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TODOS POR LOS GATOS DE LAS COLONIAS FELINAS DE MADRID

Personas que cuidan y defienden las colonias de gatos de los vecinos que los envenenan

Los alimentan, cuidan y esterilizan. Y se enfrentan a los vecinos que detestan a estos animales e incluso los envenenan.

-Imagen de archivo de gatos callejeros

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Es medianoche de un martes cualquiera. Como cada día antes de irme a dormir, saco a mi perra a que haga el último pis con el objetivo de que me haga madrugar lo menos posible por la mañana. Una vuelta rápida a la manzana y para casa, teniendo cuidado de evitar la zona de los gatos a riesgo de que la saquen un ojo por intentar comerse su comida.

Ahí están. Decenas de felinos rodean y acarician con su lomo a mi vecina Puri, una anciana prácticamente ciega que todos los días, llueva o truene, sale a echarlos de comer. Con la ayuda de otras mujeres de toda edad y condición, conforman un nutrido grupo que no sólo los alimenta: también controla su población y construye pequeñas casetas para protegerlos del frío.

“Hay vecinos que destrozan las casetas”, me cuenta Puri con resignación mientras volvemos juntos a casa, sorteando a los rezagados que acuden al festín. Sí: muchos no pueden ni ver a los gatos. Poco importa que sean clave en el control de otros animales considerados una plaga, como las ratas, ratones o insectos. Simplemente, su presencia les molesta. Casi tanto como la de todo aquel que contribuya a su bienestar.

Vida callejera

En una ciudad como Madrid, los gatos se cuentan por miles. Casi tantos como vecinos dispuestos a cuidar de ellos. O, mejor dicho, vecinas. Porque a decir verdad, todas las personas que nos hemos encontrado son mujeres.

Pero, ¿qué hacer cuando nos topamos con una colonia? “Lo primero es evaluar su situación: dónde están, cuántos son, por dónde se mueven, si tienen buen aspecto o algún problema... Y, sobre todo, si hay alguien ocupándose de ellos”, explica Concha, vecina de Carabanchel.

A partir de ahí, y tras contactar con los vecinos y vecinas que alimentan a los gatos a diario, voluntarias como Concha dan de alta la colonia en el registro del Ayuntamiento, una de las novedades que introdujo el actual equipo de Gobierno, y comienzan a “esterilizar, planificar la comida, poner algún tipo de caseta o refugio si es necesario y resolver problemas con vecinos cuando surgen, que es casi siempre”, cuenta.

Y es que, a pesar de que a los gatos les acompaña la fama de buscavidas, vivir en la calle es duro. “Las necesidades son muchas y muy variadas”, explica Concha. “Necesitan espacios seguros, atención veterinaria y casas de acogida, que son una lotería”. Porque en nuestras ciudades, recuerda, “cada vez hay menos espacios seguros para ellos. Se los vamos eliminando de forma inexorable y los condenamos a morir buscándose la vida”.

Para que ello no ocurra, el apoyo institucional es clave. Desde el Ayuntamiento de Madrid se puso en marcha, hace no tanto, un registro municipal de colonias felinas. “El Ayuntamiento está avanzando en esta materia y eso siempre es bueno”, apunta Concha. “Hemos pasado de tener que alimentar a los gatos a escondidas por si algún vecino denunciaba a poder registrar la colonia y tener ese respaldo institucional”.

Carné de organizadora de colonias

Laura es otra de las vecinas que se sumó a la iniciativa de cuidar a los gatos de su zona dándose de alta en el pertinente registro. “Cuando el Ayuntamiento dio la oportunidad de formalizar las colonias, me inscribí como organizadora”, recuerda.

Para obtener dicho reconocimiento, es necesario hacer un curso obligatorio. “Te dan un carné, lo que te aporta cierta tranquilidad cuando te toca enfrentarte con los vecinos, por si hay que llamar a la Policía. Pero todo sale de tu propio bolsillo y del de asociaciones y voluntarios que se dedican a capturar y esterilizar”. Una labor que realizan en colaboración con veterinarios que apoyan la causa de controlar la población felina.

Esa falta de recursos es, según todas las voluntarias, parte clave del problema. “Son fundamentales para poder atenderlos adecuadamente y que el Ayuntamiento defienda a esos gatos cuando son víctimas de indeseables, no solo en espacios públicos”, apunta Concha.

Esos “indeseables” están, a menudo, más que identificados. “¿Ves esa ventana de allí?”, me pregunta otra mujer. “En esa casa vive un hombre que odia a los gatos. Los odia con todas sus fuerzas. Sabemos perfectamente que ha sido él quien ha envenenado a varios, pero no tenemos pruebas”, lamenta sin esconder su desprecio. “Es un gañán y un psicópata”.

Y es que en mi barrio, Moratalaz, los gatos llegaron en masa. “Cuando estas viviendas se construyeron, en los años 60, todos estos jardines entre bloques eran descampados. Había muchísimas ratas, por lo que trajeron muchísimos gatos para combatirlas”, me cuenta la misma vecina sin quitar ojo a la casa del presunto envenenador de gatos.

Hoy apenas hay ni rastro de las ratas, pero eso no ha bastado para que los gatos se ganen el cariño de todos los vecinos de Madrid. Al fin y al cabo, y aunque a los que llevamos varias generaciones en esta ciudad se nos llame gatos, todavía hay quien no parece entender que los verdaderos gatos, de aquí y de cualquier otro lugar, también necesitan protección, respeto y cuidados.

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