que crujen sobre piedras sucias.

López Lam se mueve entre lo político y lo psicológico sin que el lector se percate de esa transición

Funciona como una especie de mapa emocional: nos ancla en la supervivencia, en la vulnerabilidad tangible de los niños. Cada sombra y cada línea refuerzan la sensación de soledad y amenaza constante.

La segunda parte, en un color vívido, eléctrico, cambia radicalmente el registro: la bruma se materializa, los límites de las viñetas desaparecen y la narrativa se fragmenta en manchas e imágenes psicodélicas y superposiciones de texto. Aquí la realidad se vuelve fluida. Lo que parecía —recalco lo de "parecía"— concreto en blanco y negro se llena de dudas y espejismos. Es una transición mucho más que decorativa. Es la manera en la que el cómic traduce el lenguaje visual de la confusión, el miedo y la percepción alterada de sus personajes.

El juego entre ambas partes no es sólo meramente formal. Juntas crean una experiencia de lectura que desafía la certeza: el blanco y negro ofrece una composición real. Un marco donde ocurren cosas. Por contra el color nos enseña que esas cosas pueden estar equivocadas o ser manipuladas.

Libre interpretación

Es un relato postapocalíptico que no se contenta con mostrar ruinas. Quiere que sientas cómo se derrumba la confianza en la propia memoria y en lo que crees saber. López Lam se mueve entre lo político y lo psicológico sin que el lector se percate de esa transición.

El autor de Bruma quiere que los lectores sean críticos con lo que les enseñan. Esa intención atraviesa toda la novela gráfica. No hay verdades absolutas, solo indicios que los niños protagonistas —y los lectores— deben interpretar. Cada viñeta puede ser consuelo o amenaza, y a menudo ambas cosas al mismo tiempo.

El autor quiere que seamos nosotros los que le saquemos jugo a la historia

Martín López Lam experimenta mucho con los estilos de este cómic para generar tensión, fragmentar la realidad y desafiar la lectura lineal. Es una forma de narrar que no es a lo que el común de los mortales estamos acostumbrados. Sugiere más de lo que cuenta y, en ese ejercicio, puede que más de uno acabe perdido, pero es algo totalmente intencional porque el autor quiere que nos impliquemos, que nos posicionemos. Que seamos nosotros los que le saquemos jugo a la historia más que dárnoslo él todo hecho.

La fuerza de Bruma reside en esta exigencia. Pide al lector atención constante y también estar dispuesto a la incertidumbre. No es solo una historia de supervivencia. Es un acto de complicidad con el autor. Cada silencio en blanco y negro y cada explosión de color implican, más que narrar, que nos cuestionemos: ¿quién decide qué es real?, ¿cómo separas los recuerdos de la bruma que los distorsiona?

Juego de espejos

Al final, la obra se convierte en un espejo del colapso emocional y social: la bruma exterior refleja la confusión interna, y la lucha de los niños por orientarse en un mundo roto se vuelve también en nuestra propia prueba como lectores. Bruma no busca confort, sino reflexión y algo de vértigo. Te deja exhausto y fascinado, con la sensación de haber atravesado un territorio donde lo real y lo imaginario ya no se distinguen con claridad.

Al final, la obra se convierte en un espejo del colapso emocional y social

Si aceptas su desafío, la recompensa es inmediata. Es una experiencia de lectura intensa, arriesgada, que combina lo íntimo con lo apocalíptico, lo concreto con lo alucinado. López Lam demuestra que el cómic puede ser más que una historia. Puede ser atmósfera, emoción y filosofía visual, todo en un solo golpe.

Bruma te deja marcado. Sobre todo por ese epílogo que le da la vuelta a todo y que deja abierta la puerta para que seamos nosotros los que saquemos nuestras propias conclusiones. Como si el aire mismo que respiramos pudiera susurrarnos mentiras. ¿Le creemos o no?

Sigue el canal de Ahora Qué Leo en WhatsApp para estar al tanto de todas nuestras reseñas, reportajes y entrevistas.