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MORAVIA DEL ESTE

Escapada al refugio de caza de Sissí y José Francisco, con permiso del arzobispo

Kromeriz no es una ciudad más del sur de la República Checa. Patrimonio de la Humanidad, sus calles fueron refugio de la corte de Viena, lugar de reposo para arzobispos y, sobre todo, encuentro de reyes, que acudían allí a cazar con el Emperador José Francisco y su esposa Sissí.

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Durante décadas, la región de Moravia formó parte del Imperio Austrohúngaro. Su cercanía con Viena, que está a menos de dos horas, así como la belleza del paisaje que la rodea ayuda a entender por qué esta pequeña ciudad monumental no es una más en el mapa. De hecho, se podría decir que es una ‘perla’ para el viajero, sobre todo para el que busca lugares poco transitados y con mucha historia. Y de esto último van sobrados en Kroměříž.

Si viajamos desde Praga, en un viaje que se demorará algo más de tres horas por carretera, nos percataremos rápidamente de que Moravia es epicentro del derivar europeo en los últimos siglos. Por ejemplo, cuando crucemos los mismos campos en los que se desarrolló la famosa batalla de Austerlitz (junto a la ciudad de Slavkov), pero sobre todo cuando lleguemos a Kroměříž.

Palacios, casas señoriales, iglesias monumentales... La ciudad, muy pequeña, parece casi un parque temático, anclado en la época de Francisco José y Sissí. No es de extrañar que la pareja más romántica de emperadores eligieran este lugar como rincón de descanso y disfrute. De hecho, fue allí donde se vieron, por dos ocasiones, el zar y el emperador, que disfrutaron de jornadas cinegéticas y, al mismo tiempo, establecían alianzas. Un gusto imperial que explica por qué parte de la ciudad está cuidada de forma casi versallesca, como si todo fuera un gran castillo del Loira.

Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1998, esta ciudad fundada en el siglo XIII es todo monumentalidad. De ello se encarga el legado de los arzobispos de la región, que crearon todo un complejo de edificios palaciegos. Destacan los Jardines Arzobispales, una obra perfecta de jardinería y paisajismo en el que se juega con perspectivas y líneas, y en los que miles de flores forman grecas, dibujos... Impagable poder subir a alguno de sus miradores y disfrutar de las vistas coloridas, o perderse en su laberinto de setos o, por qué no, emular a los emperadores enamorados y subir a un ‘banco del amor’, sobre una colina.

Una buena idea es comenzar por los jardines y, siguiendo la ruta histórica que la propia ciudad tiene establecida, dirigirse al Palacio Arzobispal. En el camino pasaremos por impresionantes iglesias barrocas como la de San Juan Bautista, un prodigio del siglo XVIII todo pintada y decorada con referencias al santo. Pero la meta será el Palacio Arzobispal.

Ya ver a los lados cómo lo franquean dos guardias vestidos a la antigua llama la atención, pero mucho más cuando entramos por la primera puerta de madera y vemos un gran atrio que se abre hacia los lados, demostrando el poder de la Iglesia en la región. Dentro, comienza una visita en la que cada sala impresiona más y más.

Será imposible no pararse un buen rato en la Sala de Caza, construida a raíz de la primera visita del zar Alejandro III al palacio, para cazar con Francisco José (en 1885). Todas sus paredes están llenas de trofeos, cornamentas y armas, pero también hay un billar de época y sillas y una chimenea de gusto barroco. Después pasaremos a una sala rosada, perfecta para que los emperadores tomaran el té, las alcobas... y acabaremos en lo que parece un gran salón de baile pero que esconde realmente una gran sala parlamentaria, llena de espejos y lámparas de araña asombrosas, Asamblea de las Naciones Austriacas en 1848 y 1849. Esta sala fue escenario del rodaje de ‘Amadeus’, y está considerada una de las más hermosas de Europa.

Tras salir del palacio y ver sus exposiciones temporales, nada como visitar su jardín, menos espectacular que el Arzobispal, pero igual de interesante. Luego es tiempo de caminar tranquilamente por las calles medievales del centro de la ciudad, o de sentarse en alguno de los locales de su plaza principal, la Velké Nám. Si eres de cervezas, deberás ir al Černý Orel, donde realizan su propia cerveza artesana. Si prefieres algo dulce, en la misma plaza, ve al U Zlatého Kohouta y prueba alguna de sus tartas con nombres operísticos.

Kroměříž es perfecta como centro de operaciones para descubrir Moravia del Este y las regiones cercanas. Un buen lugar de reposo es el hotel Octárna, donde, además de un perfecto restaurante especializado en comida tradicional, se puede descansar en lo que es un convento franciscano del siglo XVII rehabilitado, con techos de madera, pequeños jardines y un ambiente sencillo y hogareño (desde 70 €/noche).

Sin duda, todo un descubrimiento en el que historia, paisajismo y cultura se alían para crear un tesoro de belleza y estilo.

Más información:
Turismo de la República Checa

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