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CUESTIÓN DE PERSPECTIVA

De espaldas, el lado desconocido de los grandes monumentos de la Humanidad

¿Sabrías reconocer a cualquier amigo viendo su espalda? Lo más seguro es que tengas alguna duda, las mismas que pueden provocar las siguientes imágenes, en la que los monumentos más famosos de la historia dejan de ser reconocibles por un sencillo motivo: un escorzo que suele pasar desapercibido.

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No les falta razón a los que hacen uso de las frases hechas cuando dicen que los ojos son el reflejo del alma. No hay nada como poder mirar de frente a una persona, hablarle directamente a los ojos. Lo mismo ocurre con un monumento o una escultura. Sin embargo, a diferencia de un cuadro, donde no existe la tercera dimensión, ¿por qué tenemos que mirar siempre desde una única perspectiva a un busto o a un edificio? Es más, ¿cómo sabemos a ciencia cierta que el autor quiso que se apreciara especialmente de frente?

Algunos dan pie a observar grandes monumentos de perfil, quizás el mejor modo de apreciar detalles y ausencias como la nariz de la esfinge de Giza o la meticulosidad con la que se esculpió a Nefertiti, así como la densidad de las máscaras funerarias. Pero al igual que hay fachadas que no esconden las puertas principales de una Catedral, muchas veces se nos olvida que la espalda también forma parte del todo. Y, en algunos casos, con un trabajo y una ingeniería mucho más laboriosa que el anverso, con funciones más importantes que el mero agrado estético.

Claro que, como buen gregario, a costa de dejar brillar al resto, de pasar completamente desapercibido. Es por ello que, comparados con los millones de personas que ven cada año el rostro y el vestido de Miss Liberty, los pocos que aprecian sus pliegues traseros se antojen apenas un puñado de personas. Es más, muy pocos sabrían describir el remate del recogido del pelo de la estatua más famosa de Nueva York sin ver una imagen como esta...

Del mismo modo, en Japón, la gigantesca estatua de Buda de bronce de la ciudad de Hamakura, fotografiada por miles de personas a diario, esconde en su espalda dos grandes ventanales que, a menudo pasan completamente desapercibidos. Su misión es ayudar a la ventilación interna de la estatua y, a pesar de tene medidas que superan el metro de largo, son auténticos camaleones para los turistas.

Claro que, a veces, son precisamente las grandes dimensiones las que impiden conocer la espalda de los monumentos. Es el caso de la esfinge de Giza. La nariz no ha llegado a nuestros días, pero sí la cola. En cambio, ¿cuántos han reparado alguna vez en ella? Y está ahí, al final, restaurada para más señas. Aunque, siendo sinceros, no es tan interesante como el otro lado, a varias decenas de metros de distancia.

Las propias pirámides, sin tener una cara principal, son las protagonistas de un fenómeno curioso. Todos esperamos verlas rodeadas de arena, en pleno desierto, sin amparo posible. Y sí, eso es lo que parece si tomamos la fotografía desde la ciudad de Giza. Pero, ¿y si la fotografía es desde el otro lado, encuadrando también los barrios adyacentes? La cosa cambia una barbaridad...

Más conocida, en cambio, es la espalda del Cristo de Corcovado, ya que para subir a su pedestal es necesario verla más de un par de veces. En cambio, es diferente el caso de la Sirenita de Copenhague, ya que, salvo que nos demos un chapuzón, resulta complicado ver la espalda de la escultura son un poco de perspectiva y ángulo.

Con o sin facilidades, la espalda sigue siendo la gran agraviada. Como antes con la esfinge, algunas partes del cuerpo inexistentes llegan a ser incluso más famosas que esta. Y si no, que se lo pregunten a la estatua más famosa de Milo...

¿La habías reconocido?

 

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