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DESDE OLORES HASTA CACAS

Diez situaciones embarazosas cuando se tiene perro

Desde su conocida afición a olfatear la entrepierna de mujeres con la regla hasta mostrar propensión a la diarrea en lugares poco apropiados. He aquí diez situaciones en las que, aunque sólo sea por un instante, uno se pregunta en qué momento le pareció una buena idea tener un compañero de cuatro patas.

-Cachorro de perro de la raza Jack Russell

Cachorro de perro de la raza Jack Russellondacero.es

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1. Afán de destrucción. Si en algún momento se os ha pasado por la cabeza que tener un cachorro es una experiencia maravillosa gracias a la cual vais a tener la oportunidad de educarlo vosotros mismos, os ahorraré disgustos: no lo hagáis.

Un cachorro no sólo hace sus necesidades en casa, sino que encuentra especialmente interesante destrozar todo aquello a lo que le tengas el más mínimo cariño. En mi caso pasaron a mejor vida zapatillas, teléfonos móviles, cámaras de fotos, discos de vinilo, libros, juegos de la Play… Ah, y muebles. Todos los muebles. La incomodidad se multiplica si encima lo hace en casa ajena. Una razón más (si es que hicieran falta a estas alturas) para adoptar a un perro adulto y no seguir alimentando al cruel negocio de la cría indiscriminada.

2. “¿Estos son de caza, no?” Los que conocemos de primera mano el drama que viven los galgos en España y hemos decidido adoptar uno de ellos para darles una vida digna (dos en mi caso) estamos un poco cansados de esto: no hay día que no les saque a pasear sin que uno o dos abuelos del barrio me pregunten si me dedico al noble arte de dar muerte a otros animales. Me cuentan que ellos son cazadores y que tienen 12 o 13 galgos “allí, en el pueblo”.

No, amigo: si tienes “12 o 13” perros es imposible que reciban la atención y los cuidados que necesitan. De hecho, dedicarse a la caza y decirse amante de los animales es un oxímoron de libro, digan lo que digan. Eso sí: la mejor respuesta a esta pregunta recurrente la dio un día mi madre: “¿De caza? Sí: son muy de caza. Son completamente ‘cazeros’”. El tipo se dio media vuelta y todavía debe estar acordándose del vacile.

3. Ciclistas y runners, enemigos irreconciliables. Oh, los runners. Tengo un amigo que cuando los ve siempre dice que correr es de cobardes, y no le falta cierta razón. Soy de los que piensa que nunca saldría a correr si no es por un motivo que lo justifique. Y soy ciclista, pero no los que tratan batir sus propios registros cada domingo ataviados en lycra, sino de los que creen que la bici es un excelente medio de transporte para el día a día en la ciudad.

Por eso, resulta especialmente irónico que mi perro salga disparado detrás de una bicicleta cuando la ve pasar. Eso sí: nada de es tan embarazoso como cuando le mordió el culo a un policía de paisano que había salido a correr por el parque.

4. Ese tío es raro: a por él. Negros, gente en silla de ruedas o con algún tipo de problema de movilidad, borrachos que van haciendo eses… Gente rara, a ojos de un perro. O al menos de los míos, que no dudan en considerar hostil, potencialmente peligroso o quién sabe qué a todo aquel ser humano que se sale de los cánones de lo que ellos consideran normal. Y es que, digámoslo: los perros son, por naturaleza, un poco nazis. No todo puede ser entrañable en ellos.

5. El aroma de la menstruación. Hay una ley no escrita que viene a decir que, cuanto menos le gustan los perros a alguien, más atención le prestan a ese alguien los perros. En mi caso, sienten una especial atención por la entrepierna femenina.

Pero sólo en el caso de aquellas mujeres que están menstruando. No les culpemos por esto: los perros cuentan con un invento prodigioso llamado órgano de Jacobson, u órgano vomeronasal, gracias al cual detectan feromonas que resultan indetectables para el olfato humano. Así que la cantidad de información química que transmite el olor de la menstruación resulta demasiado interesante como pasarla por alto.

