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MÉXICO

Encanto colonial y hedonismo se dan la mano en Aguascalientes

La capital del segundo Estado más pequeño de México se descubre ante el viajero como una ciudad con mucho encanto que esconde joyas arquitectónicas de los últimos cinco siglos, jardines cuidados, pasión por el mundo de los toros y mucho vino y sabor auténtico en la mesa. Imposible no querer repetir una visita.

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Situado en pleno centro geográfico de México, el estado de Aguascalientes es el segundo más pequeño del país. Su capital, del mismo nombre, cobra cada vez más importancia para el turista gracias a un legado histórico impresionante, que han sabido conjugar con todo tipo de placeres gastronómicos y de ocio para hacer de cada visita toda una experiencia que, seguro, queramos repetir.

Perteneciente al antiguo virreinato de Nueva Galicia, Aguascalientes nace en 1575 para dar respuesta a la necesidad de crear una población que sirviera de avanzadilla para la conquista de los pueblos ocupados por chicimecas, una tribu enemiga de los aztecas. A medio camino entre Ciudad de México y Zacatecas, con terrenos prósperos para la agricultura y la ganadería, no tardó en convertirse en una ciudad creciente. Tanto que hoy alberga a más de 650.000 habitantes, más de la mitad del Estado.

Todo allí gira en torno a la Plaza de la Patria, que es el centro histórico desde el nacimiento de la ciudad, pues fueron allí, a su alrededor, donde se levantaron los primeros edificios. Hoy lo conmemora una gran esplanada de jardines presidida en el centro por una columna jónica del siglo XIX. Como vecinos de la misma, el Palacio de Gobierno, una antigua casona con fachada de tezontle (roca roja de origen volcánico típica de América del Norte).

El Palacio es digno de una visita por sus coloridos murales con los que están adornados sus pasillos interiores. Igualmente merece la pena la Catedral Basílica, también en la plaza, y que data de 1738. Una foto de Aguascalientes sin sus torres es imposible. Destacan junto a bóvedas ventiladas, un altar neoclásico y frescos coloniales. De hecho, todo aquí sabe a colonialismo, un encanto único que hace que, a veces, en el centro histórico, pensemos que hemos viajado en el tiempo.

Claro que no todo es de este estilo. Por ejemplo, junto a la Catedral se encuentra el Teatro Morelos, construido en 1885 y que constituye un hermoso ejemplo de estilo victoriano. Y no muy lejos de allí, en la Alameda de la ciudad, yacen, desde mediados del siglo XIX, los antiguos Baños de Ojocaliente, un oasis holístico. Lo que en un inicio eran charcas y acequias naturales de las que brotaban aguas termales del manantial de Ojocaliente hoy se han convertido en una de las atracciones principales de la ciudad.

Del mismo modo, aquí se puede disfrutar mucho de la gastronomía más auténtica del centro de México. Imposible no acercarse al Mercado Juárez a ver los puestos de especias y tomar un plato de 'birria' (carne de cordero en salsa con chiles). En Aguascalientes son típicas las 'birrierías', y las más famosas son El Lago Azul, El Chivito y la Birrería Vázquez.

También hay que pedir las 'gorditas', tortillas de maíz rellenas de queso, chicharrón verde o rojo, carne en hebras... La Lonchería Talamantes es de las más famosas. Claro que si buscamos algo más contundente aun, nada como un lechón con guacamole y pico de gallo de guarnición; un plato de menudo con estómago de ternera... y una 'jicaleta' de postre.

Todo ello regado con vino de la tierra claro, del pequeño poblado de San Luis de Letras, a 17 km. de la ciudad. Su bodega Hacienda de Letras lleva siglos regando el paladar de Aguascalientes. Con su ayuda se hace realidad que una escapada a esta ciudad es un regalo para los sentidos.

Más información:
Turismo de México

 

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