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SEIS LIBRERÍAS CIERRAN EN SEVILLA

La librería ha muerto, larga vida a las librerías

El cierre de seis librerías en Sevilla en lo que va de año vuelve a poner sobre la mesa la pregunta de si estamos ante una caída imparable del mundo del libro o ante un modelo de negocio que no ha sabido adaptarse a los nuevos hábitos del siglo XXI.

-Strand Bookstore, una de las librerías más grandes y antiguas de Nueva York.

Strand Bookstore, una de las librerías más grandes y antiguas de Nueva York.Getty Images

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Una librería, como el buen lector la sueña, debería ser siempre un espacio acogedor, que invitase al paseante a pasar y curiosear, a buscar y a descubrir, siempre ayudado y animado por una de las figuras más románticas del mundo del comercio, la del librero. Ese ser que se anticipa a los gustos de sus clientes, que conoce qué volumen de la mesa de novedades le hará feliz o qué otro del fondo de su tienda necesita leer. En el pasado, las librerías han sido todo esto y también centros de tertulia, lugares de resistencia política...

Pero las librerías: en no pocos casos me he encontrado con personas que sienten el mismo pudor al entrar en ellas que en una galería de arte, como si existiese una barrera invisible que les impidiese cruzar el umbral. Entramos sin vergüenza alguna a una tienda de ropa, independientemente de que vayamos a adquirir una prenda o no, pero algo sucede en España que hace que visitemos las librerías lo justo, tal vez sólo cuando vamos a tiro hecho. ¿Es culpa del cliente, de la crisis del formato o del modelo de negocio?

Hace unos días, un artículo de Diario de Sevilla se hacía eco del cierre de seis librerías en la capital andaluza en lo que llevamos de año. Céfiro y Vértice, dos de los clásicos de la ciudad, bajaron su persianas por última vez hace unos días. Los dueños de Céfiro cuentan que se van porque se jubilan, pero también dejan claro que los últimos años “fueron muy duros”. Otras,se vieron obligadas a mudarse a barrios menos comerciales, devoradas por la gentrificación del casco histórico, con bares ocupando el espacio donde antes hubo estanterías y olor a papel. En Coruña, el cierre de Couceiro dejó a la Plaza del Libro sin librerías. Era la última. ¿Qué pasa?

En un encuentro que mantuve con editores españoles que publican en América Latina y España, con un pie en cada orilla, varios encuestados mencionaron un asunto que me llamó la atención. Hablaban de la generosidad de las librerías mexicanas, de su concepción como lugares consagrados a la lectura, al encuentro y al recreo y, a la vez, más libres del ritmo endiablado de la mesa de novedades que soportamos aquí, más pensados para que el cliente se deje seducir por el fondo. Una delicia.

Es cierto que en Ciudad de México el metro cuadrado es más barato que en España, razón por lo que muchas de ellas se desparraman en hermosos locales frente a la pequeña librería (mínima a veces) que ha proliferado aquí. Pero, al margen de este dato, en el país americano presumen de una cultura que poco recuerda a la nuestra. Según Santiago Fernández Caleya, director de Turner, “los mexicanos irrumpen en estos locales como si fueran a almorzar a un restaurante, lo cual es maravilloso”. Husmean entre estanterías, se sientan un rato a leer, tocan los libros, conversan con otros clientes.

La crisis trajo consigo un reguero de librerías desaparecidas por toda la geografía española. El dato más tremebundo es que en 2014 se cerraron dos por día en el país, según los datos del Observatorio de la Librería. En 2015, se extinguieron casi 1.000. El mercado del libro, con caídas de hasta un 30 por ciento desde 2008, estaba sufriendo una de las peores coyunturas de su historia, no sólo por la debacle económica sino por el cambio en el formato y de los hábitos del público. Todo esto, a los editores les pilló desprevenidos y tuvieron que pasar años para que al fin abrazasen lo que en origen concibieron como enemigos, como el libro digital o el mercado online, por ejemplo.

