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Varanasi, el último viaje

Varanasi, el último viaje

Símbolo de la religiosidad eterna, es una de las ciudades más sagradas del planeta

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Hay destinos especiales, que transmiten espiritualidad, sagrados o centros de peregrinación como San Juan de Chamulas, en México, con sus rituales mayas; Lalibela, en Etiopía, cuyos templos excavados en la roca se adentran en las profundidades de la fe; Jerusalén, donde se cruzan las raíces de las tres religiones más importantes del mundo o La Colina de las Cruces, en Lituania, santuario contra la tiranía de la opresión. Pero entre todas ellas destaca Varanasi, la antigua Benares o Kashi, una de las ciudades más sagradas y antiguas del planeta. Con sus más de 3.000 años de existencia, esta considerada la más importante de las siete ciudades santas de India. Una ciudad que nada tiene que ver con los modelos urbanos que tenemos en occidente, es casi como una ciudad medieval y en ella se intuye un ambiente de espiritualidad al que hay que ir adaptándose poco a poco. No sólo es el centro del hinduismo tradicional, es, además, centro de enseñanza: sánscrito, medicina, filosofía, astronomía.. y una importante área comercial especializada en la artesana elaboración de la seda. No tiene majestuosos monumentos pero será el espectáculo de la vida y la muerte del venerado río Ganges lo que nos atrapará. Para los hindúes es una garantía de salvación eterna. Cada día llegan hasta sus orillas miles de peregrinos para purificar sus almas o morir junto a sus aguas, que se esparzan sus cenizas y lograr cerrar el círculo de las reencarnaciones. Impresionan sus ghats o escalinatas que descienden desde el borde de la ciudad hacia sus sagradas y puras aguas. Casi un centenar que se pueden recorrer a pie o en barco. Algunos son idóneos durante la mañana para los baños rituales, como el de Dassaswamedh, y las imágenes que se ven en ellos sorprenden. Los ghats que realizan cremaciones son los más impactantes, el más venerado es Manikarnika. Incinerarse en Varanasi es costoso debido a la deforestación en los alrededores del río tras tantos siglos de cremaciones. Funcionan día y noche a la vista de todo el mundo y los únicos que no tienen derecho a ser incinerados son los niños, las mujeres embarazadas y los muertos por picadura de serpiente. Por supuesto, en ellos no se pueden realizar fotográficas y hay que ser extremadamente respetuosos.

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