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MIS AMIGAS LAS PALOMAS

No son las ratas del aire: Hablamos con un colectivo que cuida y defiende a las palomas

Conocemos a los miembros del colectivo 'Mis amigas las palomas', que rescatan y cuidan a estas aves y tratan de desmontar los mitos sobre un animal que genera rechazo en buena parte de la sociedad.

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Podía notarlo en su cara. Cada vez que, durante el recreo, un grupo de palomas se acercaba a intentar rebañar las migas de nuestros bocadillos, a mi amigo Iván se le cambiaba el gesto en un instante. “Ay, ay, ay. Qué asco me dan las putas palomas, joder”, decía, mientras se alejaba de ellas dando grandes pasos hacia atrás. Cuanto más lejos se iba, más se acercaban ellas en busca de su sabroso desayuno.

Lo que lo ocurría a mi amigo Iván en el colegio era el fiel reflejo de lo que siente una parte importante de la sociedad: las palomas son poco menos que ratas con alas. Bichos sucios y carroñeros que transmiten enfermedades. Una plaga a exterminar. No falta incluso quien, cuando una paloma se interpone en su camino, lanza una patada con desdén o la atropella deliberadamente con el coche.

El demonio con alas

Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer de primera mano ese rechazo. Paseando a los perros, una mañana, encontré a un minúsculo pichón de paloma que se había caído de un nido tras una noche de mucho viento. Unos niños del barrio estaban a punto de acribillarlo a balonazos, así que me lo llevé a casa entre gestos de repugnancia de los vecinos. “¿Qué llevas ahí? ¿Una paloma? Dios, qué asco”, me espetó la quiosquera.

Empezó entonces una odisea para tratar de sacarlo adelante. ¿Por dónde empezar?, pensé. Al fin y al cabo no tenía ni la más remota idea de cómo alimentar a un pichón. Y para ser totalmente sincero, el emplumado amigo era más feo que pegar a un padre con un calcetín sudado: a mí también me daba un poco de repelús. Lo llamé Pollo y me lo llevé a mi estudio, donde tengo un gran patio en el que pensé que, además de estar a salvo, podría ensayar para sus primeros vuelos.

“Echa un vistazo a una web que se llama Mis amigas las palomas (MALP)”, me recomendó una amiga. Y eso hice. Allí descubrí todo un mundillo de gente que se dedica a rescatarlas cuando sufren accidentes como el de Pollo (algo bastante frecuente). Personas que entienden como nadie sobre su carácter, sus enfermedades, los cuidados que requieren o su alimentación. Ahí estaba todo, desde cómo alimentarla con una jeringuilla hasta la mejor manera de volver a darle la libertad.

“MALP nació en 2009, cuando mi hermana y yo nos encontramos un pichón en el suelo. No sabíamos qué hacer”, me cuenta Bárbara Fernández, una de sus fundadoras. “Resultó estresante y desagradable descubrir el rechazo que causó en amigos, familiares e incluso veterinarios la existencia y auxilio de un pichón de paloma. Tuvimos que partir de cero para criarlo, pues no había información ni ayuda disponible. Afortunadamente, todo salió bien. Nos enamoramos de ella y comenzamos a plantearnos si las palomas tenían algún aliado. Vimos que no, así que decidimos abrir la asociación”.

Pero, ¿a qué se debe la mala prensa de las palomas? “La realidad es que hace 40 años no tenían esa imagen: todos recordamos a nuestros abuelos alimentado y criando palomas y hablando de ellas con cariño. Ahora se las ha demonizado. El cambio se debe al desconocimiento y persecución de las autoridades: las administraciones llevan dos décadas gastando dinero público en capturar y matar palomas con el pretexto de que son una plaga”. Un mantra que, para las responsables de MALP, es injustificado. “No existe riesgo sanitario real”, aseguran con contundencia.

Lo que sí se ha conseguido es que la población perciba un riesgo. “Se teme a las palomas por supuestas enfermedades, el deterioro de edificios, porque manchan el coche… incluso muchos no se atreven a tocarlas. Pasa con otros animales, como gatos o hurracas. Hay quien sólo ve entes a exterminar, algo que tiene menos valor que un iPhone. Objetos carentes de sensibilidad o sentimientos. Su vida no les preocupa, y si molestan, votarán porque mueran. Hemos llegado a una desconexión total con la fauna y la flora, perdiendo a la par empatía y capacidad de disfrutarla”.

Gracia e inteligencia

Cuando uno convive con una paloma, se da cuenta de cosas en las que jamás había reparado. En mi caso, me sorprendió de Pollo su alegría y fidelidad. Me conquistó su ruidosa manera de seguirme a todas partes y su afán de tenerme cerca. Cuando empezó a volar y a alejarse progresivamente, volvía cada pocas horas para comprobar que yo seguía allí. Un buen día decidió que había llegado el momento de irse del todo. Y para qué negarlo: además de orgullo por haberlo sacado adelante, también sentí pena. Debe ser eso que llaman el síndrome del nido vacío.

“Lo que más me gusta de las palomas es su gracia e inteligencia”, cuenta Bárbara. “Poder disfrutar de su cercanía para apreciar su belleza e inocencia es un privilegio. Forman parejas fieles, se protegen entre ellas y son padres excepcionales. Además son fuertes, un ave asombrosa que destaca entre las demás. Un auténtico tesoro en nuestras ciudades”.

Habrá quien se pregunte si merece la pena preocuparse por las palomas, aves relativamente autónomas, frente a las condiciones terribles en que viven otros animales que también necesitan ayuda. Para Bárbara, la respuesta es clara. “Si cambiamos la percepción social de las palomas, podemos mejorar la situación de otras especies con mejor prensa”, explica. Hasta que eso ocurra, anima a dejar de lado los prejucios. “Si las das a las palomas una oportunidad y las miras con el corazón, nunca las verás de la misma manera. Toda persona que ayuda una paloma es conquistado por ellas y será su aliado para siempre”.

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