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Un nuevo guerrillero embarcado en una prueba contrarreloj

Edu Granados denuncia lo mal que se enseña la Guerra Civil en los colegios

El joven politólogo Edu Granados, bisnieto de un conocido maquis, denuncia lo terriblemente mal que se enseña la Guerra Civil y la lucha antifranquista en los colegios.

-El Último Guerrillero

El Último GuerrilleroEdu Granados

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“Sería un ignorante sobre la Guerra Civil si no hubiera tenido los padres que tengo y mi historia familiar. Me ha dado tan poco conocimiento el sistema educativo español sobre ese periodo de tiempo que es terrible”.

Habla Edu Granados. Mientras vivía en Francia, mandó reportajes a España sobre el campo de refugiados de Calais o las revueltas de las ‘banlieue’ parisinas. Se graduó en Relaciones Internacionales con la intención de ejercer el periodismo pero las lógicas perversas de la profesión le hacen dudar, a cada paso, de que ese sea su camino. Tiene 23 años. Su nombre completo es Eduardo Granados Reguilón y es el bisnieto del guerrillero Adolfo Lucas Reguilón, alias Severo Eubel de la Paz.

Reguilón era un maestro madrileño, nacido en Villa del Prado, que ejercía en un pueblo toledano cuando comenzó la Guerra Civil. Poco antes se había afiliado al Partido Comunista. Luchó como miliciano y fue herido en la batalla en el primer invierno de la guerra, por lo que siguió trabajando por la República en tareas políticas.

Al terminar la guerra, fue hecho prisionero hasta 1943. Cuando fue liberado, se echó al monte en el Valle del Tiétar como muchos otros guerrilleros hicieron, para organizar la lucha antifranquista. Las ambiciones de Severo no eran pequeñas. Además de la creación de propaganda y pequeños sabotajes, su Agrupación Guerrillera, denominada Zona M, el 16 de agosto de 1946, tomó por unas horas el pueblo Alameda del Valle —“en un acto quijotesco”, dice Eduardo—, proclamando la Tercera República.

El recuerdo más antiguo de la existencia de su bisabuelo lo tiene Eduardo a través de la resonancia de unos poemas que su abuelo Arisbel Lucas se sabía de memoria y que le recitaba de pequeño. “Me pregunto qué es esto, porqué me los cuenta, qué quieren decir, de dónde vienen”. Pero lo que realmente le activa sucede en 2008, cuando se presenta el documental ‘La guerra de Severo’ en el salón de actos de, precisamente, Alameda del Valle. “Yo tengo 14 años, voy casi obligado, pero veo que ahí cuenta la historia de un familiar que no sé muy bien qué hace pero noto que es algo importante”.

“Empiezo a acercarme al mundo del periodismo y la lectura, primero leyendo las crónicas de fútbol de la prensa deportiva y después El País Semanal que me traen mis padres, y decido empezar a hacer entrevistas a mis abuelos en Villa del Prado, en la huerta, sobre su vida. Conozco cómo nace mi abuelo en plena Guerra Civil y quién fue mi bisabuelo… me empiezo a flipar un poco”.

Severo no solo le hace la vida imposible a la Guardia Civil, sino también al Partido Comunista, cuya dirección rehúsa acatar, no solo en sus tácticas y estrategias sino en su heterodoxo comunismo, al que incorpora un humanismo con referencias pacifistas y cristianas. Después de realizar otras acciones guerrilleras, abandona en 1953 y se refugia con una identidad falsa en el pueblo lucense de Foz, sabiéndose perseguido tanto por franquistas como por comunistas, para quienes era un elemento indomesticable. A los tres años es descubierto, detenido, encarcelado y condenado a muerte.

Unos días antes de la entrevista me encuentro con Edu en la parada de metro de Gregorio Marañón, en Madrid, para que me preste el documental, dirigido por César Fernández, que le despertó a todo. “Es curioso que hayamos quedado, por casualidad, justo en este metro. En la película verás que Marañón es importante en la historia de mi abuelo”.

El doctor endocrinólogo Gregorio Marañón, que tras unos años en el exilio había vuelto a España, respetado por el régimen debido a su gran reputación internacional, era amigo de Adolfo Lucas Reguilón. A sabiendas de ello, la hija pequeña de este, Flor del Pueblo, le escribió cartas en las que le suplicaba su intervención para evitar la muerte del padre. Y así sucedió: Marañón consiguió que se le conmutara a Reguilón la pena capital por la cadena perpetua.

