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PENSAMIENTOS DESCONTROLADOS Y ANSIEDAD

Orden, higiene, rituales: así es la vida de quien padece el trastorno obsesivo compulsivo (TOC)

Al leer orden, higiene y rituales cualquiera puede pensar que estos aspectos no tienen por qué resultan negativos y que incluso transmiten la sensación contraria, una especie de control saludable del entorno inundado de cierto sentido espiritual. Hablamos con varias personas que padecen trastorno obsesivo compulsivo (TOC) para que nos expliquen las complicadas aristas que entraña el asunto.

-Lavarse las manos con frecuencia es un síntoma habitual en los pacientes de TOC. OCD handwash - Lars Klintwall Malmqvist

Lavarse las manos con frecuencia es un síntoma habitual en los pacientes de TOC. OCD handwash - Lars Klintwall MalmqvistSinc

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Todo el mundo puede tener preocupaciones o pensamientos repetitivos e intrusivos de vez en cuando, especialmente en periodos de estrés, e incluso rutinas de tipo compulsivo. El problema de peso sólo llega cuando estos empiezan a limitar la vida del individuo a nivel diario, causando sufrimiento y un círculo vicioso de ansiedad. Para una persona con trastorno obsesivo compulsivo, la intensidad, frecuencia y duración de tales pensamientos y conductas son exagerados, constantes, y llegan a invadir una gran porción de la vida cotidiana, afectando también considerablemente a quienes rodean esa vida.

“Desde pequeña me sentí invadida por pensamientos desagradables que escapaban a mi control”, explica M., de treinta y cuatro años, “no podía pararlos. De hecho, si intentaba pararlos había una especie de castigo mental, en plan ‘por haberte resistido te vas a comer tres platos más’, o ‘¿que no has prestado atención a la película, que no te gusta? Pues la vas a volver a ver desde el principio otras dos veces, y mañana otras tres”.

¿A qué se refiere M. con película? “Estos pensamientos recurrentes solían incluir escenas angustiosas de mi propia vida, preocupaciones en bucle relacionadas con problemas de mi familia, el colegio o los amigos y también ideas totalmente inventadas, un poco fantasiosas, mezcla de todo. ¿Un ejemplo? Haber visto a mis padres discutir con mucha fuerza, alguna escena perturbadora de película o el arrepentimiento de no haber hecho lo correcto en algún momento. No podía parar de dejar vueltas a esas cosas en casi ningún momento. Estaba harta, quería que parara, y en cierto momento, sobre los doce años, me tiré de los pelos desesperada. Al tirarme de los pelos, el flujo paró.”

El tirón de pelo fue una acción compulsiva que redujo la ansiedad de M., por lo que entró en una fase de tirarse del pelo a menudo de manera discreta. “Siendo niña me había quejado a veces de no poder controlar los pensamientos y a mis padres les había resultado algo cómico, insistiendo en que yo podía hacer que eso parara cuando quisiera y sugiriendo que sólo quería llamar la atención, que me hicieran caso. Aquello me empujó a llevarlo en secreto”.

Tratar de pasar desapercibidas es un tema que suele preocupar a su vez a las personas con este trastorno. “Que no le dieran importancia a un problema que me preocupaba tanto me había hecho sentir más extraña todavía porque era verdad que no podía parar, que necesitaba ayuda. Pero como no me habían creído lo primero, ¿cómo les iba a explicar lo de los pelos? Pensaba que me iban a reñir. No quería que se dieran cuenta de que me tiraba del pelo, me iban a decir que estaba haciendo la tonta y que tenía que parar. Si me decían que no lo hiciera me quitaban la única herramienta que había encontrado contra los pensamientos intrusivos, y eso era peor”.

La vida de las personas con TOC suele ser tortuosa y compleja, llena de ansiedad y de recursos rebuscados para tratar de combatirla. Más tarde, ya en plena adolescencia, M. descubrió los beneficios de doble filo que podían traerle el orden meticuloso y la higiene extrema: “Siempre fui ordenada de una forma un poco arbitraria, colocando los objetos equidistantes en una mesa y cosas así. Pero a partir de los dieciséis entré en el orden y la limpieza de verdad. En mi habitación había muchísimos elementos (libros, todavía juguetes, muchos recuerdos, mucha ropa, un montón de productos de belleza, etc) y establecí un orden muy concreto basado sobre todo en los colores y en ciertos significados que tenían sentido para mí. Lo mantenía todo muy limpio y en su sitio, y me causaba tanto placer y tranquilidad mantenerlo así como horror descubrir que alguien había movido algo, como si me hubiera destrozado la vida.”

Pero, como suele ocurrir en casos de TOC, fue la higiene personal el factor que llevó más lejos. “Mi ritual de higiene a lo largo del día se volvió exhaustivo. Por la mañana, antes de ir al instituto, me duchaba y me arreglaba rápida y eficazmente llevando a cabo un montón de pequeños detalles, todos muy importantes. Por ejemplo, tenía que desayunar siempre antes de empezar el proceso porque si no sentía que me había vuelto a ensuciar. No podía entrar en la ducha sin haberme lavado los dientes antes. Al salir, no podía pisar el suelo descalza o tenía que volver a lavarme los pies. Si no quedaban bastoncillos para los oídos o hilo dental entraba en crisis, no era capaz de llevar el día con normalidad, no podía dejar de pensar en eso”.