Algo similar sucedió con el gremio de los libreros: es innegable que el objeto que despachan no vive sus mejores días: han bajado ostensiblemente las tiradas, Amazon llegó a España con fuerza huracanada, el mordisco de la piratería era cada vez más profundo… Y, sobre todo, sucede que en España leemos muy poco. Casi el 40 por ciento de los españoles no leyó ningún libro el pasado año, según un informe del CIS. Pero también es verdad que, en mitad de la tormenta, muchos libreros se aferraron a consignas como el aumento de ayudas y el fin del precio fijo, pero las gritaron más bien en susurros, desde unos locales que no no siempre supieron al nuevo milenio.

“Es verdad, en algunos casos las librerías españolas parecen una capilla”. Al habla, Juancho Pons, presidente de CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros y dueño de una librería en Zaragoza). A su juicio, la autocrítica es importante en este momento. “Es cierto eso de que en otros países existe menos pudor a la hora de entrar en estos comercios. En una ocasión, de viaje con un amigo un verano, quiso él entrar en una librería y se detuvo porque iba con pinta de turista, en chanclas. Yo mismo tuve esa sensación y soy librero. ¿Por qué ocurre esto? Es importante que nos transformemos en espacios habitables en los que pasar un rato y cotillear, tenemos que lograr que a nuestros clientes les apetezca entrar y quedarse, que no les dé apuro preguntarnos”.

Mientras elaboran el mapa de librerías de 2016, año en el que por primera vez en mucho tiempo las librerías que han abierto casi han alcanzado a las que han cerrado, CEGAL también lanza un mensaje a los lectores que sería algo así como: bien, hemos estado un poco a por uvas, pero ya nos hemos espabilado. “Nos ha costado activarnos en la parte tecnológica. Amazon ha cambiado mucho las líneas de consumo, igual que las tiendas digitales de Casa del Libro y Fnac. Pero hemos lanzado plataformas como Todos tus libros, en la que figuran unas 640 librerías españolas independientes. En esta web, el usuario puede buscar una obra y sabrá enseguida cuál es la librería más cercana donde encontrarla. Esto nos sitúa a la altura de cualquier plataforma de venta”, celebra Pons.

De igual manera, en Los libreros Recomiendan, cuentan con una ventaja competitiva respecto al algoritmo de Amazon, y es el hecho de que sea una persona real, que sabe de lo que habla, la que está animando a un cliente a que conozca una obra. “Nos faltará comunicar mejor que tenemos estas cosas pero, desde luego, han sido dos formas de ponernos al día”.

De vuelta al planteamiento de estos locales en el siglo XXI, Pons vaticina que las librerías que sobrevivirán serán aquellas que funcionen casi como un ágora intramuros, con modelos que integran cafeterías, por ejemplo, como es el caso de La Buena Vida, en Madrid, o que presumen de una agenda digna de un centro cultural, como Tipos Infames, en el barrio de Malasaña.

“En Sevilla, donde han cerrado varias, también se han abierto o mantenido otras que van en esta línea de ofrecer algo diferenciado, como Casa Tomada, un negocio que funciona como un verdadero centro de barrio, o El Gusanito Lector, que igualmente logra que los vecinos logren alrededor de ella. Este tipo de libreros y de tiendas son los que nos hacen ser un poco más optimistas”.

El escritor Jorge Carrión, autor del volumen Librerías, del que Anagrama acaba de lanzar la edición aumentada, señala que es conveniente analizar cada caso y cada ciudad en concreto pero también halla un factor que está afectando de un modo decisivo a las librerías de las ciudades españolas, que es el del encarecimiento de los alquileres en el centro y las zonas emblemáticas, donde el comercio queda en manos de las grandes franquicias. “Tal vez el ayuntamiento debería intervenir, si cree que en su modelo de ciudad es importante que haya librerías, centros culturales de primera magnitud, en el centro histórico. Pero no me parece mal que las librerías se trasladen a los barrios, porque son instituciones de frontera, de resistencia, de periferia”.

En su opinión, si una ciudad quiere asegurar que sus futuros ciudadanos puedan acceder a librerías, debe fomentar la lectura y normalizar la presencia de estos comercios en la vida de los niños, protegerlas, estimularlas. “También deben hacerlo los libreros, trabajando en comunidades fuertes y en las novedades del siglo XXI. Ángel Fernández me comentó que la Extravagante, en Sevilla, se muda a un edificio más grande. La crisis es una oportunidad de expansión en la periferia, fuera del turismo”.

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