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PIDIÓ QUE 'OSCURO SENDERO' SE DESTRUYERA

El armario roto de Elena Fortún, la creadora de Celia

Elena Fortún fue célebre con las novelas que narraban las aventuras de Celia, pero su vida fue bastante diferente a la de su personaje más célebre. Antes de morir, Fortún dejó un manuscrito inédito con el deseo de que fuese destruido a su muerte. No se cumplió su voluntad y el libro se publicó. Es 'Oscuro sendero', y quizás sea la forma más efectiva de acercarse a los sentimientos de la escritora

-Encarnación Aragoneses de Urquijo nació en Madrid en 1886 y murió en 1952.

Encarnación Aragoneses de Urquijo nació en Madrid en 1886 y murió en 1952.D.R.

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Elena Fortún (1885-1952), cuyo nombre real era Encarnación Aragoneses, fue la autora de la saga infantil de Celia. Fortún fue la responsable de cosernos para siempre en el corazón, con las puntadas torpes pero encantadoras de la niña negada para las tareas domésticas, las correrías de aquella niña de Madrid.

Niña bien, de la calle Serrano, pero con el alma llena de una curiosidad y una fantasía que en ocasiones rozaban lo psicotrópico. En la mente alucinada de Celia, las travesuras alcanzaban cotas inimaginables, rozando en ocasiones la psicodelia (la imaginaria huida con el circo de Celia, novelista, es buen ejemplo de ello). Su fantasía se desparramaba por los terrenos más insospechados.

De pronto, deseaba ser santa. Había un párrafo en particular de ese capítulo en el que deseaba merecer la santidad que me hacía llorar de risa y amor. Celia hablaba de una nueva compañera de clase, una niña pobre, fea, medio huérfana, y, por si fuera poco, violenta.

Nuestra protagonista, fascinada por la desgracia, se dejaba pegar para alcanzar la santidad y declaraba admirada: "Tiene las manos pequeñitas y ásperas, con muchas verrugas, y a mí me encantaría tenerlas así".

Aunque la agrupación de dos personajes de épocas tan distintas resulte chocante, Celia y Manolito Gafotas fueron dos caras complementarias de una infancia mucho más rica de lo que otros escritores de literatura infantil pretendían hacernos creer.

Estos dos adalides de la rebeldía innata poseían una virtud de la que otros pequeños héroes carecían por completo: tenían vida interior. Y no una básica, movida por el deseo de la travesura y el temor al reproche, sino una conciencia rica en recovecos, deseos secretos, sentimientos y emociones más allá del blanco-negro, bueno-malo de Antoñita la Fantástica o Guillermo el Travieso.

Diferentes ediciones de Celia.
Diferentes ediciones de Celia. | S.U.

En mi familia materna se guardaban con devoción los viejos libros de Celia, encuadernados en tapas duras de cartón, con lomo de tela. Leí las correrías de Celia en páginas amarillas y rasgadas, con dibujos torpemente coloreados por algún inspirado bebé de la familia.

Los que faltaban a la colección fueron añadiéndose poco a poco, una vez fueron reeditados con motivo del estreno de la serie de RTVE dirigida por Borau.

Años más tarde, ya adulta, cayeron en mis manos las historias de madurez: Celia, madrecita y Celia en la revolución (este último en milagrosas fotocopias de un ejemplar antiguo entregadas de manos de otra gran admiradora de Celia).

En el primero, Celia decía textualmente: "Los pájaros de mi cabeza aleteaban moribundos", y hablaba a veces desde un tono desesperanzado que recordaba más a la Andrea de Laforet que a aquella niña vivaz, siempre acusada de tener, precisamente, demasiados pájaros en la cabeza.

A medida que nos acercábamos a la juventud del personaje -que en realidad fue un abrupto paso de la niñez a la adultez más salvaje - la historia se iba recrudeciendo.

Después, Celia se pierde: en Celia institutriz en América descubrimos a una joven comedida, recatada, casi como cualquier otra señorita de la época. Elena Fortún no supo continuar el camino de su alter ego feliz, y Celia se apagó irremediablemente.

La frase de los pájaros de la cabeza aleteando moribundos actuaba, de alguna manera, de bisagra entre el personaje de la Celia niña rebelde ante lo establecido y la Celia sumisa que se doblega a las convenciones que le vienen dadas.

Al mismo tiempo que Elena Fortún se rompía, llevando a su personaje por el camino de las convenciones femeninas, trataba de contener una ruptura que sería irreparable: su propia vida, su naturaleza distinta, que la hacía no poder ser la esposa dócil que el mundo le pedía que fuese.

En Celia, se casa nuestra niña loca se ha vuelto una muchacha honrada que borda su ajuar, cuya mayor preocupación es que nadie se oponga a su matrimonio con su novio. Ni tiempo para inventar cuentos para sus hermanitas tiene una Celia que todos los niños de España conocían precisamente por su capacidad para fabular.

A pesar de sus muchos aciertos (entre ellos el de Celia en la revolución, una novela magistral sobre las penurias de la Guerra Civil), tanto Celia en la revolución, como Celia, madrecita o Celia se casa (este último narrado a través de la voz infantil de su hermanita Mila), podrían llamarse, manteniendo esa estructura de título de todas las novelas, Celia, encarcelada o Celia, desaparecida.

