Flooxer Now» Noticias

repasamos algunas de las leyes y derechos que cambiaron para ellas con su entrada en vigor

40 años de la Constitución: así han cambiado las cosas para las la mujeres

“No sabéis la suerte que tenéis de haber nacido con Franco muerto”. La frase era un latiguillo recurrente de mi profesora de Lengua de EGB, allá por finales de los 80, cada vez que nos portábamos peor de lo que ella esperaba. Lo cierto es que tenía bastante mala baba, y a veces parecía querer añadir “no sabéis lo que es sufrir, niñatos: en otros tiempos os hubiera atizado con una regla y me hubiera quedado tan ancha”.

-Imagen no disponible

Imagen no disponibleMontaje

Publicidad

Algo de razón no le faltaba: los que habíamos nacido en las postrimerías del régimen franquista y crecido viendo en televisión ‘La Bola de Cristal’ no valorábamos lo afortunados que éramos frente a quienes, como ella, habían vivido su juventud en una España en blanco y negro.

Y eso que los 80 también tenían su cosa: atentados de ETA cada pocos días (uno de ellos con coche bomba incluido en la puerta de mi colegio), heroína por doquier y yonkis con chándal de táctel que te atracaban jeringuilla en mano, cardados imposibles… Pero con eso y con todo, una cosa parecía clara: la democracia, con todas sus deficiencias, parecía no tener vuelta atrás.

Con el tiempo he entendido que, quizá, con aquella frase acordándose de Franco, mi profesora de EGB no se refería a nada de lo anterior. Es posible, incluso, que se dirigiera sólo a una mitad de la clase: la femenina.

Ser mujer antes de 1978

Y es que, como en casi todo, las mujeres se llevaban la peor parte antes de la entrada en vigor de la Constitución, que estableció el marco legal para el posterior desarrollo de las leyes de igualdad. Hasta aquel momento, la ley franquista consideraba a la mujer poco menos que un objeto de posesión masculina. Un símbolo del honor y de la moral social católica dominante. El pilar que sostenía la familia a base de cocinar, fregar, parir y resignarse con una sonrisa.

De entrada, hasta 1978 las españolas tenían que pedir permiso a su marido para poder trabajar, cobrar un salario o ejercer cualquier tipo de actividad comercial. Tampoco podían abrir una cuenta corriente en un banco, sacarse el pasaporte o tener carné de conducir si no contaban con el visto bueno de su marido. Sí: lo que hoy parece propio de la dictadura saudí era ley en España hace no tanto tiempo.

Adulterio y amancebamiento

La desigualdad entre hombre y mujeres estaba plasmada en su máxima expresión en delitos como los de adulterio, recogidos en los artículos 449 y 452 del Código Penal de 1944 y eliminados por la Constitución.

La infidelidad en el matrimonio tenía consecuencias distintas para ellos y ellas: en el caso de la mujer, se penaba con prisión de hasta seis años. En el del hombre ni siquiera se denominaba adulterio, sino “amancebamiento”, lo que acarreaba penas sustancialmente inferiores… o nada.

Y es que, para que el amancebamiento de un hombre fuera considerado como tal, se exigía la “habitualidad y permanencia de la relación extramatrimonial”, mientras que en el caso de la mujer bastaba con “yacer” una sola vez con un hombre que no fuera su marido para ser considerada adúltera.

Ellas también tenían mayor castigo si eran las amantes: una mujer era culpable siempre, mientras que el hombre podía salir indemne si se alegaba que desconocía que su amante estaba casada.

Uxoricidio por honor

Con una ley tan abiertamente machista, la violencia en el ámbito familiar tenía el campo abonando. El Código Penal contemplaba incluso el llamado “uxoricidio por causa de honor”, en virtud del cual el hombre que asesinara a su esposa sorprendida en plena infidelidad tan solo sufría pena de destierro de su localidad, e incluso quedaba eximido de castigo “si sólo le ocasionaba lesiones”.

En el caso de las agresiones sexuales, se consideraban únicamente delitos “contra la honestidad”, y el violador podía eludir fácilmente la cárcel si obtenía el perdón de la víctima… o si la llevaba hasta el altar, en una suerte de final feliz en la imaginería de los legisladores de la época.

¿Divorciarse? ¿Tomar la píldora? Dos conceptos impensables antes de 1978. Pese a que nuestro país había sido pionero con la aprobación de una ley de Divorcio en 1932, durante la II República, el nacionalcatolicismo franquista la derogó en octubre de 1939, poco después de terminar la guerra civil. Hasta 1981 no se aprobó la actual ley del divorcio.

Y no fue fácil: lo hizo con 162 votos a favor y 128 en contra (entre otros los de Alianza Popular, hoy el PP). En el caso de la píldora anticonceptiva, su uso se legalizó prácticamente a la vez que se aprobaba la Constitución en las Cortes, otorgando por primera vez a la mujer un cierto control sobre su propia salud reproductiva y sexual.

Las madres de la Constitución

Todos estos cambios llevan a hacerse una pregunta inevitable: ¿Cómo es posible que aquellos hombres, herederos del propio sistema franquista y muchos de ellos parte activa de él, decidieran casi de la noche a la mañana Quizá porque, aunque ellos pasaron a la historia como los padres de la constitución, en su gestación también hubo madres de la misma.

“El trabajo de mujeres en la redacción de la Constitución fue completamente invisibilizado”, explica Oliva Acosta, directora del documentalLas Constituyentes, que analiza precisamente el papel que jugaron las mujeres en la confección y posterior debate sobre los derechos que debía incluir la Carta Magna.

En el documental, Acosta entrevista a 27 políticas que, desde su trabajo parlamentario en la legislatura constituyente de 1977 a la aprobación de la Carta Magna, fueron clave en el camino hacia la democracia. Mujeres como Asunción Cruañes (que falleció apenas tres meses después del rodaje), Soledad Becerril, Dolors Calvet o la propia Belén Landáburu lucharon por defender unos derechos que, tal y como apunta Acosta, “no eran en absoluto prioritarios para ellos”.

“Son ellas las que introducen el concepto igualdad de sexo en el artículo 14”, explica Acosta. “Consiguen un artículo que es histórico, porque por primera vez declara la igualdad entre hombres y mujeres”. La pelea no fue sencilla.

“Se lo curaron mucho: sin ir más lejos, Belén Landáburu presentó medio centenar de enmiendas a la Constitución, porque todavía contaba infinidad de elementos que perpetuaban la desigualdad sobre el papel: desde la vida familiar a lo referente a la educación, que era por donde había que empezar para cambiar las cosas”.

Nadie duda de que aún haya mucho que seguir cambiando. Y sin embargo, en un aniversario como este, conviene echar la vista atrás para ver al camino recorrido. Aunque sea para tomar impulso. O aunque sea simplemente para entender la frase que decía mi profesora de Lengua: no sabemos la suerte que tenemos de haber nacido con Franco muerto.

Publicidad