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PELOTAZO EN ESTADOS UNIDOS

Baby Driver o el eslabón perdido entre Tarantino y La La Land

Se estrena ‘Baby Driver’ precedida de pelotazo en taquilla en EEUU. Una pequeña sorpresa que inventa un nuevo género: el thriller de accion musical. Edgar Wright ha metido en una jukebox 'Drive', 'Amor a Quemarropa' y 'La La Land' a ritmo de clásicos del pop, el rock,y el punk con tal precisión que los tiros siguen el ritmo a tempo y las sirenas de policía suenan afinadas, siempre al tono de las canciones.

-Baby Driver

Baby DriverAgencias

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Hay una divertida conexión entre las dos principales películas sobre las que reposa el conglomerado cinéfilo que propone el director británico Edgar Wright. Su personaje central, Baby, es un conductor de atracos de pocas palabras, un profesional que parece una actualización del protagonista de ‘The Driver’ que encarnó Ryan O'Neal en la epopeya urbana de Walter Hill.

Asimismo, la popular ‘Drive’, del polémico Nicolas Winding Refn, ya efectuaba la misma operación con la piel del entonces emergente Ryan Gosling, cuyas líneas de guion se disolvían en la profundidad de sus ojos verdes.

Una de las habilidades de este Baby, interpretado por un talentoso Ansel Elgort, es su capacidad de danza y su afición a la música, lo cual le convierte en un piloto bailarín al son de su lista de reproducción. Resulta curioso que sea también Gosling el que baile y cante en otro musical poco ortodoxo que todos conocemos, ‘La la land’ con la que ‘Baby driver’ tiene mucho más que ver que lo que sugiere su síntesis argumental.

Desde luego, la película de Damien Chazelle tiene números más elaborados, llenos del absurdo requerido para convertirla en un musical estricto, pero sigue saliéndose de los patrones del género innovando en la manera por la que pertenece al mismo.

 

‘La la land’ destaca, principalmente, por su uso del montaje y la postproducción; se elabora un ritmo interno, matémático, acorde a la narrativa, que sirve de base musical sobre la que el guion es sampleado. Así, los diálogos parecen versos y los tacones y gestos marcan los tiempos.

Un virtuosismo sutil que requiere una tremenda planificación y que crea una armonía constante que no tiene que ver con las piezas explícitamente representadas. ‘Baby Driver’ comparte ese brío natural cuando concibe sus piezas de acción sincronizadas al milímetro por los beats de las canciones que escucha el conductor.

Como si fueran los latidos de su propio corazón, la música de sus cascos marca el paso de Baby y convierte cada persecución en una coreografía musical, con los tiros sonando a ‘tempo’ encajados en la corchea adecuada. Un ejercicio de montaje extremadamente hábil que transforma las secuencias de acción en una descarga de adrenalina.

El efecto especial más alucinante no son los litros de CGI ni elaboradas piezas con submarinos atacados por coches volando que traspasan rascacielos, sencillamente, la energía contagiosa de las canciones, elegidas con gusto exquisito por Wright, es suficiente gasolina para hacer arder cada fotograma con creatividad y precisión.

Baby Driver
Baby Driver | Agencias

En realidad, aunque se base en un puñado de películas clásicas de atracos y criminales con persecuciones como ‘Un trabajo en Italia’ o thrillers como ‘Contra el imperio de la droga’, Wright tiene bien calado el dilema del infiltrado de ‘Le llaman Bodhi’ y la odisea romántico-criminal de ‘Amor a quemarropa’.

Tanto es así que se le nota cierta tendencia al taratineo y el noventerismo, una concepción de lo ‘cool’ muy en consonancia con los 2000 que cae un poco a contrapelo en esta era donde todo lo que no lleva etiqueta millenial es sospechoso de viejunismo y, por tanto, condenable por los adalides de la modernidad.

Afortunadamente, la idea setentera de Wright conforma un puñetazo tan fuera de onda como seguro de sí mismo, con lo que cualquier deserción por su nostalgia de ‘lo alternativo’ resbala sobre el capó del coche a toda hostia que huye de los atracos de una pandilla de criminales que utilizan máscaras de Austin Powers y hacen referencias a la cultura pop.

El mayor problema de la empresa es que al director se le dan mal los trayectos largos y tiende a embragar hacia el final de sus filmes. ‘Baby Driver’ no es una excepción y derrapa en su tercer acto, dejando patente que la energía y la magia del inicio no puede mantenerse para siempre, pero su agridulce conclusión le redime y evita el impacto. En cierto modo, permanecerá como la versión escalada, y pulida para alérgicos al reguetón, de las últimas entregas de los rápidos y furiosos.

Aunque se le ven demasiado las aspiraciones y anhelos de convertirse en obra de culto, es un viaje vibrante e imprescindible pese a que a veces conduzca en círculos y deje una sensación parecida a haber ido en cabeza toda la carrera para acabar en el tercer puesto.

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