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EN UNA SESIÓN TETA PARA MADRES ORGANIZADA POR UNA ENFERMERA JUBILADA

Fui a ver '50 sombras más oscuras' rodeada de madres y bebés lactantes

¿Recuerdan aquellos tiempos aciagos en los que su abuela colapsaba si les veía tomar naranjas y leche? Según las creencias más arcaicas, estos dos alimentos, mezclados, se cortaban en el estómago y te provocaban la muerte instantánea. Después, el mundo empezó a ir más deprisa, enloqueció, llegaron los zumos guarrosaludables que mezclaban fruta y leche, y las estructuras de la combinatoria temblaron, hasta el punto de que esta mañana me he visto catapultada a un futuro distópico en el que los cines organizan sesiones para que los bebés lactantes se adormezcan con los gemidos de Christian Grey y su novia sumisa Anastasia.

-Una experiencia... diferente.

Una experiencia... diferente.D.R.

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Esta mañana, en los cines del Centro Comercial La Vaguada, se ha proyectado la segunda parte de '50 sombras de Grey', '50 sombras más oscuras', en una sesión especial llamada 'Sesión teta'. Estos eventos, promovidos por una enfermera ya jubilada, llevan celebrándose dos años, y proyectan en cines comerciales películas votadas y escogidas por las propias madres.

La verdad es que aplaudo este tipo de iniciativas. Las personas de mi entorno que han sido madres y padres, pero especialmente madres, coinciden en que, felicidad a raudales aparte, los primeros meses son solitarios y agotadores. Además, se muestran dolidos por esa enorme masa de odiadores de bebés que fruncen la nariz con asco cada vez que entran en un bar y ven a uno llorando o vomitando en el regazo de su madre.

La nueva generación de madres modernas amantes de la vida y el ocio exigen a gritos ambientes baby friendly. Y el mundo capitalista, que está para satisfacer caprichos que ni siquiera sospechábamos tener, se los ha dado. En principio, la iniciativa tiene un halo de justicia y feliz armonía, pero, en el momento en el que el señor Grey aparece en escena, el castillo de colores se desploma de repente.

Ni siquiera hace falta entrar demasiado en detalles para echarse las manos a la cabeza ante semejante idea, pero me meteré a cuatro patas en el lodo. Yo no había visto la primera parte. Reconozco que hice un intento la noche anterior a mi misión cine-teta, pero el sueño me venció. Así que me vi al día siguiente, acompañada por una amiga y su bebé de tres meses, sentada en una sala de cine de La Vaguada con aproximadamente cuarenta madres con sus cuarenta bebés respectivos (había, según me pareció ver, también un padre), sin tener más idea de la película que el boom causado por la primera parte entre mujeres de toda clase y condición, su cariz BDSMero y la fama de ser altamente calientachichis.

La verdad es que estaba encantada, porque de vez en cuando apetece meterse en el cerebro una buena bazofia que entre fácil. También me daba mucha risa pensar en que algunas madres tendrían que combinar la visión de escenas eróticas de alto voltaje con la sensación de un serecillo chupándoles los pezones. Lo cierto es que la combinación de elementos de aquel escenario me parecía bastante terrible, pero, al empezar la película, se tornó directamente demencial.

Primero, porque '50 sombras más oscuras' no es ni mucho menos oscura, y todo ese bombo sadomasoquista no pasa de ser un jueguecito estético que asoma tímidamente la patita en un par de ocasiones. Y segundo, porque de pronto, la combinación inicial que yo imaginaba (fontanelas de bebés recibiendo el impacto de los gemidos y las fustas chasqueando, madres soltando leche por los pechos mientras los puntos de la episiotomía les cicatrizaban de pura excitación sexual) era en realidad mucho más triste y angustiosa.

Porque '50 sombras más oscuras' no es una película sobre una relación BDSM entre un amo y su sumisa, sino un esquema perfecto de qué películas no debes mostrar a los cerebros moldeables de la juventud si no quieres que ellos se conviertan en unos machitos despreciables y ellas en unas gráciles gilipollas. Cucharadas de sumisión absurda, peleas entre los gallos más machos del corral, un " si me duele más a mí que a ti" disfrazado de "te estoy contando por qué soy tan malo y tan arisco y tan gilipollas, que es que tengo un trauma muy grande".

