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el dilema de los superhéroes sin moral

¿Y si Superman fuera un pequeño psicópata?

El estreno de 'El hijo' propone una perversión de la historia de Superman con una lectura rural de la llegada de un superhéroe a Kansas en la que resulta ser el malo. Reflexionamos como el cine de superhéroes ha tratado este dilema y como hasta esta nueva película no se nos ha planteado tan claramente esta idea en la ficción.

-El hijo

El hijoSony Pictures España

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No es lo mismo un superhéroe que un supervillano. Normalmente, los antiguos villanos de tebeo buscaban el beneficio propio en vez el de los demás. Pero claro, nunca nos habíamos planteado la idea de un superhéroe malvado, lo que, en principio, le quitaría la categoría de héroe. Un oxímoron que se entiende al rascar en el lenguaje del medio ya que, en los tebeos, los supervillanos siempre tienen una motivación. Da igual que sean los malvados de tebeo más exagerados e histriónicos, todos tienen algún tipo de trauma u odio atávico que les hace querer matar, robar o acabar con el héroe de la historia.

 

Un buen análisis de esos roles de héroes y villanos la encontramos en la hipótesis en tres partes de M. Night Shyamalan que incluye ‘El protegido’, ‘Múltiple’ y ‘Glass’. En ella vemos que hasta un loco como el señor Cristal lo ha pasado mal por una enfermedad, por causa del rechazo y la marginalidad. Poco menos que el monstruo de personalidad múltiple interpretado por James McAvoy.

Es un estudio de esos roles que no incluye lo que plantea la terrorífica ‘El hijo’, lo que pasaría si un hombre con poderes llegara a la tierra no para defendernos sino para matarnos, acabar con nosotros sin ninguna razón aparente. Lo que resulta aterrador del concepto no es que haya un Thanos dispuesto a hacerse responsable del genocidio de la mitad del universo para lograr la supervivencia de la otra mitad, es la falta de razones, la arbitrariedad aterradora de que un solo ser con superpoderes resulte tener la moral vacía de Jeffrey Dahmer o Ed Kemper.

El giro de usar a un chico con poderes como un ser de libre albedrío, que no tiene remilgos en utilizar sus poderes de la forma más diabólica posible solo tiene un ecuánime en la ficción. El pequeño Damien de ‘La profecía’, no es tanto un personaje de cómic, pero usaba su fuerza sobrenatural de anticristo como revulsivo de los que intentaban impedir que trajera el apocalipsis, pero por el camino disfrutaba con la muerte de su nana, su madre o los sacerdotes más cercanos.

Es irónico que el director de aquella fuera también el creador de la propia ‘Superman’ de los 70, la primera adaptación de cómics DC que no era un serial o un episodio televisivo alargado a hora y media. Es precisamente el origen de Clark Kent en Kansas el punto de partida de la brutal sátira del género que propone ‘El hijo’, mezclando el dilema paternal de los Thorne —cuyo padre sabe que está criando a un hijo que no es suyo— y el de los Kent, que también son conscientes de su adopción intergaláctica.

 

Sin embargo, si bien Lex Luthor es un buen ejemplo de villano megalómano bastante psicópata y malvado, es en esta saga donde encontramos al auténtico reverso oscuro del héroe cuando, por efectos de la kriptonita, Superman y Clark Kent se disocian, dejando suelto a un doppelgänger malvado cuyo comportamiento de villano incluye fechorías como poner recta la torre de Pisa, dejarse barba de ayer, emborracharse o destrozar botellas de licor lanzando cacahuetes con su superfuerza.

 

La idea de la película era tan kitsch que hasta Sam Raimi la acabó imitando también en su tercera parte de la trilogía de ‘Spider-Man’ —que también imitaba la pérdida de poderes del héroe en la segunda—, en la que Peter Parker caía bajo el influjo de un simbionte que le sacaba las energías y le acababa convirtiendo en un pérfido niñato emo bailarín en una de las secuencias más deliciosamente ridículas del cine de superhéroes.

 

No son muchos los casos de héroes caídos en desgracia en el cine, pero si alguien ha examinado el reverso oscuro de la figura mitológica de los héroes de tebeo es Alan Moore y su influyente novela gráfica ‘Watchmen’, que fue adaptada, curiosamente, por Zack Snyder, el artífice de las nuevas películas de ‘El Hombre de Acero’, que es en las que se ceba ‘El hijo’ a la hora de ridiculizar la relación edípica del kriptoniano y su madre.

Además, en ‘Batman V Superman, el director daría un ángulo gris a la ética del vigilante de Gotham y ofrecía una visión escalofriante del de Krypton, en una pesadilla de Bruce Wayne en la que imaginaba un mundo en el que Superman era un peligroso autómata malvado. Snyder puso carne y hueso a un nutrido grupo de antiguos superhéroes cuyos destinos siguen caminos dispares, pero quizá el más temible es el de El comediante, un exhéroe psicópata que acaba siendo una escoria abusadora de mujeres.

 

Una pequeña película de superhéroes adolescentes como ‘Chronicle’ conseguía lograr bastante con poca cosa, y es que a través del uso de grabaciones de móvil y metraje encontrado narraba la caída en desgracia de un alfeñique que, tras adquirir poderes, le entra un peligrosísimo complejo de mesías que le acaba transformando en un psicópata que sus amigos deben aplacar. Quizá es la más parecida del lote a ‘El hijo’, que en hora y media escasas imagina los horrores que pueden derivarse del hecho de tener un niño consentido con poderes de superfuerza, hipervelocidad y rayos en los ojos.

 

Casi como el reverso oscuro de la positivista ‘Shazam!’, el protagonista de esta nueva visión, Brandon, va tomando todos los pasos erróneos conforme descubre que tiene más posibilidades y poder sobre los demás. Una especie de sátira perversa de los hijos con síndrome de emperador y los tiranos menores de edad, plantea algunas cuestiones sobre la responsabilidad paternal en la educación con pequeños detalles como una madre desdiciendo al orientador escolar y a cualquiera que le advierte del comportamiento disfuncional de su retoño.

Dando la vuelta al lema de Peter Parker “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, James Gunn, activista de la gamberrada pop, ha plasmado una idea que cuestiona con horror toda el esqueleto sobre el que se construyen los mecanismos del cómic, la cuestionable necesidad de los mitos como imágenes idealizadas, sin ninguna mella de humanidad, en su sentido más peyorativo, para poder adorarlos sin objeciones.

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