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Oceanía

Port Arthur, la prisión del fin del mundo

En un rincón del sur de Tasmania, conserva en pie los muros que la convirtieron en la 'prisión de la que no se puede escapar'.

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Un recóndito rincón de una pequeña península al sureste de la isla de Tasmania se convirtió en el siglo XIX en uno de esos lugares a los que nadie quisiera ser enviado. Y es que aquí se levantó una de las prisiones más inquietantes de la historia colonial británica: Port Arthur, que pronto se conoció con el sobrenombre de 'la prisión de la que no se puede escapar'. Tampoco la naturaleza del terreno lo hacía fácil, ya que el angosto paso de tierra que separaba la zona de la prisión, fuertemente vigilado, del resto de Tasmania obligaba a los intrépidos fugados a nadar en aguas infestadas de tiburones. El edificio fue construido en 1830, con un estilo victoriano que recuerda al de las grandes naves de Reino Unido de aquellas primeras industrias de la I Revolución Industrial. De hecho, los reclusos trabajaban en una estación maderera que era la ocupación que el Gobierno de Londres había dado a esa penitenciaría. Entre su fundación y finales de 1850 trabajaron allí algunos de los criminales más peligrosos del Imperio Británico y sus herramientas siguen siendo un reclamo turístico. De hecho, Port Arthur es una de las visitas imperdonables si se viaja hasta Tasmania, ya que el edificio se encuentra con buena parte de los muros aún en pie y se han recuperado algunas zonas que permiten ver mejor la distribución de plantas, así como otras casas adyacentes. Sus jardines, al estilo victoriano, casi nos obligan a olvidarnos que realmente estamos en lo que fue una prisión. El Sendero Convict Water Supply Trail permite conocer los molinos de harina de 1843 que allí se levantaron, los dormitorios y la capilla de los funcionarios, la morgue del hospital de la cárcel, los astilleros del puerto adyacente (aquí trabajaban 70 reclusos) e incluso una prisión más pequeña, separada, donde se colocaba a los prisioneros encapuchados y totalmente aislados. Abrió sus puertas en 1848 y se considera la primera que reemplazó los azotes por este tipo de castigo psicológico. Una carretera dirige exclusivamente hasta el asentamiento histórico, un viaje a la historia colonial australiana que difícilmente olvidará.

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