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Mi madurez emocional y sexual no tiene nada que ver con mi ropa interior

Tengo 34 años y aún llevo bragas con dibujos animados, ¿algún problema?

Mi madurez emocional y sexual no tiene nada que ver con mi ropa interior. Además, si alguien quiere verme en salto de cama de encaje, que me lo compre, que la lencería fina es carísima.

-Pijamas de Minnie Mouse

Pijamas de Minnie MousePrimark

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Desde pequeña me han gustado bastante las películas de Disney y, por ende, los dibujos animados. Un ‘vicio’ infantil que he arrastrado hasta la treintena y que me ha dejado sendas taras. La primera es creer que el amor romántico existe (ese que surge nada más ver a tu príncipe bajarse de su corcel). Un pensamiento por el que mi psicóloga lleva forrándose más de tres años. Bien por ella. La segunda es que doy mi vida por unas bragas de La Sirenita. Sí, ya lo sé, no debería, pero es lo que hay.

Quizá es porque no quiero hacerme mayor y el hecho de llevar ropa interior de colegiala (de las de antes, porque las de ahora saben latín sin estudiarlo en las aulas) me hace sentir que aún soy esa dulce niña que creía que encontraría el amor verdadero y duradero. Pero dejémonos de tonterías. Llevo ropa interior con dibujitos porque me gusta. Punto. Me parecen graciosas y las marcas ‘low-cost’ no paran de lanzarlas al mercado a un precio que ni en el mercadillo de mi pueblo.

El problema llega cuando recibo críticas por ello. Y no de hombres, no. De mujeres. En más de una ocasión he tenido que asistir al hiriente (y estúpido) comentario de “chica, qué cosa menos sexy y erótica, así no vas a pillar”. Como si yo llevase las bragas por fuera de la ropa y en eso se basase mi éxito con los hombres…

Ahora bien, ¿por qué las mujeres no podemos seguir luciendo la cara de Minnie Mousse en la entrepierna pasada la infancia? Pues según mis amigas porque si me bajo los pantalones delante de un follamigo y se encuentra con eso, la llama de la pasión se esfumará. Ajá. O sea, que si lo he entendido bien, tengo que comprarme ropa interior de actriz porno solo para que a mi partener sexual no se le baje la erección. Ah. Es que yo pensaba que la erección se la provocaba yo, no mi ropa interior.

Muchos pensaréis que ese comentario que recibo de mis amigas es una tontería. Que le doy demasiada importancia a una opinión sin más. Pero es que el problema es que frases como esta me demuestran, una vez más, que las mujeres somos idiotas en lo que respecta a los hombres. Y he aquí la razón. ¿Alguna vez habéis visto a un hombre preocupado por los calzoncillos que vaya a lucir un sábado noche? NO. Sin embargo, nosotras debemos depilarnos a la perfección y comprarnos bragas de chantillí que aunque nos dejen la entrepierna magullada a ellos les harán aullar de deseo.

Cierto es que ellos no llevan calzoncillos con dibujos. ¿Por qué? Porque la industria los viste de manera normal en la cama y a nosotras de niñas malas o de ángeles con alas. Me explicaré mejor. En la sección de ropa interior masculina de cualquier tienda que se precie no encontrarás más que bóxer negros, blancos o de colores, o calzoncillos de pata en las mismas tonalidades.

Con estampado de cuadros, como mucho. Sin embargo, la lencería femenina es todo un mundo de fantasía, color y unicornios donde se mezcla Disney con el encaje más sensual, incómodo y caro que te puedas imaginar. Ah, porque esa es otra. Si llevas bragas o sujetadores blancos, negros o de color carne eres una sosa de cuidado.

Así pues. Cuando una llega a la sección de lencería dispuesta a renovar su ropa interior se encuentra con tres estereotipos entre los que elegir: frígida, colegiala o estrella del porno. Genial. En mi caso, ya sabéis con cual me quedo.

¿Es de nuevo el patriarcado el que nos ha llevado a las mujeres a este punto en cuanto a la ropa interior? Puf, ya ni lo sé. Lo único que puedo asegurar (y por lo que se me cae la cara de vergüenza) es que en cada despedida de soltera a la que he acudido, a la novia se le ha regalado un picardías. Que visto desde fuera pudiera parecer algo muy gracioso, pero analizado desde un punto de vista social y cultural da miedo.

En pleno siglo XXI, hay mujeres regalando a otras mujeres conjuntos lenceros sensuales para que el día de su boda pongan a tono a sus maridos. Nos mandamos las unas a las otras el mensaje de que tenemos que ser sexys para ellos, que debemos enfundarnos prendas que lucen modelos de metro ochenta y medidas imposibles para que ellos no miren a otro lado y nos abandonen. Bien por nosotras, ¿eh?

Por eso, queridos y queridas, voy a seguir utilizando ropa interior de dibujos animados hasta que los calzoncillos de encaje sean lanzados al mercado. O bueno, no, mejor todavía. Hasta que un solo hombre se ponga unos calzoncillos de encaje porque la industria (o sus amigos) le digan que debería hacerlo si quiere pillar.

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