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LAS DIEZ COSAS MÁS IRRITANTES DE TODO ENLACE MATRIMONIAL

Por favor, no me invitéis a más bodas y despedidas de soltero (os lo suplico)

Junio. Temporada alta de bodas. El mes por excelencia para casarse, ya sea por la Iglesia o por lo civil. Y el momento de recibir las invitaciones de aquel primo o prima al que hace eones que no ves. ¿Bajón máximo u ocasión perfecta para pasar un día inolvidable?

-Despedida de soltera

Despedida de solteranogu.es

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Para mí, no hay duda: las bodas son sinónimo de tedio. Un compromiso odioso en el que salen a relucir algunas de nuestras peores facetas como seres humanos. Algo de lo que huir con la excusa que sea, por zafia e inverosímil que pueda parecer

He aquí, pues, los diez motivos por los que detesto las bodas con todas mis fuerzas:


1. Las despedidas de soltero/a

Vale, no forman estrictamente parte de una boda, pero son una condición sine qua non para que éstas se celebren. ¿Por qué se siguen organizando despedidas de soltero? Antaño se entendían como la última ocasión para disfrutar de una libertad a la que, supuestamente, se renuncia al contraer matrimonio.

Y por ende, el momento en el que un grupo de machos celebraba su masculinidad poniéndose hasta las orejas para después irse de putas, con las que muchos tenían la ocasión de perder la virginidad. Si ya entonces era absurdo y casposo, no digamos ya en la actualidad, cuando las despedidas de soltero han quedado convertidas fundamentalmente en una etílica y disputada competición por ver quién hace más el ridículo: si un grupo de mujeres con falos de plástico en la cabeza u otro de hombres ataviados con algún disfraz supuestamente vergonzante. Está reñida la cosa.

2. Las invitaciones

Con honrosas -y contadísimas- excepciones, las invitaciones de boda son una oda a lo rancio. Tarjetones por los que parece no pasar el tiempo (cualquier ápice de modernidad no penetra por su porosa superficie), con indicaciones innecesarias en la época del Google Maps, los nombres de los contrayentes junto al de los suegros y, en el mejor de los casos, un motivo gráfico que evoque unión, compromiso y amor eterno.

Una eternidad a la que, por cierto, sólo llegarán unos pocos elegidos: España es el quinto país del mundo donde más divorcios se producen. Un 61% de los matrimonios acaban en ruptura. Y para no pocas parejas, ese debería ser el verdadero momento de celebración.

3. La ropa

De acuerdo: los tíos lo tenemos más fácil: no necesitamos emperifollarnos hasta más allá de lo humanamente posible, como hacen ellas. Y aún así, para alguien que sólo se arregla en este tipo de ocasiones no dejan de surgir ciertas dudas. ¿Corbata, sí o no? ¿Chaleco, pajarita? ¿Y si paso de todo y voy en vaqueros? ¿Daré mucho la nota? Tomes la decisión que tomes, una cosa está bien clara: no vas a estar cómodo.

4. La ceremonia

En una ocasión, un sacerdote aprovechó la boda de un familiar para, en su sermón, disertar sobre lo que él entendía que debía ser el matrimonio: le faltó decir que 'nada de mariconadas', vamos. La gente, mucha de la cual era tan poco religiosa como el que escribe estas líneas, se miró entre confundida e incómoda, empezando por los propios contrayentes.

'No haberos casado por la Iglesia', pensé yo. No siempre un concejal o alcalde es mejor, e incluso a veces puedes llegar a echar de menos la formalidad de una iglesia. Por ejemplo, en el momento en el que el hermano, primo o cuñado graciosete sube al estrado a contar una colección de anécdotas sobre los novios. Anécdotas a las que todo el mundo aplaude, pero que, en realidad, sólo a él le hacen gracia.

5. La cena

Uno de mis primeros trabajos fue como camarero de bodas y, en menor medida, de bautizos y comuniones. La tensión que se respiraba tras el umbral de la cocina se podía cortar con un cuchillo jamonero. Gritos, estrés, sueldos de miseria y jornadas interminables, así como estupefacientes de lo más variado para aguantarlas, eran el pan nuestro de cada día, amén de las cantidades industriales de comida que terminaban en la basura, algo que particularmente obsceno.

