Barbra Streisand se equivoca al clonar a su mascota, porque un perro te ayuda a entender la muerte

A mi hija de siete años, le tratamos de explicar día a día qué significa estar vivos. Y desde que tenemos perro todo ha cambiado radicalmente. Pero antes tuvimos un pez, y por insignificante que pudiera ser, él nos planteó muchas dudas morales.

El pez se murió unas 20 veces. Mi hija nunca lo supo, porque yo bajaba corriendo a la tienda de animales a comprar otro idéntico para sustituir al cadáver. Según mi hija, tuvimos el pez más longevo de la historia. Pero el dilema estaba servido, ¿qué hacemos la siguiente vez que se muera el pez? ¿Le explicamos a la niña que así es la vida, o seguimos con la farsa?

Su madre y yo estábamos hartos de esta situación, y llegó un momento en el que simplemente decidimos parar. El pez murió y se lo dijimos a mi hija. Ella lo entendió perfectamente, y tras un llanto, pasó página con toda la dignidad que su madre y yo no habíamos tenido durante los meses pasados.

Luego llegó nuestra perra. Y desde el día en el que entró a formar parte de nuestra familia yo no paro de pensar en que por mucho amor que le tengamos, llegará un día en el que no estará con nosotros.

Todos lo pensamos, en especial mi hija, que se adelantó a preguntar que cuánto viven los perros. Esta raza, unos 14 años. Con siete años ya sabes ciertas matemáticas para entender que cuando tengas 21, tu perra ya no podrá seguir a tu lado. Y esto, que podría ser una anécdota, se ha convertido en un pensamiento que nos visita de vez en cuando.

Cuando tienes perros, sabes que tus nuevos amigos son los dueños de perros del barrio. Hicimos amistad con una anciana que paseaba a su perrita, de la misma raza que la nuestra (e igual que la de Barbra Streisand). La mujer era mayorcita, pero la perra lo era aún más, estaba en las últimas.

Aquella señora se desvivía por su perra ciega, sorda y coja. El día que, finalmente, aquella perra murió, nos cruzamos con la anciana: lloraba desorientada, había perdido la única razón que le hacía levantarse por las mañanas.

A aquella mujer, no sabes si recomendarle conseguir otro perro, o simplemente: que lo asuma. Se me escapó decirle “usted ya tiene bastante con lo que tiene”, pues va con bastón y pasear un perro es lo último que necesita. Pero, estamos aquí por el amor ¿no? Es el amor lo que nos mueve.

Han pasado tres meses, la anciana sigue en con una depresión monumental, dice que se pasa el día besando las fotos de su perra fallecida.

Yo sigo pensando en la nuestra. Estoy convencido de que cuando muera, querré tener otro perro, y después otro, y así siempre. ¿Pero será de la misma raza? ¿No es morboso que fuera exactamente igual? Sería como con el pez, parecería que jamás se ha muerto. Da repelús, ¿no?

A Barbra Streisand, no le parece tan morboso. Durante años colmó las redes con fotos de su perrita Sammie, le declaró amor eterno. Y cuando ésta murió, se gastó 200.000 euros en clonarla y tener otra “igual”. No una, dos iguales: Miss Scarlet y Miss Violet.

En un mundo en el que reina un clima de sostenibilidad respecto a la adopción animal, y contra la no compra de perros, Streisand no sólo “compra”, sino que clona a un perro fallecido. El colmo para los animalistas. Y sin embargo ¿qué significa todo esto?

Miss Scarlet y Miss Violet seguramente difieren de Sammie en muchos aspectos, tienen su mismo genoma, pero se desarrollaron a partir de diferentes óvulos y se gestaron en un útero diferente al de Sammie. Y fueron criados por una madre diferente.

Tras nacer, formado su carácter a raíz de diferentes experiencias e interacciones sociales. Sus personalidades y características físicas llevan la impronta de todos estos factores prenatales y postnatales… y eso les hace únicos.

Así que, entendiendo que un perro clonado simplemente es un perro de la misma raza que el original. Lo único cierto es que Barbra Streisand todavía tiene que entender algunas cuestiones sobre la muerte, que, lamentablemente, nadie quiere aprender.