El director del laboratorio de inminorregulación Hospital Gregorio Marañón, Rafael Correa, explica que nuestro sistema inmunitario cumple con su labor y al recibir un órgano trasplantado, lo detecta como elemento extraño y trata de eliminarlo.

Para evitar que esto suceda, el hospital ha desarrollado una terapia pionera con bebés, a través de la cual se utilizan células del propio bebé para evitar el rechazo al órgano y que sólo sean trasplantados una vez en su vida.

Así, existe un tejido conocido como “Timo”, que se sitúa encima del corazón. De él se extraen unas células inmunes, las células T reguladoras, que se aíslan y se expanden en un laboratorio durante una semana.

Pasado este tiempo, las células vuelven a introducirse en el organismo del bebé, y con ello consiguen evitar el rechazo del órgano trasplantado, alargando su vida.

Este es el caso de Irene, un bebé que vivió un trasplante de corazón a los 6 meses. Ha recibido un tratamiento de células T y “no se ha observado ningún signo de rechazo, su corazón está funcionando perfectamente”, afirma el doctor Correa.

Se trata de una terapia esperanzadora centrada, de momento, en niños. Con ella se podría evitar el uso de fármacos inmunosupresores, así como los efectos secundarios que conllevan. La calidad de vida de los menores podría mejorar solo con rebajar la frecuencia y la dosis.