Al otro lado de la pared el panorama es aún peor: una panda de ruidosos comensales a los que, tras comer hasta reventar, les espera una barra libre. Para un camarero, el infierno debe parecerse a esto.

6. Los amigos del novio

El cuñadómetro estalla cuando desde su mesa se exclama, cada pocos minutos, el grito de guerra de tod boda, ese ‘Vivan los novios’ secundado con entusiasmo por el resto de los asistentes. En los últimos tiempos va acompañado de otro sonido muy de macho español: el ‘Uuuuuuh’ popularizado por Cristiano Ronaldo.

También el riff de guitarra de 'Seven nation army' de White Stripes, una de esas canciones maravillosas que uno puede llegar a aborrecer por culpa de quienes la entonan en este tipo de ocasiones. Pero hay más: los amigos del novio han leído en algún foro de Internet que una boda es el mejor lugar para encontrar pareja. Así que si eres mujer y estás soltera, aléjate: difícilmente encontrarás algo que merezca la pena en un día como hoy.

7. El dinero

Esta es una de las cosas más irritantes de una boda. Porque cuando te invitan a una, en realidad el que invitas eres tú, dado que en algún lugar está escrito que tu obligación es dar dinero. Afortunadamente ya apenas hay listas de boda: ahora la cosa se sustituye directamente por un sobre en el que meter billetes o, en su defecto y en un ejercicio de honestidad algo cutre, el número de cuenta indicado en algún lugar bien visible de la invitación. Sea como sea, el objetivo es que hagas una generosa donación con la que la pareja pueda costearse su luna de miel. Y sí: da igual que tengan mucho más dinero del que tú vayas a ganar en varias bodas. Has venido a una boda y te toca aflojar, amigo. Sonríe.

8. La música


Digámoslo alto y claro: la música en nueve de cada diez bodas hace que sangren los oídos de nueve de cada diez melómanos. Y sí: es posible que seas capaz de disfrutarla: un día es un día y a nadie se le caen los anillos por bailar 'Paquito el chocolatero' de vez en cuando. Pero si uno tiene una familia numerosa y se ve obligado a acudir a un considerable número de bodas al año, la poca gracia que pudiera tener la dosis de pachanga se esfumó hace ya mucho tiempo.

9. El alcohol

La madre de todos los problemas, por mucho que algunos vean en él al padre de todas las soluciones. Nunca lo es. De hecho, hay quien se vuelve un cretino, un violento o un baboso cuando bebe. Yo tengo la teoría de que el alcohol sólo incrementa el cretinismo, la violencia o el caudal de las babas que ya vienen de serie en algunos. Sea como sea, la barra libre va a hacer que brote lo peor de la concurrencia. Y aunque no llegues al extremo de perder el control, la mezcla de las cervezas del cóctel, el vino de la cena, el champán del postre y las copas del baile te aseguran una resaca monumental al día siguiente. Verás qué risa.

10. El regreso

Las bodas son, por lo geneal, eventos que tienen lugar en enclaves remotos. Lugares a los que nunca irías y lugares desde los que no es fácil volver. Por eso la feliz pareja suele tener el detalle de disponer varios autobuses a bordo de los que poder regresar a la civilización: unos muy pronto, otros muy tarde. Volverte en los primeros, junto a los más veteranos, te hará quedar como un soso y un perdedor.

Hacerlo en los últimos será lo más parecido a hacer de extra en The Walking Dead. Tú eliges. La realidad es que, en el fondo, preferirías haber venido con tu propio coche, pero sabes que el alcoholímetro de la Guardia Civil no opinara lo mismo. De hecho, la realidad es que preferirías no haber venido. Porque en el fondo, cada vez que vas a una boda, y aunque quieras mucho a los novios, te das cuenta de lo mucho que los odias por haberte invitado.

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