6. Mundo heces. Por algún motivo, mi perro heredó de mí la tendencia a hacer de vientre con una mayor frecuencia de la que en principio se consideraría normal. En mi caso tengo claro que es por el exceso de café. En el suyo, depende de factores arbitrarios que aún no he llegado a controlar. Pero lo que sí sé es que el lugar escogido para soltar lastre siempre es el más concurrido y menos indicado.

Aún recuerdo una de estas diarreas explosivas en plena plaza de Callao. Y en ese momento, tratar de recoger el regalo es poco menos que imposible: sólo lograrás extender la mierda en círculos. En el caso de que tengas bolsas, claro, dado que las ancianas deben coleccionar las que el Ayuntamiento de Madrid dispone en las papeleras, siempre agotadas. Más repugnante aún resulta el afán de no pocos perros por comer heces, propias o ajenas.

En una ocasión, mi perro encontró un auténtico tesoro en un parque: un pañal usado. Orgulloso, lo paseó por todo el lugar, provocando sonoras arcadas entre los paseantes y domingueros. Y es que la coprofagia perruna es habitual: ellos encuentran la mierda deliciosa y nutritiva.

7. Aquí huele mal. Y seguimos con la escatología para bingo, pero este momento bien merece un apartado concreto. Invitados en casa, música de fondo y una conversación interesante que, de pronto, se trunca con un olor nauseabundo. Los pedos de perro huelen diferentes a los de los humanos, pero no por ello mejor.

Eso sí: aún me pregunto cómo es posible que, teniendo un olfato tan desarrollado, no parezcan inmutarse lo más mínimo cuando el hedor de una de estas ventosidades inunda el ambiente. Ahí siguen, tan a gusto, atufando a tus invitados.

8. Los niños, ese mundo suculento. Vivo delante de un colegio. Y no falla: cuando llega la hora de salida de los escolares, mi perros se vuelven locos. No es de extrañar: para ellos, los niños son como pequeñas máquinas expendedoras de comida.

Todo va bien si la comida se les cae al suelo, pero por algún motivo ellos entienden que, por estar a una altura perfectamente alineada con su boca, la que llevan en las manos también les pertenece. En infinidad de ocasiones me he visto en la tesitura de tener que pedir disculpas porque mi perro le ha robado un bocadillo de Nocilla a un niño. Afortunadamente, nada como dar con padres comprensivos que se lo toman bien. Los hay.

9. A este no le invites más. No he conseguido entender por qué hay amigos que mis perros no pueden ni ver. Pero sí he observado algo curioso: cuanto menos caso le hacen a mis perros, mejor les caen a estos.

Por el contrario, resulta frustrante ver cómo los amigos que más quieren a los animales -y que, por tanto, tratan de ganarse su simpatía con fiestas y carantoñas de todo tipo- son los que les generan más rechazo y desconfianza. Incluso tengo un amigo que les daba tanto miedo que, sólo de verle entrar por la puerta, se meaban de terror. Misterios del universo canino.

10. Paso de ti. Hay ocasiones en las que matarías a tu perro. Eso sí: hay que decir que con los animales la violencia no resulta útil prácticamente nunca, y menos aún cuando tu perro tiene un historial de maltrato a sus espaldas.

Lo único que conseguirás con ella es que te rehuya. y te tema Y si lo que tratas es de que te haga caso, mal asunto. En mi caso, sólo recuerdo haber pegado a mi perro en una ocasión: fue el día en que llegué tarde al trabajo porque encontró divertido no dejarse coger y torearme durante una hora y media. Cuando lo conseguí, cabreado y frustrado no pude evitar darle un par de azotes: el cabrón chillaba como si le estuvieran degollando.

Por si la situación no fuera ya de por sí suficientemente desagradable, me vio una vecina por la ventana que desde entonces me pregunta cada vez que me ve si he dejado ya de maltratar a mis perros.

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