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ADELA CORTINA PUBLICA 'APOROFOBIA, EL RECHAZO AL POBRE'

¿Por qué rechazamos así a los pobres?

No es lo mismo un gitano con éxito que uno que vive en una chabola, un negro del top manta que Barack H. Obama, un moro en una esquina de Lavapiés que un jeque árabe en un yate atracado en Marbella. Más que por condición de raza o religión, se discrimina la pobreza. Aporofobia es el término que ha acuñado la filósofa Adela Cortina para describir y combatir esta lacra.

-Imagen de recurso de una persona sin hogar

Imagen de recurso de una persona sin hogarAgencias/Archivo

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Unos hooligans del PSV Eindhoven se emborracharon en la Plaza Mayor de Madrid y, de paso, aprovecharon para humillar fuertemente a las gitanas rumanas que les pedían limosna. Fue en marzo: entre risas, insultos y chanzas, les arrojaban monedillas al suelo para que las recogieran como si fueran animales o les hacían bailar para conseguir unos céntimos. Lo peor es que la chicas rumanas les seguían el juego, no se sabe si por conseguir los céntimos o por miedo a que les hicieran algo peor.

Qué es la aporofobia

Se llama aporofobia (del griego 'á-poros', pobre, y 'fobéo', espantarse) a este desprecio por los pobres, un término acuñado por la filósofa Adela Cortina: "Es preciso ponerle un nombre a los problemas para lidiar con ellos", dice, aunque la Real Academia Española no lo haya incluido aún en su diccionario. Y no solo se refiere a los pobres en el sentido económico.

"También sirve para cualquiera en situación de debilidad, a cualquiera que nos pueda dar nada en un intercambio", explica Cortina, "de hecho puede haber aporofobia en la empresa, en la universidad, o en los colegios, en forma de bullying. Es algo más profundo y extenso que el clasismo. Se trata del desprecio al más débil".

¿Extranjero y rico o refugiado?

Cortina, referente de la Ética en España y primera mujer en ingresar en la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas acaba de publicar un libro de máximo interés sobre este fenómeno que lleva investigando varios años: 'Aporofobia, el rechazo al pobre' (Paidós). En él trata con especial atención el tema de los refugiados: "No tratamos igual a un extranjero que viene con dinero que a un extranjero pobre, que viene a pedir nuestra ayuda", afirma.

Y eso se da en otros ámbitos: no es lo mismo un gitano que haya tenido éxito que un gitano que viva en una chabola. No es lo mismo un negro que viva del top manta que Barack H. Obama. No es lo mismo un moro que se apoya en una esquina de Lavapiés que un jeque árabe que visita Marbella en yate.

Como explica Cortina, muchas veces la discriminación más que en motivos de raza, religión o género, se basa en motivos económicos. Discriminamos al pobre, al débil, al que no tiene nada que ofrecer y sí mucho que pedir. De ahí el rechazo a los refugiados, que preocupa especialmente a la filósofa, y, en cambio, la alfombra roja a los turistas con posibles (aunque su proliferación incontrolada pueda destruir nuestras ciudades).

"Políticos como Donald Trump o Marine Le Pen tratan de acabar con la solidaridad social, difundiendo ideas como que los inmigrantes vienen a robarnos el trabajo o a saturar la Seguridad Social", dice la ensayista. Y, como se ve, tienen éxito.

Y la demonización de la clase obrera

En un mundo donde la pobreza y la desigualdad va en aumento (un 28,6% de los españoles está en riesgo de pobreza y exclusión social, según el Instituto Nacional de Estadística), sobre todo, tras la crisis e incluso en las sociedades mas ricas, la aporofobia preocupa.

Ya la trató, de alguna manera, Owen Jones en su libro 'Chavs, la demonización de la clase obrera' (Capitán Swing). En él se narra cómo tras la desindustrialización del norte de Inglaterra y el aplastamiento de los sindicatos por el puño neoliberal de Margaret Thatcher, en los años 80, ha surgido una nueva tipología social.

Surge la figura del chav

Es el chav, pobre, dependiente de las ayudas estatales (y de estética parecida a lo que aquí llamaríamos choni, bakala, poligonero) que es despreciada con desdén hasta entre las propias clases progresistas y cultas (las que, por supuesto, respetan a todo tipo de minorías étnicas o orientaciones sexuales). Con el chav no hay compasión, y se le acusa de ser un ser inferior, sin futuro, parásito de las ayudas estatales. Como si la entera responsabilidad fuera suya.

También asistimos a una pérdida de dignidad de la personas pobres. Si en viejas películas de la posguerra vemos a esas familias "pobres, pero honradas", llenas dignidad, hoy la condición de la pobreza hasta se desprecia a sí misma. "Que una persona sea vulnerable no quiere decir que sea indigna", dice Cortina, "los se empeñan en eso son los aporófobos, que han conseguido que esa idea cale en las propias víctimas. Y lo mejor que le puede pasar a un verdugo es hacer que su víctima se sienta indigna: el triunfo del aporófobo es hacer sentir indigno al pobre".

Quién es responsable de la pobreza

Dice Cortina que la responsabilidad de la pobreza, igual que de la riqueza, es de la sociedad entera, y que con el tiempo se ha ido revocando esa idea nociva de que el pobre es enteramente responsable de su pobreza (aunque esta sea una de las afirmaciones fundamentales de la actual hegemonía neoliberal: que triunfan los mejores y que a quien le va mal es por no haberse esforzado lo suficiente).

"Las primeras en preocuparse por la situación de los pobres son la religiones monoteístas, como el cristianismo, pero luego nos damos cuenta que eso no se puede dejar al individuo o a ciertos grupos, sino que es responsabilidad del Estado ayudar a los pobres y erradicar la pobreza", cuenta la pensadora.

Adela Cortina es optimista, pues piensa que la pobreza se puede erradicar mediante la acción política del Estado (frente a aquellos que quieren utilizar las tijeras para recortar la acción estatal).

Algunas pistas: apostar por las políticas sociales que protejan a los vulnerables ("no se puede permitir que alguien se entretenga prendiendo fuego a mendigos porque no tiene otra cosa que hacer"); afianzar el Estado de Bienestar y actuar desde la educación para prevenir la aporofobia.

Soluciones no demasiado complicadas, pero tampoco demasiado fáciles de llevar a buen término.

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