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América Norte

El alojamiento de los supervivientes del Titanic

The Jane, un hotel en Manhattan para tiempos de crisis

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Que podemos decir de Nueva York que no se haya dicho antes. Una ciudad que llena las pantallas de cine, una jungla de cristal y acero que se reinventa continuamente junto a un mar de clorofila que rasga el asfalto. Una de las ciudades más cosmopolitas del mundo; una ciudad que pone a prueba a los creadores más prestigiosos; con una espectacular oferta de ocio: teatros, musicales, salas de conciertos, galerías, museos o parques zoológicos, y ni que decir de los atractivos de su comercio. Con la inminente llegada del otoño, la gama cromática de sus parques y las suaves temperaturas se convierte en un destino más que apetecible. Con vistas al río Hudson, en el West Village, el Jane, es un hotel con personalidad y con una larga historia a sus espaldas. Desde la construcción del edificio en 1908 sirvió de alojamiento a marineros y pensión de mala muerte hasta que en 1912 tuvo el honor de hospedar a los supervivientes del Titanic mientras duró la investigación del hundimiento. Hoy en día, tras la renovación que llevó a cabo en 2007 el hotelero Sean MacPherson, se ha reconvertido en un microhotel, una de esas nuevas modalidades de alojamiento que se han puesto de moda, hechos solamente para dormir pero que cada vez tienen más adeptos debido a su ubicación, buen precio y unos servicios propios de un hotel de calidad. El Jane acoge a un público que busca un lugar único y con estilo. Es un espacio con personalidad, con acogedoras habitaciones al estilo de los camarotes de barco a pesar de que amplias no son, con decir que las maletas hay que guardarlas debajo de la cama decimos todo. Incluso los huéspedes de una misma planta comparten baño aunque también posee habitaciones con baño incorporado. Sus diseñadores van a utilizar su pasado náutico, ese pasado histórico chic y desgastado, para darle un aire elegante y bohemio en el que tienen cabida desde las macetas, las bolas de brillos de discoteca o los animales disecados. En la planta baja, el Café Gitane hace las veces de pastelería. El salón de baile se ha convertido en un espacio teatral con su chimenea, sofás desiguales y palmeras, en el que tenemos la sensación de adentrarnos en las paginas de una novela de Graham Greene. Para rematar la azotea, una terraza al aire libre con unas incomparables vistas sobre el río Hudson. Para los que se animen, sin lugar a dudas disfrutarán de toda una auténtica experiencia de Nueva York.

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