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La experiencia suele resultar más bonita que peligrosa

Adrenalina, compañerismo y moretones: así es meterse en un pogo de punk o heavy metal

El pogo es un tipo de baile alocado y frenético que se suele originar frente al escenario durante conciertos y, en su modalidad básica, consiste en dar saltos, hacer gestos, dar golpes al aire y empujar a quienes están alrededor, los demás participantes del pogo. Pese a su apariencia violenta, su afán es más amistoso e instigador que agresivo y busca crear una cálida sensación de unión.

-Pogo en Argentina, durante un concierto de Metallica

Pogo en Argentina, durante un concierto de MetallicaYouTube

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La invención del pogo se le atribuye a Sid Vicious, bajista de los Sex Pistols. Al acudir como público a un concierto a ras del suelo, se dice que empezó a saltar para poder ver a la banda de la que más tarde formaría parte. Así, el pogo está asociado a géneros musicales de rock pesado: punk y heavy metal sobre todo, pero también hardcore, ska o psicobilly.

La polifacética Klari Moreno empezó a meterse en pogos a los doce años. Le encantaba el punk, frecuentaba casas okupas y recuerda esos inicios como una experiencia tremendamente empoderante. El pogo suele ser un espacio muy masculinizado y rudo, lo que suponía un gran desafío para una chica de su tamaño y edad, pero también una forma de resistencia. Introducirse en espacios propios de hombres grandes y fuertes que se agitan salvajemente elevaba su espíritu y el subidón de adrenalina la ponía en pleno trance. Salía fortalecida.

Los moretones eran para ella una especie de premio, de herida de guerra. Pero no pensemos que dentro de un pogo el ambiente es peligroso y hostil, que lo normal es escapar con lesiones, porque un buen pogo también tiene sus normas: “Si alguna vez te caes o te das una hostia, al menos en los circuitos que yo frecuentaba, hay cierta norma no escrita que dice que los demás te ayudan inmediatamente a levantarte”.

 

Lo que busca el pogo no es descargar la ira con saña o herir al resto de bailarines sino entrar en una especie de frenesí comunitario: “Siempre me ha parecido muy divertido y emocionante, una forma muy guay de unión entre toda la gente que está allí. Es más bonito que violento aunque no lo parezca”, explica Rosa, otra valiente con gran experiencia en pogos de punk y hardcore a sus espaldas.

A Paloma le encanta “la sensación de rebotar entre unos y otros. He perdido chapas y litros de cerveza en los cientos de pogos. Lo peor fue cuando perdí una lentilla, pero cuando voy con gafas me lo pienso dos veces… Me he caído un montón, pero de pronto aparece una mano de un desconocido que te saca del fondo del agujero oscuro entre piernas y charcos de cerveza y te rescata”.

Paloma describe la sensación como la de meterse en el centrifugado de una lavadora, “sales chorreando sudores ajenos y propios, con todo el pelo revuelto”, y se divierte más con el estilo punk, a base de saltos y empujones alocados, que con el hardcore, que incluye el mosh y el speech, bailes más basados en el engorilamiento, dando puñetazos al aire y patadas voladoras.

 

“Una vez en un concierto vi cómo un grupo sujetaba a un chico y se tiraban dos personas más encima del que estaba sobre los brazos de los otros. Y en cuanto a los metaleros, lo que mola es lo bien que huele a champú. ¡Cuando agitan las melenas flipas con las fragancias!”

Si nos adentramos en el mundo del heavy metal, además de aromas frutales, encontramos que los sentimientos se ponen muy intensos. El fanatismo es profundo y los conciertos, a menudo, multitudinarios, por lo que la comunión se hace masiva.

Jesús describe los momentos en el centro del pogo en conciertos de Iron Maiden o Megadeth como algunos de los más felices de su vida: “La gente desde fuera piensa que somos unos bestias, y un poco puede ser verdad, pero te aseguro que es lo más bonito del mundo.

