Alston Anderson
Traducción: Enrique Maldonado Roldán
Editorial: Trotalibros
Año de publicación original: 1959
Lo que más curiosidad me produce de Alston Anderson es todo lo que no se sabe de él: ese enorme agujero de silencio por el que se coló un día, allá por los años setenta, y del que solo emergió en 2008, cuando murió en un hospital de Manhattan. Murió en soledad. Nadie preguntó por él.
Lo que sí sabemos puede resumirse en un puñado de líneas: nació en Panamá en 1924, vivió en Carolina del Norte, sirvió al ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, pasó un tiempo en Mallorca, coincidió con escritores de la talla de James Baldwin y Robert Graves, fue considerado uno de los autores afroamericanos del momento, tuvo problemas de adicción, y a partir de 1965 algo se torció del todo. Fue con la publicación de su primera novela, All God’s Children. No fue bien recibida por parte de la crítica.
Tras la mala recepción de su primera novela, Alston Anderson dejó de escribir y se esfumó durante tres décadas
Y entonces Alston Anderson dejó de escribir y se esfumó, dando inicio a tres décadas de misterio.
Si ahora le recordamos es gracias al empeño de una pequeña editorial por rescatar libros extraordinarios de los que no se acuerda nadie. Porque poco antes del fracaso de aquella novela, Anderson escribió un exitoso libro de relatos: Galán.
El lenguaje como identidad
Publicado en 1959, los quince relatos están unidos por la familia Jessup, cuyos familiares van y vienen a lo largo de la obra. Los textos funcionan como fotografías de escenas cotidianas: una partida de damas, una pelea en una barbería, un día de pesca, un viaje en tren, un encuentro con un perro perdido... Como las historias que narra, la escritura de Alston parece sencilla. Es directa y cortante. En ocasiones escribe a hachazos. Y solo hay que asomarse a alguno de los tajos para descubrir una herida.
El traductor, Enrique Maldonado Roldán, ha recreado a la perfección la jerga afroamericana empleada por Anderson
Los relatos transcurren en los márgenes del sur de Estados Unidos. El racismo late en el transcurso de las casi 200 páginas, por donde se pasean drogadictos, vagabundos, estafadores, mujeres y hombres violentos y marginados. Y con todo, hay espacio para la luz y la reivindicación: "Lo primero que tienes que saber del problema racial es que no hay problema racial", dice uno de los personajes. "La gente no son como las vacas o los caballos que los puedes criar y poner etiquetas. Ningún hombre puede ser dueño de otro. Pregúntale a cualquier blanco vivo lo ques la libertad y lo primero que hará será sentarse y escribir un libro".
En este fragmento se aprecia uno de los puntos fuertes de Galán. Ese ques no es una errata. Es la oralidad –y la identidad– que Alston le otorga a todos sus personajes. Los cuentos están plagados de referencias culturales y expresiones propias de la jerga afroamericana que el traductor, Enrique Maldonado Roldán, ha sabido recrear a la perfección. Y es justo decir que si Galán brilla es gracias, en gran parte, a su magnífica traducción.
Unos cuentos brillantes
Hay relatos cortos y largos. Sórdidos y divertidos. Impactantes y entrañables. La mayoría brillantes. Pero uno de ellos, el titulado Días de internado en Carolina del Norte, me resulta especialmente mágico. En él se narra el día a día de dos chavales en un internado, Geechie y Aaron. Anderson cuenta con delicadeza y dulzura el nacimiento de una amistad adolescente. Tan intensa. Tan verdadera.
"Quería decirle todo lo que había disfrutado siendo su compañero de habitación, pero era incapaz de poner palabras a lo que sentía", piensa Aaron en un momento dado. "Y entonces, justo en ese momento, me miró y sonrió. Y supe que él sentía lo mismo. Daba un poco de vergüenza, en cierto modo: como intentar decirle a tu hermano que lo quieres mucho".
Hay relatos cortos y largos. Sórdidos y divertidos. Impactantes y entrañables. La mayoría brillantes
El cuento funciona como el corazón de una novela, pero no sabemos qué ha ocurrido antes ni después. Y aunque desearía saberlo, y fantaseo con las vidas de estos dos amigos, entiendo que ahí reside la magia: en lo que nunca se cuenta, en lo que se insinúa y luego desaparece. Es como si Alston Anderson siguiera hablándonos desde aquel agujero de silencio; como si su obra fuera un eco de su propia vida: fragmentaria, luminosa y, al final, rodeada de sombra.
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