Básicamente, esta basura de película (que ni siquiera es divertida, porque tiene la languidez de 'Dawson crece' y 'Crepúsculo' juntas, y encima aquí tienen billetes, así que están mejor educados y hablan más bajito) te muestra que lo que mola es que un pavo te escoja el vestido, los pendientes, las bolas chinas, compre la empresa en la que trabajas para controlar tu vida, sea un maleducado con cada hombre que te hable y compre todas las fotos de una exposición en las que sales tú "para que ninguno más se te coma con los ojos".

A mí, mucho chófer y mucho viajar en helicóptero, pero '50 sombras más oscuras' me pareció la facción más sexista y vil de 'Palabra de gitano'. Imaginen ese horror desplegándose ante la mirada de cuarenta mujeres recién paridas, con las emociones a flor de piel. De vez en cuando me inclinaba hacia delante en mi butaca y las miraba, deseando que todas fuesen mujeres fuertes y listas, y supiesen apartar toda la basura que les estaba lanzando encima la película. Sentía el impulso de levantarme y cubrir a todo el público con un chubasquerito masivo, como en una proyección de 'The rocky horror picture show', para protegerlo de las influencias nocivas del macho Grey y su novia estúpida.

Intenté que la desesperación no me invadiera, y lo pasé bien un rato mientras un bebé de la fila de delante, que debía tener cerca de un año, me miraba atentamente, partiéndose de risa, mientras yo veía cómo el supermacho y su tontuela fornicaban en una cama de 2x2 con vistas a Seattle. Había otra criatura casi recién nacida que lanzaba gritos penetrantes en los momentos clave: la introducción de las bolas chinas en la vagina de la protagonista, el momento en el que el coito se consumaba, cuando el protagonista decía cosas como "eso son pinzas para los pezones", etc.

También hubo risas cuando la escena de Grey practicándole sexo oral a Ana fue "doblada" en directo por el rechupeteo de un bebé que mamaba de la teta de su madre. De vez en cuando alguno de los bebés lloraba un poco, pero, tras unos paseítos en brazos de su madre por los pasillos laterales, se calmaba. Yo había esperado un festival de gritos y lloros retroalimentándose unos a otros, pero en absoluto fue así.

Estaba pasándolo realmente bien, más saludando al bebé de los asientos de enfrente que mirando la película, cuando vi LA IMAGEN y se me pusieron los pelos de punta. Una mujer a mi lado empezó a dar de mamar a su bebé, que no debía tener más de cuatro meses. El pecho blanco reflectó la luz de la pantalla. En ese momento, Grey estaba de morros, celoso a tope porque su chica había decidido ir a una reunión de trabajo en Nueva York. La luz azulada de esa escena se refejaba en el pecho que alimentaba al bebé.

Momento intenso, metáfora loca, pregunta al canto: ¿Qué les está "dando de mamar" a estos pequeños seres esta sociedad? ¿Qué referentes tendrán más adelante estos bebés si, antes siquiera de aprender a hablar, ya han asistido a escenas audiovisuales de ese calibre? Sé que los bebés no se enteraban de nada, pero, ¿de verdad hacía falta exponerlos a semejante muestra de relación romántica tóxica y terrorífica?

A la salida, mientras la gente recuperaba los carritos, testigos mudos de aquella bazofia, colocados en fila bajo la pantalla, vi caras animadas, risas, frases como "sí, la primera ya era malísima y esta es peor, pero pasamos un rato". Entiendo la necesidad de desconexión de una persona que se ha transformado, de la noche a la mañana, en una proveedora de afecto, cuidado y alimento, y, por supuesto, creo que este tipo de eventos para ir con bebés pequeños es necesario y posible. Esperemos que la iniciativa continúe (con otro tipo de películas, espero).

Pienso de nuevo en esa imagen de simbolismo hortera: la luz de la película reflejada en la teta, el bebé bebiendo de ella. Y creo que debemos tener presente algo: Para educar a nuestra descendencia, al mismo tiempo habrá que hacer el esfuerzo de educarnos a nosotros mismos. Y para ello quizás debamos exigirnos ver un cine que, si no constructivo, al menos no resulte directamente nocivo.

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