Morten Brask
Traductora: Marta Armengol
Editorial: Duomo
Año de publicación original: 2025
William James Sidis es un hombre de mediana edad, solitario, que cada día baja por las escaleras de su oficina para no coincidir con nadie en el ascensor. Su trabajo es rutinario, a veces incluso insignificante. Es oficinista en 1944. Antes había sido portero. Trabajos alejados de lo que se podría esperar del niño prodigio más joven en haber estudiado en Harvard. Sidis, ahora un adulto corriente, había sido ese niño.
Aprendió a leer a los 18 meses, a los seis años ya hablaba más de ocho idiomas y para cuando cumplió ocho ya había escrito varios libros de anatomía y astronomía. En total, escribió más de 40. Fue admitido en Harvard a los once y, a lo largo de su vida, llegó a estudiar siete carreras.
Su cociente intelectual, estimado entre 300 y 320, superaba al de apellidos como Einstein o Newton
Su cociente intelectual, estimado entre 300 y 320, superaba al de apellidos como Einstein o Newton. Admirado y envidiado, pero sobre todo incomprendido, William Sidis murió en soledad a los 46 años. Y el mundo olvidó su nombre. La vida perfecta de William Sidis es un tributo a una de las mentes más brillantes de la historia. Un homenaje novelado, por supuesto. Porque hay partes que necesariamente han tenido que salir de la imaginación de su autor, Morten Brask.
El problema que nunca resolvió
No es fácil ser el hombre más inteligente del mundo. No había llegado a la pubertad y Sidis ya desarrollaba teorías de la cuarta dimensión, un concepto tan abstracto y difícil de entender como él mismo. Brillante pero incomprendido por ser diferente. Ser el niño raro y a la vez cumplir con las expectativas de una mente extraordinaria se convirtió en un peso insoportable que le llevó al aislamiento.
Sidis fue alguien capaz de descifrar el universo, pero incapaz de encontrar un lugar en él
Decía que su objetivo era vivir una vida perfecta y que la única forma para conseguirlo era vivirla en soledad. No es una afirmación muy común, pero sí la confesión de alguien que ha sufrido el rechazo y el aislamiento de una sociedad que primero lo ensalzó, y después lo empujó al olvido. Así, Sidis terminó refugiándose en su propio mundo, su único lugar seguro.
Morten Brask reconstruye en sus páginas esta paradoja: cómo alguien capaz de descifrar y desarrollar teorías para comprender el universo es incapaz de encontrar un lugar en él. A través de capítulos que alternan su infancia con sus días de adulto, Brask nos muestra la evolución de una persona que pasó de ser un niño prodigio a un hombre solitario y triste.
Convertido en un experimento
La novela también plantea una reflexión sobre el papel de los padres y el sistema educativo. El padre de William, Boris Sidis, fue un psiquiatra y filósofo obsesionado con demostrar sus teorías pedagógicas. Decía que William era un niño normal y que la clave era cambiar el sistema educativo y enseñar a los niños antes de la edad escolar. Para comprobarlo, convirtió a su propio hijo en un experimento, empujándole desde su nacimiento a memorizar y desarrollar todo tipo de conceptos científicos.
Boris Sidis convirtió empujó a su hijo a memorizar y desarrollar todo tipo de conceptos científicos
Pero ese regalo fue también una maldición. William sabía hablar decenas de idiomas, pero jamás aprendió a tener amigos. Desarrollaba teorías matemáticas, pero no jugaba a juegos infantiles. Su vida fue un laboratorio desde que nació. Sus padres criaron un cerebro, sí, pero le privaron de su infancia y de las herramientas básicas para lidiar con las emociones.
Ateo y abiertamente comunista
Lo que también sorprende de Sidis es que no solo fue una calculadora humana. También fue un hombre con unas férreas convicciones sociales y políticas. Se declaró ateo y comunista en la América conservadora del siglo XX. Encabezó varias marchas y protestas lo que le llevó a ser arrestado varias veces.
Esta faceta más humana en la novela viene dada de la mano de Martha Foley. Ella fue la única mujer capaz de romper el aislamiento y su coraza. Fue un amor frustrado, pero también la prueba de que incluso la persona más solitaria, anhela comprensión y afecto.
Más que una biografía esta novela es un homenaje a la humanidad de William Sidis
La vida perfecta de William Sidis rescata del anonimato a este genio. Brask no nos hace verlo como un bicho raro, sino como un hombre herido del que sentir compasión y con el que sentirnos identificados. Nos obliga a replantearnos el significado del éxito y, si como solemos creer, alcanzarlo es sinónimo de felicidad.
Más que una biografía, esta novela es un homenaje a la humanidad de un hombre. Porque William James Sidis fue algo más que una mente extraordinaria: fue también alguien que, como todos, quiso tener su vida perfecta.
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