Un simple detalle logístico en el sistema sanitario de Gales ha permitido observar un patrón que hasta entonces había permanecido invisible. Aprovechando esta oportunidad única, un equipo internacional de investigadores ha analizado miles de historiales médicos que podrían cambiar la forma en la que entendemos la demencia y quizá, en el futuro, cómo la prevenimos.

Una política inesperada que destapó lo que nadie estaba buscando

En Gales, una peculiar norma de vacunación podría haber generado la evidencia más sólida hasta la fecha de que la vacuna contra el herpes zóster reduce el riesgo de demencia. Un nuevo estudio dirigido por Stanford Medicine, publicado en Nature, revela que las personas mayores galesas que recibieron esta vacuna tuvieron un 20% menos de probabilidades de desarrollar demencia en los siete años siguientes. Los resultados apoyan una teoría cada vez más aceptada: los virus que afectan al sistema nervioso podrían aumentar el riesgo de deterioro cognitivo. Y si esto se confirma, una parte de la prevención de la demencia ya podría estar en nuestras manos. Un segundo estudio, publicado en Cell, apunta aún más lejos: la vacuna también podría ralentizar el avance de la demencia en personas ya diagnosticadas.

La clave estuvo en un "experimento natural"

Hasta ahora, los estudios que relacionaban esta vacuna con un menor riesgo de demencia sufrían un sesgo complicado de eliminar: las personas que se vacunan suelen ser también aquellas que cuidan más su salud de múltiples formas no registradas. Esto dificulta saber si lo que reduce el riesgo de demencia es la vacuna. El caso de Gales permitió sortear este obstáculo; el programa de vacunación, iniciado el 1 de septiembre de 2013, establecía que solo las personas que tuvieran 79 años exactamente en esa fecha podían vacunarse durante ese año. Quienes ya habían cumplido 80 antes de ese día nunca serían elegibles. Una diferencia mínima de días marcaba quién recibía la vacuna y quién no. Esa frontera arbitraria creó sin querer un entorno casi idéntico a un ensayo clínico aleatorizado. Al comparar a quienes cumplieron 80 la semana anterior y la semana posterior, los investigadores podían observar los efectos de la vacuna sin el sesgo de los hábitos de vida.

¿Por qué este estudio es tan poderoso?

Porque las circunstancias fueron únicas: dos grupos prácticamente idénticos, separados solo por una norma burocrática. Los investigadores analizaron los datos de más de 280.000 adultos mayores que no tenían demencia al inicio del programa. Observaron que la vacuna redujo el herpes zóster en un 37%, para 2020 uno de cada ocho había desarrollado demencia y entre los vacunados, el riesgo fue un 20% menor. Los dos grupos fueron indistinguibles en educación, uso de otros tratamientos preventivos o prevalencia de enfermedades como diabetes, cáncer o patologías cardíacas. La única diferencia real fue la aparición de demencia.

¿Puede la vacuna ralentizar la demencia incluso después del diagnóstico?

El equipo también analizó datos de personas que ya vivían con demencia cuando comenzó el programa. Los hallazgos fueron sorprendentes; los vacunados tenían menos probabilidades de morir de demencia en los nueve años siguientes, entre los 7.049 participantes con demencia al inicio casi el 50% de los no vacunados murieron de la enfermedad y alrededor del 30% de los vacunados lo hicieron. Además, quienes recibieron la vacuna también tenían menos probabilidades de desarrollar deterioro cognitivo leve, la antesala de la demencia. Lo más destacable según el investigador Pascal Geldsetzer, es que la vacuna podría tener beneficios preventivos, retardantes y potencialmente terapéuticos. El estudio encontró que la protección contra la demencia fue mucho más pronunciada en mujeres, posiblemente por diferencias inmunológicas o porque el herpes zóster es más común entre ellas. Sin embargo, aún no se conocen los mecanismos exactos.