Dos horas sudando, flipando a más no poder rodeado de otro montón de gente que no conoces de nada pero que está flipando igual que tú, las canciones y el concierto tan importantes para ellos como para ti y es la forma de expresarlo. En ese contexto los empujones y los saltos son signos de amor y amistad, es un sentimiento muy fuerte de unión”.

La versión más espectacular del pogo tal vez sea la llamada Wall of death, propia también del mundo del metal, que consiste en dividir al público en dos bandos que se abalanzan a la carrera el uno contra el otro como si se tratase de una batalla: “Me hace gracia que normalmente el público se lo pide a la banda a gritos, la banda para el tema, se organizan los dos bandos y cuando está todo listo se reanuda la canción en un estribillo álgido para que se produzca el choque. Es casi lo contrario a la espontaneidad de un pogo punk”, explica Pedro Toro.

“Se produce una camaradería brutal, he visto gente caerse o darse un golpe fuerte y ya hay media docena de personas levantando y preguntando si está bien antes siquiera de que haya tocado el suelo.” El trance, la adrenalina y las virtudes terapéuticas de este baile liberador han sido destacados por todos los aficionados. Pedro aprecia el desfogue clásico del pogo y lo practicó con gran entusiasmo durante su postadolescencia, aunque a estas alturas prefiere las inclinaciones jamaicanas del ska o el rocksteady.

Con la emigración jamaicana hacia UK y la mezcla de esta escena con la del punk que dio lugar a grupos como The Clash o 2-Tone, surgió el skank, una fusión del baile clásico del ska y el pogo, que consiste básicamente en chocarse durante el baile sin más consecuencias. Estas preferencias más suavizadas tienen que ver con un cabezazo involuntario que se llevó en un pogo durante un concierto de Gato aplastado y que le dejó ciertos miramientos a la hora de introducirse en una bulla más hardcore.

Aunque no sea la intención del asunto, a veces pueden tener lugar agobios. Paloma recuerda un concierto de Los Crudos en la sala Gruta hasta arriba de gente: “todo el mundo quería estar en la parte de abajo porque la sala tiene una separación y una barandilla, y en esa zona no se cabía. Sentí un poco de agobio, la verdad, pero cuando bailas y empujas al menos sientes el aire correr”.

Pedro Perles se ha metido en montones de pogos, los disfrutaba y las lesiones no eran capaces de disuadir su fuego. Era el método perfecto para dar salida a la ansiedad, pero a estas alturas está ya cansado. Llegó a experimentar un terrible sofoco en un concierto de Queens of the Stone Age en Berlín donde cientos de fans alemanes dejaron a su pandilla demasiado centrifugada.

Todos los testimonios incluyen algún golpe fuerte, pero la adrenalina del momento resulta anestesiante y sólo perciben los moretones al día siguiente. Pero a veces también pueden darse accidentes más graves, como cuando a una amiga de Paloma la levantaron en el aire, se cayó de cabeza, hubo que llamar a una ambulancia y acabó con collarín.

También puede usarse el pogo como excusa para saltarse ciertas normas básicas de respeto, pero ese tipo de gesto está muy denostado e inmediatamente se empuja a los maleducados fuera del remolino.

A Klari Moreno, en una discoteca más bien pija, un tío aprovechó que ella se había caído y se estaba levantando del suelo para agarrarle el culo con las dos manos. A cambio se llevó unos cuantos puñetazos, y Klari puntualiza que este tipo de actitud no es tan fácil de encontrar en los circuitos punks donde las normas del pogo están más interiorizadas y suele brillar el compañerismo por muy masculinizado que esté el ambiente.

Hay quienes huyen en cuanto ven que se empieza a originar un pogo, y también los hay que maldicen los remolinos que hacen infranqueables las zonas con mejor sonido y mejores vistas al escenario. Es comprensible, no quieren bañarse en cerveza, no quieren posibles golpes, no desean ser absorbidos por una masa frenética fuera de control.

Pero hay que entender la belleza juvenil que entraña el fenómeno a la hora de liberar tensiones, de unirse con el prójimo, de comprender el propio cuerpo en relación al de los demás. Cuando el pogo se disuelve llegan la calma, el enfriamiento, el despeje, la plena satisfacción.

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