A estos protocolos se añadieron otros propios al exterior de la casa: “Para mí era impensable agarrarme a la barra del autobús o el metro o cerrar la puerta de un coche con la mano. Me sentía contaminada por algo que había manoseado todo el mundo. No me daba miedo pillar una enfermedad ni nada así. Me daba asco, mucho asco, y no se me pasaba hasta que conseguía lavarme las manos en algún sitio. He entrado en muchos bares y muchas casas de gente conocida sólo para lavarme las manos o los dientes. Si estaba pasando el día fuera y no llevaba cepillo de dientes en el bolso, me acababa comprando uno. No lo soportaba. Y lo mismo con toallitas higiénicas, limas de uñas y geles desinfectantes”

¿Cómo evolucionó el trastorno de M. a lo largo de su veintena? “Hasta casi los treinta años se mantuvieron todas las manías. Viví con varias parejas y, aunque estas costumbres en principio no parecían molestarles e incluso eran apreciadas, pronto perjudicaron la convivencia, cuando se daban cuenta de lo serio que era el asunto. También tuve una pareja que accedió a colaborar con las manías, a seguir mis rutinas, cosa que al principio me causó mucha satisfacción pero que acabó desbocándome los síntomas. A veces sentía muchas ganas de vivir aislada. A los veintinueve fui a un psiquiatra por primera vez y a partir de entonces las cosas empezaron a cambiar. Me recetaron antidepresivos, inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, y durante un tiempo sentí una gran mejoría. A partir de los tres primeros meses dejaron de importarme el orden y la higiene como antes, sencillamente se me olvidaba pensar en ello. Me sentía liberada.”

M. estaba muy contenta con los resultados pero pronto empezaron a preocuparle algunos efectos secundarios del tratamiento: “Cuando llevaba cerca de un año me di cuenta de que había ganado mucho peso y de que mi apetito y capacidad de disfrute sexual estaban cada vez más reducidos. Estos dos factores empezaron a causarme mucho malestar y acabé abandonando la medicación. Por suerte, siento que de alguna forma desaprendí un montón de rituales que tenía muy asimilaos y de momento no han regresado, ya no soy tan ordenada ni tan limpia. Mi vida es más relajada. Pero los pensamientos compulsivos están volviendo cada vez con más fuerza. Ya veremos qué pasa, no descarto volver al médico.”

José tiene cincuenta y cuatro años y se encuentra en tratamiento constante desde hace seis. Acudió al psiquiatra alentado por su familia después de haber pasado décadas sin tratar el problema, defendiendo su comportamiento como lícito y saludable y empapando la educación de sus hijos de rutinas concretas.

“Mis obsesiones son la higiene personal, la seguridad y el correcto funcionamiento de las cosas. El orden no me afecta en absoluto”, explica en presente, puesto que estas cuestiones siguen ocupando una gran porción de su vida cotidiana, “me doy duchas largas, con agua muy caliente, usando una esponja y a veces un guante de crin, y cada ducha equivale a cinco o seis porque repaso todas las zonas un montón de veces, convencido de que todavía pueden quedar restos de suciedad. Cuando salgo suelo tener el cuerpo irritado de tanto frotar pero es la única forma de sentirme limpio”.

Después, a lo largo del día, se lava las manos cada media hora más o menos, más frecuentemente si la situación lo requiere (en caso de haber cocinado, haber limpiado, conducido o manejado alguna maquinaria, cualquier roce con objetos o personas puede ser motivo), y se trata de un lavado largo y bien a fondo que suele dejar grandes nubes de espuma en el lavabo. “Tengo muchos problemas con mi familia. Discutimos sobre el agua y el jabón que gasto, sobre el tiempo que paso en el baño, sobre que tardo demasiado para cualquier cosa, sobre que estropeo las cosas de tanto comprobar que están bien. Aprieto tanto los grifos que luego los demás no los pueden abrir. Necesito revisarlo todo muchas veces o no me quedo tranquilo, enciendo y apago las máquinas todo el tiempo”.

Revisar que los armarios y los grifos están bien cerrados, que el gas está apagado o que las puertas están cerradas. Al salir de la casa, todas las puertas de su interior deben haber quedado cerradas o su ansiedad se dispara. Si, ya en el coche, habiendo por supuesto comprobado que todas las puertas del coche están bien cerradas, a José se le ocurre que no comprobó la puerta la habitación de su hija y desconfía de que ella no haya llevado a cabo la acción, necesita dar la vuelta, aparcar de nuevo, subir hasta el piso y comprobar que todo está correcto.

¿Qué le ocurre a José si no realiza este chequeo? “Me consume la ansiedad, pienso que va a pasar algo horrible y no puedo dejar de darle vueltas al tema. Es la única forma de liberarme. Sé que hago sufrir a mi entorno y por eso me estoy tratando, pero apenas han notado resultados. A veces, por ser práctico o por no disgustar a mi familia, decido ceder y hago como que olvido el asunto pero por dentro me tortura. Supongo que son muchos años, ojalá no hubiera llegado tan lejos”.

Culpabilizar a las personas con TOC de un comportamiento que no pueden controlar, sobre todo si son conscientes de cara al exterior y se están tratando, puede agravar considerablemente el sufrimiento que ya en sí conlleva su condición, pero al parecer aprobar el sentido de los rituales y colaborar en su conducta puede disparar los pensamientos incontrolables y las acciones compulsivas. Cuidado con ambas cosas.

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