Quizás no sea justo meter Celia se casa dentro del mismo saco de las demás, ya que, al ser contada desde el punto de vista de su hermana Mila, el lector no termina de conocer los sentimientos reales de Celia y solo los vive a través de la mirada infantil de Mila.

Si afinamos un poco la mirada sobre este libro, nos daremos cuenta de que este cambio de voz de Celia a Mila no es gratuito.

Quizás no fuese conveniente conocer las verdaderas emociones de Celia ante la vida de señora convencional que se le presentaba por delante. En cualquier caso, en estos libros que reflejan los últimos coletazos del personaje de Celia, el comienzo de unas desventuras reales del personaje hacían tomar consciencia de la presencia de una autora detrás de todo ello.

Íbamos descubriendo, poco a poco, a una mujer desgraciada. Pero la razón última de su infortunio no se descubrió hasta 'Oculto Sendero'.

Ahí, el biombo cayó, y el personaje de Celia pasó a ser un milagroso resplandor antes de que el alter ego, en cierta forma, se hermanase con el verdadero yo de la autora.

En 'Oculto Sendero', según las acertadas palabras del prólogo de Andrés Trapiello, "se encuentra una nueva extensión de la voz de Celia y una historia que llena los silencios de la creación que hizo famosa a Fortún".

Parapetándose en el personaje de María Luisa Arroyo, niña de familia más o menos acomodada de Madrid, Fortún traza las memorias de un ser que no termina de encajar en los dictados de la sociedad en lo que a feminidad se refiere.

La vida de María Luisa Arroyo, cuya infancia podría verse como una versión oscura y terriblemente triste de la de Celia, corre paralela a la de Fortún: un ser incomprendido que siente fascinación por las características masculinas y la belleza de algunas mujeres, que finalmente se ve abocada a un matrimonio absurdo, que siente repulsión hacia el sexo con su marido, que ve sofocado su talento artístico por su condición de mujer y los celos de su esposo, que pierde a una hija pequeña a la que adora, que se culpa de todas sus desgracias... todas ellas vivencias que, con pequeñas variaciones, acaecieron en la vida de la escritora.

El gran punto oscuro que pesa cada vez más en su alma, que palpita a lo largo de toda la novela, y que finalmente nos explota entre las manos en la parte final, es su homosexualidad.

María Luisa Arroyo es lesbiana. Ama a las mujeres de la misma forma que las amó Elena Fortún. Fortún vació su alma en Oculto sendero y ocultó el manuscrito. Antes de morir, pidió a una amiga que lo quemara, cosa que esta no hizo.

En los 80, la investigadora Marisol Dorao viajó a Estados Unidos para entrevistar a la nuera de Fortún, la única pariente viva de la escritora (tanto su marido como su hijo se suicidaron). Fue la nuera quien le dio a Dorao esta misteriosa bolsa de folios, que viajó a España con ella. En su interior se ocultaban Celia en la Revolución y Oculto sendero, este último firmado con seudónimo y dedicado "a todos los que equivocaron su camino… y aún están a tiempo de rectificar".

Es normal que las manos de los que han tenido el poder de publicar este libro hayan temblado antes de hacerlo, y que preguntas morales hayan asaltado su cabeza: ¿Quería Elena Fortún salir del armario? ¿Es lícito publicar un libro cuyo autor pidió que se destruyera?

Hay algo de allanamiento de morada en el momento de empezar a recorrer la confesión que Elena Fortún dejó en forma de novela, oculta dentro de esa bolsa. Oculto sendero no resulta para el lector, simplemente el camino subterráneo de la homosexualidad de aquellos años en España. También se entiende que ese camino es uno que corría paralelo a Celia.

Un sendero oscuro despojado de aventuras divertidas y amantísimos padres. Tras las correrías de la niña rubia, de pronto el encanto es derribado a manotazos y se nos desvela lo que realmente sucedía. Mientras la pluma de Fortún se entretenía en fantásticas aventuras infantiles, su vida era algo parecido a un infierno.

Y, si miramos con la lupa que otorga el descubrimiento de una verdad fatal, también las aventuras de Celia fueron un armario de inocente alegría que ocultaba el verdadero tormento de la vida de Fortún.

Hasta que también la tristeza salió del armario, y Fortún traspasó su propia represión al personaje al que había hecho crecer libro a libro. Celia casada, con los pájaros de su cabeza definitivamente muertos. Cierto es que las exigencias de la vida adulta borran en la mayor parte de las personas la luz que tuvieron en la infancia, pero ¿era necesario ese acallamiento del personaje, esa figura asfixiada?

Comentando este tema con muchos lectores fanáticos de los cuentos de Celia niña, coincidíamos en que el devenir gris de ese personaje que tanto amamos nos provocaba una tristeza violenta, y el impulso de reclamarle a Fortún una felicidad auténtica -o al menos una infelicidad extravagante- para nuestro querido personaje.

Casi querríamos decirle: ¿Por qué la creaste así de maravillosa, si más tarde nos la ibas a arrebatar de esta manera?

Conjeturar una respuesta a esto es sencillo: Fortún cercenó al personaje de Celia de la misma forma que se cercenó a sí misma. Como la madre llena de amargura que cae, sin quererlo, en el afán de desgraciar la vida de su criatura. No por hacerle mal, sino, simplemente, por sentirse menos sola.

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