El pasado enero, Eduardo, junto a su padre y sus abuelos, tomaron café en casa de Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, conde de Marañón, en su casa de Madrid. El nieto del célebre médico, además de noble, es presidente del Consejo de Administración de Universal Music España y del Patronato del Teatro Real. La historia de cómo acabaron en aquel salón de aquel chalé es rocambolesca y no tiene que ver con Severo. “Mi padre, que le gusta mucho la ópera, el año pasado propuso un bis en ‘Lucía di Lammermoor’ en el Teatro Real”.

Para que el bis sucediera, el señor Granados puso a su familia en la puerta del Real a repartir octavillas al público que entraba, animándoles a pedir una repetición de un aria si les gustaba la interpretación. El video circula por Internet: la petición del bis fue abrumadora y emocionante. “Propuso eso y le salió bien; otra cosa quijotesca”, dice Edu. Marañón quiso agradecerle lo que había hecho y fue Eduardo quien se le ocurrió aprovechar la visita para llevar a sus abuelos.

“Mi abuelo, en estos últimos años en los que cada vez recuerda menos cosas, siempre se acuerda de los poemas y de cómo Gregorio Marañón salvó la vida a su padre”, dice. “Yo nunca había visto a mis abuelos tan guapos. Fuimos para que mi abuelos pudieran agradecer a su nieto el papel que su abuelo había tenido con mi bisabuelo”. Algo en la elegancia de los abuelos, en el cuidado con el que sostenían las tazas para no hacer ruido, en la insalvable distancia —política, económica, social— entre el marqués y el hijo del maquis, le hizo sentir a Edu, “por primera vez, un sentimiento de clase muy bestia”.

A pesar de que la vida de su padre ya no corría peligro, la joven Flor del Pueblo Reguilón, alma artista y sensible, fotógrafa, como lo es el propio Edu, se quitó la vida, arrojándose a un pozo del pueblo, en la Navidad de 1967. “A mí me han contado siempre que fue por una mezcla de la ausencia paterna con locura o inestabilidad emocional. Ahora quiero saber porqué y eso es más complicado. Cuando a mi abuelo se le pregunta sobre esto, se emociona y se viene abajo, por eso estoy intentando hablar con señoras del pueblo que conocieron a mi tía abuela”. En realidad, faltaban solo cinco años para que Adolfo Lucas fuera liberado, pero eso la familia no lo sabía.

Hace unos meses, Eduardo Granados participó en las Jornadas de la Memoria Histórica que organiza la Universidad Complutense en la que, hasta hacía poco, había sido su facultad de Ciencias Políticas y Sociología.

Allí habló de Severo pero advirtió que le importaba que la figura de su bisabuelo “no eclipsara” la de su bisabuela y abuela. “Partiendo de que es complicado —dice ahora— juzgar desde el presente lo ocurrido en aquellos años y quién soy yo para hacerlo, sí me parece justo decir lo que dije, que tan valiente es estar como guerrillero en la Sierra de Gredos como quedarse en casa cuidando a cinco hijos, soportando el estigma de ser la mujer del rojo. Dónde están los momentos de sufrimiento y silencio que pudieron tener las mujeres”.

En su genealogía familiar es importante decir que su abuela Margarita, esposa de Lucas, creció también sin referente paternal, ya que su padre fue uno de los embarcados en el Stanbrook, el último gran barco que partió del puerto de Alicante rumbo a Argel.

Allí estuvo trabajando con la colonia francesa en la construcción del tren transahariano y de ahí emigró a Venezuela. “Mi abuela creció con su madre, que fue otra mujer que flipas.

Y así educaron a sus hijas con valores de liderazgos y cierta insumisión. Mi madre y mi abuela son mujeres muy conscientes, muy críticas”. “Hay que tener cuidado con que los adjetivos de la heroicidad vayan siempre a los hombres y no hablemos de la valentía de las mujeres que quedan en la retaguardia”, dijo Edu en aquella charla, mientras era escuchado con atención por Felipa Peinado, quien con 89 años sigue luchando para sacar de una cuneta a sus familiares. Felipa le dijo a Edu, y a otros jóvenes congregados: “no os conforméis con lo que no sea justo y no consintais que cualquier persona, por poderosa que sea, se ría de vosotros”. A su vez, Edu le contestó: “esta es una lucha contracorriente y a contra del tiempo, y por eso tenemos que coger el relevo”.

