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Asia

Jaisalmer a las puerta del desierto

Tierra de frontera, cruce de culturas

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Acercándonos a la frontera con Pakistán, en la encrucijada de las rutas de caravanas que se dirigían hacia Asia, nos encontramos con un bello y aislado lugar que se resiste a ser sepultado por el desierto. Hablamos de Jaisalmer, una antigua ciudadela solitaria y lejana que se eleva como un gran castillo de arena en todo su esplendor. De entrada fascina la adaptación de sus gentes a un medio tan duro y agreste, con un calor sofocante en verano e inviernos gélidos sin olvidarnos de las tormentas de arena. Rodeada del polvo del desierto de Thar, una alfombra de arena salpicada de pequeños árboles que apenas dan sombra y donde aún se pueden ver caravanas de camellos atravesando sus dunas. Conocida como la Perla del Desierto o la Ciudad Dorada, debido a la piedra de arenisca de la que esta construida y que adquiere esta tonalidad cuando la atraviesan los rayos solares, tiene un toque mágico, congelada en el tiempo, donde podemos dejar volar nuestra imaginación a través de sus historias y leyendas. Jaisalmer, “El fuerte de la Colina de Jaisal”, en honor a su fundador Rawal Jaisal, fue creada en 1156 como la capital de las tribus guerreras del desierto para proteger a las caravanas y pronto se convirtió en un punto clave para el comercio entre Medio Oriente y Asia Central. Aprovechando la situación estratégica que le brinda la colina de Trikuta se eleva un recinto amurallado protegido por sus 99 torreones. Es una de las pocas fortalezas pobladas de India, con sus tiendas, bazares, templos… todo un ejemplo de armonía arquitectónica entre construcciones tan diferentes como el palacio, los havelis y los templos. Su laberintico interior acoge varios santuarios jainistas, convertidos en centros de peregrinación para sus devotos, perfectamente integrados en el contexto urbano junto a elegantes mansiones o havelis, construidas en su época de apogeo por los ricos mercaderes con sus barrocas fachadas repujadas en piedra, balcones colgantes y puertas y ventanas trabajadas con esmero. En la parte baja de la ciudad nos sorprende un coloso de 7 pisos construido también en piedra que mezcla diferentes estilos desde el victoriano al más genuino indio con detalles musulmanes, el Palacio Mandir residencia familiar del rajá. No solo sorprende el exterior, sus frescos, esculturas, mobiliario de calidad incluso los mosaicos traídos de Holanda dan idea de la fastuosidad de su interior. En el siglo XIV se ideó un ingenioso sistema para recoger el agua de la lluvia y combatir los extensos periodos de sequía con la construcción de un lago artificial, Gadisar, muy cercano a la ciudad. La mejor época para visitarla es de octubre a febrero y de paso aprovechar para hacer recorridos por el desierto: un safari en camello o dormir bajo un cielo estrellado, toda una experiencia.

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