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Europa

Chipre: el hogar de Afrodita

Un desconocido crisol de civilizaciones en el Mediterráneo .

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Situada en el Mediterráneo oriental, frente a las costas de Turquía, sigue siendo una gran desconocida para muchos viajeros. Isla de contrastes, paraíso de gran belleza, desde sus pintorescos pueblos a sus playas de aguas turquesas pasando por sus montañas tapizadas de pinares. La mitología es culpable de que a Chipre se le conozca como la “Isla del Amor. En concreto el culpable es Cronos, que arrojó los testículos de su padre al Mediterráneo, y de su espuma se elevó a la superficie una enorme concha marina que transportó la figura de Afrodita, posteriormente Venus, diosa de la belleza, el amor y la sexualidad. Un lugar sorprendente, resultado de las huellas profundas que han dejado la influencia de culturas tanto cristianas como musulmanas. Un potencial enclave que atrajo a griegos, otomanos, bizantinos, venecianos y hasta a su graciosa majestad británica, ya que fue colonia inglesa hasta que se convirtió en República. Pero también es una isla que tiene dividida el alma: el norte turco, musulmán que forma la Republica Turca de Chipre y el sur ortodoxo y griego. Cuenta con un escenario típicamente mediterráneo; de olivos centenarios, vides, naranjos, cipreses y palmeras que esculpen el paisaje, cielos limpios y playas de arena doradas, aguas transparentes y escarpados acantilados. Gracias a las bondades del clima se puede disfrutar de múltiples actividades al aire libre durante todo el año. De hecho con un clima casi primaveral, en algunas épocas como febrero o marzo podemos en el mismo día esquiar por la mañana en la cumbre del Troódos, darnos un chapuzón en el Mediterráneo y degustar su gastronomía en alguna de las tabernas costeras, por la tarde un garbeo por alguna de las rutas del vino y terminar la noche en alguna fiesta. Con un potente legado artístico, numerosos monasterios ortodoxos y pequeñas iglesias bizantinas repletas de riquezas se agazapan entre los bosques de cedros de las montañas del interior, algunos de ellos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La vida en los pueblos de montaña se ha convertido en un atractivo tan importante o más que sus playas, con su riqueza artesanal y folklórica, sus vinos, sus tarros de confituras o de agua de rosas, todo ello en un ambiente hospitalario y cercano.

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