En este sentido, el informe destaca que los patrones clásicos de masculinidad, por los cuales ellos toman decisiones más perjudiciales para la salud, podrían explicar en parte este fenómeno. No obstante, la situación de la mujer en España con respecto a otros países se refleja en el Índice Europeo de Igualdad de Género, donde ocupa un sexto lugar en el ranking. Dentro de las dimensiones que componen este índice, destacan las cuestiones relacionadas con la salud como la esperanza de vida.

Por el contrario, en lo que respecta a la situación financiera, laboral y el papel de la mujer en los cuidados, España está por debajo de la media europea. Con respecto al nivel socioeconómico y el acceso al mercado laboral, es relevante desglosar por género la calidad de los empleos, donde el balance es negativo para las mujeres, con mayor prevalencia de jornadas parciales, temporalidad y un salario medio anual aproximadamente 6.000 euros por debajo del que reciben los hombres. Esto afecta a la salud ya que la precariedad laboral se asocia a peor salud física y mental.

Por otro lado, el rol de cuidador principal acarrea impactos directos en la salud y las mujeres son las que asumen en mayor medida este papel.

Esto es así porque tradicionalmente la socialización de los hombres ha sido enfocada hacia la esfera pública, mientras que la de las mujeres se enfocaba hacia la privada. Para la mujer, ser cuidadora se ha percibido como una obligación moral, con presencia en el hogar.

El impacto en la salud para las mujeres es también indirecto y relacionado con el nivel socioeconómico expuesto previamente. Del total de personas que han dejado su trabajo para ejercer cuidados no remunerados, solo un ocho por ciento eran hombres. E incluso cuando la mujer está en el mercado laboral, sigue ejerciendo de cuidadora informal. De hecho, asumir este rol es el principal motivo que alegan las mujeres en España para no desempeñar un empleo con jornada completa. En este contexto, se muestra que la mayoría de las cuidadoras informales pertenecen a un estrato socioeconómico bajo y no disponen de redes de apoyo. En conclusión, se agregan y perpetúan dos causas de inequidades en salud, género y estatus socioeconómico.

Cuidados en un hospital
Cuidados en un hospital | Pexel

Asimismo, el sesgo de género en la salud comienza con la propia generación del conocimiento, es decir, en los ensayos clínicos donde las mujeres de entre 18 y 35 años no se suelen incluir por sus variaciones hormonales. Los ensayos clínicos son el patrón de oro de la evidencia científica y, sin embargo, por motivos relacionados con el perfil hormonal de la mujer, incluyendo el período menstrual o la toma de anticonceptivos, pero también por mayores tasas de abandono de los ensayos, se ha tendido a excluir a las mujeres de estos estudios. Paradójicamente, estos motivos no hacen sino reforzar la necesidad de que las mujeres participen en estos ensayos.

El impacto de la violencia de género en la salud y el sistema sanitario

Por otro lado, la violencia contra la mujer y los abusos sexuales también presentan diferentes consecuencias en la salud a corto, medio y largo plazo, incluso muchos años después de haber cesado el abuso.

Existen problemas de salud inmediatos que se asocian rápidamente con la violencia física o sexual como fracturas, infecciones genito-urinarias, embarazos no deseados o muertes violentas.

Sin embargo, es relevante destacar que en la mayoría de los casos las agresiones sexuales, incluyendo las violaciones, no dejan daños físicos visibles en el momento.

A largo plazo, existen numerosos problemas de salud que se relacionan con la violencia contra la mujer y cuya conexión no es tan fácilmente detectable. Estas mujeres presentan mayor prevalencia de enfermedades que pueden estar infraestimadas, como patología gastrointestinal, dolores crónicos o pérdidas de memoria. También se ve un incremento del riesgo en patologías que constituyen una importantísima carga de la morbimortalidad de los países con altos recursos, como el infarto o el ictus.

Mujer ingresada
Mujer ingresada | Pexels

Teniendo en cuenta cuestiones como raza, educación o ingresos, se observa que las víctimas tienen aproximadamente dos veces más riesgo que otras mujeres de padecer estas enfermedades. La salud mentalen estas personas también es crítica, con mayor probabilidad de padecer ansiedad, depresión, problemas alimentarios o estrés postraumático.

Las repercusiones para el sistema sanitario son también notables a lo largo de la vida. Una mujer que haya sufrido violencia sexual hace un uso mucho más elevado de los servicios de urgencias; en el caso de visitas a consultas de salud mental, la proporción es de dos a tres veces superior con respecto a aquellas que no han sufrido violencia sexual.