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DE MOMENTO NO HE TENIDO QUE HACERLO

Nunca más compartiré piso (y te voy a contar por qué)

Una chica que conozco me comenta que tuvo que denunciar a una compañera de piso porque le tiró la ropa por la ventana y la amenazó. Otra amiga tuvo que ir a declarar en un juicio porque sus ex compañeras se habían denunciado por malos tratos. Y el caso que más me ha horrorizado es el de una chica que fue agredida por su compañera: tirones de pelo, le intentó quitar el móvil, tirarla al suelo, empujones… una verdadera paliza y todo porque le había molestado el ruido de un portazo que dio sin querer.

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Hace unos meses me despidieron del trabajo y una de las cosas que me planteé fue si tendría que volver a compartir piso. Gracias a Dios había cotizado lo suficiente como para no tener que hacerlo. Por el momento.

Cuando el dinero me empiece a faltar, no tardará mucho en que alguien me comente que podría ahorrar más si compartiera piso. Y en el caso de que la necesidad me lleve a tomar esa decisión, creo, sinceramente, que armaré el petate y me volveré al pueblo con mi madre.

Compartir piso es un engorro. En tu propia casa tienes un horario para todo. Llegué a compartir piso con tres personas y por las mañanas había colas para el baño y al mediodía para comer porque la cocina era tan pequeña que no podíamos cocinar todos a la vez. El calendario de limpieza también trae quebraderos de cabeza, a lo mejor no quieres limpiar el día que te toca o te das cuenta de que tu compi se ha saltado el calendario durante tres semanas.

En muchas ocasiones tienes que convivir con personas a las que no conoces de nada y que establecen reglas sin sentido. Una amiga comenta que en su piso no podía invitar a nadie. A veces se lo saltaba y a la compañera se le torcía el morro pero poco más, hasta que uno de los invitados resultó ser un chico. Se encerró en su cuarto y no salió hasta que no se había ido porque “me he tenido que encerrar en mi cuarto para que no me viese sin arreglar”.

Estos problemas, que son cotidianos, no son para nada los motivos por los que me niego a volver a compartir piso, pero es lo típico que piensas cuando te hablan de los problemas de la convivencia.

Pero no, hay casos mucho más extremos. Algunas de las historias que os voy a contar a continuación parecen sacadas de Mujer blanca soltera busca, pero como siempre pasa, la realidad supera a la ficción.

Cuando te cortan el cable del ventilador

Imaginad la situación: una compañera se sorprende de que pongas el ventilador por la noche (Sevilla, pleno julio). Al día siguiente, el cable del ventilador aparece cortado. No hace falta ser Sherlock para averiguar qué ha podido pasar, aunque sí que tuve que usar mis dotes deductivas para intentar que admitiese el crimen. ¿Pero cómo podía pensar yo eso de ella? Para nada, lo que pasó es que saltaron los plomos y se quemó el cable. ¿Dices que no había indicios haberse quemado y que el cable estaba desenchufado? Tranquila que llamo a un experto electricista para que nos diga que esto puede pasar.

“Ajá ¿entonces si saltan los plomos y el cable está desenchufado se puede cortar? Ah sí, gracias”. Además de esta conversación ficticia que mantuvo mi compañera, había otra razón más que obvia que le daba la razón y es que no tenía tijeras. ¿Cómo lo sé? Porque por la noche, con toda la poca vergüenza del mundo, me pidió unas prestadas.

Cuando te roban en el piso

Que te entren a robar es horrible pero cuando todos los indicios apuntan a tu compañera de piso, la situación se vuelve más violenta. El primer día del curso de cuarto de carrera mi amiga y yo lo pasamos de comisaría en comisaría y cambiando cerraduras. El piso estaba asqueroso, encontré unas bragas que no eran mías en mi cuarto y mis sábanas tenían trozos de comida pegados.

Si eso no fuese poco, a mi amiga le faltaban su mini cadena y varias cosas más. Nuestra nueva compañera se empeñaba en convencernos de que se había dejado abierto el balcón del salón y habría entrado alguien. Ese alguien había pasado por delante del televisor y el reproductor de DVD pero los había dejando intactos.

Era obvio que había sido alguien que había estado en la casa. Luego nos explicó que hizo una fiesta y que uno de los invitados era un tío que había estado en la cárcel y que podría haber sido él. Como también faltaban unas llaves, fuimos a comisaría y cambiamos la cerradura. Tras varias discusiones con padres mediante, la nueva se convirtió en ex compañera, gracias a Dios.

A un amigo le pasó algo parecido. Al llegar a la casa se encontró la puerta abierta de par en par y habían desaparecido varias cosas de su compañera. En un primer momento el tercero en discordia quiso compensar económicamente a la compañera, pero en un arrebato le quitó el dinero y les acusó de engañarlo. Al día siguiente este chico volvió a dejar la puerta abierta y le echó la culpa a mi amigo, pero la compañera lo había visto todo. Acabaron marchándose de ese piso y perdiendo la fianza pero según él “mereció la pena”.

Cuando acaba viniendo la policía

Una chica que conozco me comenta que tuvo que denunciar a una compañera de piso porque le tiró la ropa por la ventana y la amenazó. Otra amiga tuvo que ir a declarar en un juicio porque sus ex compañeras se habían denunciado por malos tratos. Y el caso que más me ha horrorizado es el de una chica que fue agredida por su compañera: tirones de pelo, le intentó quitar el móvil, tirarla al suelo, empujones… una verdadera paliza y todo porque le había molestado el ruido de un portazo que dio sin querer.

Cuando tu compañero deja de tomarse la medicación

Convivir con alguien enfermo es una situación complicada, más cuando se trata de alguna enfermedad mental. Para estas situaciones hay que estar muy preparados y claro, entrar en un piso y pedir partes psiquiátricos no es algo muy normal.

Una compañera había estado tomando medicación para el estrés (luego ya nos enteramos de que estrés no era) y por lo visto dejó de tomarla poco a poco. Así que un día, y sin venir a cuento la chica, estaba en casa gritando que la querían matar y totalmente convencida de que había una conspiración contra ella.

Tras varios enfrentamientos con otro compañero, cortar su propia ropa, tirar su comida (no sabemos si pensaría que estaba envenenada) y enfrentarse a las limpiadoras gritando que estaba loca, al día siguiente se marchó. Tras este brote psicótico, al cabo de unas semanas regresó más tranquila pero muy deprimida.

Aunque estaba más calmada, buscaba demasiada atención de mí que en ese momento vivía sola con ella. Tener a alguien constantemente pendiente de ti, queriendo estar contigo y preguntando cada vez que sales de tu cuarto que a dónde vas, agobia bastante y así acabé un día en mitad del Starbucks, al que había ido a trabajar tranquila, con un ataque de ansiedad porque me angustiaba volver a casa.

Este último caso fue el que hizo decidirme a mudarme sola. En un principio pensaba que estas cosas solo me pasaban a mí pero tras comprobar que muchos otros han vivido situaciones incluso peores no quiero arriesgarme a volver a compartir piso.

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