Al salir de la cárcel, Adolfo Lucas, el exguerrillero, escribió sus memorias. Esta biografía está publicada en los volúmenes ‘El último guerrillero de España’ (1975) y ‘Bajo el terror de las armas’ (1982). Eduardo no las leyó hasta después de ver el documental y empezar a encajar las piezas de lo familiar en el relato colectivo. La primera vez que las leyó no sabía lo que era el Partido Comunista. La segunda vez, estaba ya cursando la carrera en Políticas. Leyó las versiones editadas; los manuscritos, que aparecen en el documental, no los ha tenido, todavía, en sus manos.

“Ayer —dice en referencia al día en el que se hace la entrevista, a principios del mes de abril— fue el cumpleaños de mi abuelo y estuvimos en Villa del Prado. El regalo que le hicimos fue el papelito en el que el Ministerio de Cultura nos comunica el presupuesto para obtener una copia de la documentación en referencia a Severo Eubel de la Paz que guarda el archivo del Centro de Documentación de la Memoria Histórica de Salamanca”.

Desde la cárcel, Adolfo Lucas escribe más de cien poemas, sonetos que Edu define como “soviéticos”, cargados de “grandes ideologías y grandes horizontes y de utopías humanistas”. Su tía Flor —sobrina de Flor del pueblo, nacida un año después de la muerte de esta— se había encargado de preparar en una edición que los reúne todos bajo el título ‘Mensajes de vida y paz’, publicado en 2017. Son “odas al hombre, a la naturaleza, a la libertad, con más vocación por enseñar, educar y compartir valores que por contar sobre él y sus emociones”.

Eduardo piensa ahora en su primo adolescente, con quien estuvo jugando al fútbol hace unos días. Cree que ahora toda esta historia, que es también la suya, no le interesa, como tantas otras cosas, como leer a Calderón de la Barca, piensa, a su edad, que no le interpelan. “Me interesa que mi primo, cuando sea mayor, tenga información y herramientas para poder conocer quiénes fueron sus bisabuelos y abuelos”. La familia como un canal de memoria. Pero en verdad Edu no piensa solo en su primo, sino en otros muchos chavales y chavalas de 17 años que han pasado por el instituto sin estudiar la Guerra Civil, la dictadura franquista y, por supuesto, la resistencia antifranquista.

Por eso Granados, junto a unos compañeros, ha creado el proyecto Ruta al Exilio que actualmente está en fase de financiación. Es un viaje educativo —mitad campamento, mitad curso de verano— que recorre lugares de la memoria del exilio español en los Pirineos, “cuando los refugiados éramos nosotros”, dice en su planteamiento. Está pensado para jóvenes de entre 16 y 17 años, para ese momento entre el Instituto y lo que venga después, con el objetivo de “animar y hacer atractivo el conocimiento de la historia de nuestro país, que el acercamiento a la memoria sea también con una formación académica o científica”, explica Eduardo.

“Hay una sensación de desarraigo hacia tu propia historia, y no necesariamente la historia en mayúsculas sino la de nuestras propias familias, porque hay cosas que no entiendes, porque faltan herramientas para entender lo que está pasando ahora y para construir un futuro, para excavar el futuro”, dice.

Por eso piensa el proyecto como “un dinamizador de juventudes” que despierte un “interés por lo común, lo nuestro, lo cercano”, recorriendo los caminos del exilio como hicieron nuestros abuelos, en las rutas desde La Jonquera, el memorial de Walter Benjamin en Portbou, el campo de concentración de Rivesaltes en Perpiñán o la Maternidad de Elna. También lugares no memorializados, como las playas de Argèles-sur-Mer o Collioure, donde está la tumba de Antonio Machado.

El joven politólogo ya conoce estos lugares. Formó parte del proyecto In Between, que estudia el siglo XX europeo a través de sus territorios fronterizos, con jóvenes de toda Europa que trabajan conjuntamente. Estuvo una semana en La Jonquera junto con una investigadora polaca y David González Vázquez, en ese momento educador del Museu Memorial de l'Exili y hoy técnico de proyectos del Observatorio Europeo de la Memoria perteneciente a la Fundació Solidaritat Universitat de Barcelona. Allí recogió testimonios y trabajó sobre el terreno.

“Me da rabia no tener más tiempo para tirar hacia adelante”, confiesa Eduardo. “Y tengo prisa porque es una generación que está muriéndose y es un conocimiento que se va perdiendo. Como es muy lento y muy invisible no te aparece esa urgencia, pero está. Busco el hueco entre exámenes, prácticas y otras cosas para poder ampliar la memoria de otros familiares que no han tenido el mismo reconocimiento que mi bisabuelo, por cómo funciona la memoria y la historiografía oficial”.

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